Las Científicas - Una historia familiar.

 

Música - Fiesta - Ron - Ecuaciones



Poza Rica, Veracruz. México. 31 de Diciembre de 1987.

Eran las 10:30pm y la casa de mi tía Dora estaba a reventar. Celebrábamos la fiesta de año nuevo.

Habíamos cenado ya y el baile en la sala estaba en su mejor momento. Por ratos se bailaban cumbias, por ratos sonaban fuerte los éxitos pop del momento: Tarzan Boy, George Michael, Flans, el grupo danés A-Ha, Alaska y Dinarama, Enanitos Verdes, Duncan Dhu, Los amantes de Lola, hombres G, y Queen, siempre Queen.  

El reloj marcaba las 11:20pm cuando sonó el primer mambo del gran Dámaso Pérez Prado, y en la pista de la sala solo quedo una pareja: Don Rafael Velázquez y su esposa, doña Amelia Padilla.

Lo sé porque justo en ese momento entre a la casa por otra botella de Bacardí Añejo.

Y lo sé también por la impresión que me produjo verlos bailar. Cadencia, ritmo, soltura, armonía y goce máximo. Jamás he vuelto a ver a nadie bailar mambo de esa manera. Unos minutos después les hicieron segunda mi tía Dora y el doctor Armando Padilla. Era la música de su época y la disfrutaban a plenitud.

Cuando salí al patio, ya me esperaban mis primos Cervantes. Esa noche estaban Tavo, Andrés, José, Erik, Chucho y Dorita. Mi hermana Nancy bailaba en el patio con mis primas Adelita y Mónica. Los más pequeños jugaban en la banqueta.

Mi compadre Armando y el becerro casi me arrebatan el Bacardí, estaban sedientos. Todos lo estábamos.

En el grupo había uno que no bebía ron, solo cerveza: Rafa Velázquez, primo de mis primas y primo de todos nosotros por derecho propio. Con su corona en la mano, reflexionaba en voz alta sobre la importancia y trascendencia de Queen en los movimientos sociales más importantes del momento. El becerro lo escuchaba pasmado sin entender una sola palabra.

El becerro tomaba Bacardí, pero por ratos también consumía las coronas de Rafa. Se las tomaba como si fueran de agua.

—¡Dale la pausa! —gritaba Rafa angustiado viendo cómo se vaciaban sus botellas.

—Oscarín ¡haz algo con el becerro por favor! ¡se va a acabar el alcohol!

Abel, el esposo de Lolis Velázquez, nos acompañaba y reía a carcajadas. Irene, su bebita, dormía plácidamente en una de las habitaciones.

En la sala, mi madre platicaba con mi tía Bety y mi tío Nacho. Mis tíos Gustavo y Andrés por alguna extraña razón, no tomaban esa noche. Mi tía Helena bailaba por ratos.

Y mi adorada abuelita Pompo, siempre al pendiente de nosotros, veía con recelo las cuatro botellas de Bacardí de litro sin abrir. Sería una larga noche.

Mi compadre Armando, en un momento de locura, afirmó que podía volar y acto seguido se dejó caer de una barda. Afortunadamente cayó sobre unos arbustos y cuando lo levantamos, reía sin parar. Mi prima Dorita, su hermana, se espantó y comenzó a regañarlo y lo fue a acusar con su papá, el doctor Armando.

El Becerro comenzó a imitar a Chente Fernández. Juraba que un año antes lo había visto en vivo en un palenque en la ciudad de Puebla.

—¡Aja aja aja! ¡Y no será chile pero…!

Nunca entendí que quería decir con eso. La imitación era buena.

El doctor salió un momento al patio para cerciorarse de que su hijo Armando estuviera bien. Rafa al verlo, exclamó:

—¡Al dotor ya no le den de tomar! ¡El dotor ya está llorandoooooo!

Y el doctor Armando, para no desentonar, se puso a llorar de mentiritas mientras todos reíamos.

Mi tía Dora salió, se rio, movió la cabeza de un lado a otro y exclamó:

—¡Ay Doctor pareces niño chiquito!

Y aún quedaban cuatro botellas de Bacardí sin abrir.

De pronto, sentí muchas ganas de ir al baño. Tenía que orinar sí o sí.

Dejé mi vaso sobre el piso y justo cuando iba a entrar a la casa, todos en el patio gritaron al unísono:

—¡Hey! ¡Oscarín! ¡Hey! ¿A dónde vas? ¡No! ¡No! ¡No te vayas! ¡No! ¡Ya te vas a dormir verdad!

Me tuve que regresar y decirles en voz baja que solo iba a orinar.

Mi compadre Armando respondió a todo pulmón:

—Compadrito para que vas tan lejos. Ahí por el pasillo, en la parte de atrás, ahí puedes hacer.

La casa de mi tía Dora tiene un corredor externo que pasa justo a un lado de la sala y lleva a un patio trasero. Desde ahí se puede observar hacia adentro por una ventana grande. Me sabía ese camino desde niño.

Y le hice caso a mi compadre. Prometí volver en unos minutos.

Atravesé el corredor apresuradamente, llegué al patio e hice lo que tenía que hacer.

Regresé más tranquilo, caminando despacio. Todo alrededor daba vueltas.

Al pasar junto a la ventana, vi algunos de mis tíos y tías bailando. Me detuve un momento para verlos. Me sentía feliz, muy feliz.

Juventud, sueños, familia, música, baile, y mucho ron. Remedio infalible para enfrentar lo que sea.

Todo cambió cuando se me ocurrió la mala idea de bajar la vista.

En el mueble que está pegado a la pared, de espaldas al corredor, estaban dos lindas jovencitas que no había visto en horas.

Eran Mella Velázquez, la hermana menor de Rafa, y mi prima Anita Navarro.

Ellas no bailaban. Tampoco bebían ron. Tampoco cantaban. Ni aplaudían, y al parecer, ni siquiera se reían.

Dialogaban animadamente mientras una sostenía un cuaderno en sus manos.

El nivel de ruido ambiental les obligaba a gesticular de una manera que me pareció cómica. Y la curiosidad me ganó.

Agudicé la vista y pude ver lo que tenían escrito en el cuaderno.

¡  E C U A C I O N E S  !

¡Estaban resolviendo ecuaciones! ¡Ecuaciones!

Me quedé un rato viéndolas, boquiabierto, tratando de escuchar lo que decían. Era imposible, la música estaba a todo volumen.

Estaban enfrascadas resolviendo algo que parecía una ecuación de segundo grado, de esas que matan los sueños de muchos aspirantes a ingeniero.

Por momentos se detenían, se llevaban las manos a la barbilla, adoptaban la postura filosófica profunda, y regresaban al cuaderno a seguir desarrollando la ecuación.

Nadie más parecía percatarse de lo que hacían.

Mella y Anita no solo eran brillantes intelectualmente, también se parecían. Güeritas, delgadas, mas o menos la misma estatura. Parecían primas hermanas.

Con estas dos científicas sentadas a mi lado, seguro que saco una ingeniería. Me canso.

El espectáculo era digno de ser compartido.

Llamé a mi compadre Armando y a Rafa. Me acompañaron a la ventana y desde ahí las vieron.

—No cabrón —decía Rafa con su corona en la mano— ¡Que viva el Rock and Roll!

—No compadrito —decía Armando— Yo por eso me salí de la escuela. Pinches ecuaciones me tenían bombo. Yo propongo algo mejor.

Todos nos arremolinamos alrededor. Queríamos escuchar la propuesta.

Mi compadre levantó su vaso jaibolero y gritó:

¡Sigamos chupando!  ¡ S A L U D ¡

Todos gritamos alzando nuestros vasos. Lo hicimos durante el resto de la noche.

 

Son las 7am del día primero de enero. El sol aun no sale pero ya esta amaneciendo. Ya no hay música, todo mundo duerme, la ciudad está en silencio total.

Mi prima Dorita cierra la puerta por fuera, y dice ¡Listo! ¡Vámonos!

Abrazados todos, cruzamos la avenida Juárez con rumbo al centro, al restaurante "El Mante".

En la comitiva: Rafa, mis primos Erik, Tavo, Dorita, José y yo.

Habíamos prometido llevar a Rafa a desayunar bísquets con mantequilla y café.

Y lo que se promete, se cumple.


Comentarios

  1. Vaya que fue un fin de año polifacético:):):)

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  2. Oscar muchas gracias que momentos y hermosos recuerdos, viaje al pasado con esta linda historia lo único era que yo sufriendo con la tarea y ni siquiera me invitaron a desayunar! Jajaja
    Agradezco a cada uno de ustedes mi familia qué siempre nos recibían con mucho cariño.

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  3. Que bonita historia de la familia Oscar esos momentos nunca se olvidan

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  4. Muy bonita historia!! Qué tiempos aquellos solo quedan bellos recuerdos

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