Petición denegada | Una historia familiar.
Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Septiembre de 1977.
Son ya las 7:45 de la mañana. Mi
tía Olga no tarda en llegar.
Es mi primer día de regreso a
clases en la escuela primaria Enrique C. Rébsamen. No está lejos de aquí: solo hay
que atravesar el paseo Méndez y a cuatro cuadras se encuentra el edificio escolar
que me ha visto crecer este último año.
Mi primer día de clases en
tercero de primaria tiene que ser exitoso; hay un prestigio que defender. Después
de Manuel que es cinta roja en karate, y Horacio que pelea bastante bien, yo
ocupo el tercer lugar en el ranking del salón. Además, soy el más rápido en
carreras cortas con excepción de Cano, pero el es dos años mayor y así
no cuenta.
Me miro unos instantes en el
espejo de mi abuelita Amalia, me pongo un poco de brillantina en mi pelo recién
cortado, y practico un poco de boxeo tal como me enseño mi tío Héctor en mis
vacaciones del año pasado en Poza Rica.
Ahí frente al espejo, tres jabs
de izquierda seguidos de un upper con la derecha, no falla, ese movimiento es
letal. Es el truco de Pipino Cuevas, mi ídolo.
Mi abuelita se asoma a la
recámara y me apura para salir:
—Oscarillo, ¿pues que está haciendo?
Ya déjese de boxeos y agarre su mochila. Su tía Olga ya está aquí. Ándele, ah y
no se le olvide estar al pendiente de su primita, es su primer día de clases.
¡Mi primita!
Es cierto, lo había olvidado.
Mi prima Anita empieza sus clases
hoy. Entra a primero de primaria.
Hará el viaje junto conmigo y mi
tía Olga por primera vez.
Juanito y la Nena ya están con mi
abuelita, ella los cuida. Son los hijos de mi tía, están chiquitos y no van a
la escuela todavía.
Por seguridad, mi tía Olga
siempre nos sienta en la parte trasera de la Brasilia blanca, esa que compraron
el año pasado, el mismo año que nació la nena. Eso está perfecto, me da el espacio
ideal para tener una plática seria con Anita.
Cuando tienes un prestigio en tu
escuela, debes evitar perderlo a toda costa. Yo soy el peleonero, el velocista
y el desastroso del salón; y a mucha honra. Tengo un nombre. Soy alguien en la
Rébsamen. Sacar dieces y estudiar es de niñas.
Por eso me urge hablar con mi
primita.
Hemos llegado al paseo Méndez y
procedo con mi charla.
—Anita, te quiero pedir algo.
Mi primita, dos años menor que
yo, me sonríe y responde con su vocecita aguda:
—¿Qué Pacho?
Auch que feo suena eso. En la
casa está bien, ¡pero aquí! ¡Tan cerca de la escuela! No lo puedo permitir.
—Anita, ahora que ya vas a la
escuela debes saber que ahí no me puedes decir Pacho.
Anita me mira sorprendida con sus
ojitos muy abiertos y responde:
—¿Y por qué no Pacho?
¡Auch! Y dale de nuevo.
—Porque no Anita, en la escuela
yo no soy el Pacho.
—¿Entonces quién eres? —me pregunta
llevándose su manita a la barbilla en pose reflexiva.
—En la escuela me debes decir
Oscar. Llámame por mi nombre.
—¿Pero por qué?
Mi Tía Olga aprovecha el semáforo
en rojo e interrumpe la charla.
—Pues que traes Pacho. ¿Olvidaste
algún cuaderno?
—No, no. Traigo todo tía.
—Entonces por qué traes cara de
preocupado.
Vamos a dejarlo así por un
ratito. Al cabo ya falta poco para llegar.
Mi tía nos deja justo en la
puerta principal de la escuela. Nos bajamos, y mientras ella estaciona la
Brasilia, yo tengo una oportunidad más.
Hay una multitud de niños
arremolinados y queriendo entrar. Ya vi a lo lejos a Cano, Horacio, de la Mora,
y a Campos Treto.
¡Es ahora o nunca!
—Te decía Anita, en la casa me
puedes seguir diciendo Pacho, pero aquí no. Aquí soy Oscar. ¿De acuerdo?
—Sí, sí. De acuerdo Pacho.
La maestra Graciela, la de ojos
verdes, está en la puerta recibiendo a todos los niños. Fiel a su costumbre, está
regalando besos y abrazos a quien lo solicite. Yo paso.
Han pasado dos horas y estoy en
el recreo con mis amigos.
Horacio se fracturó la mano
jugando beisbol. Campos Treto nos está contando una historia de miedo que le
paso cuando visitó a su abuela en Linares, Nuevo León. Insiste en que sus papás
lo llevaron con unas brujas, y que vio salir lumbre de la tierra. Ya me está
dando miedo.
El primero en escucharla es Jorge
de la Mora.
—Oscar, esa niña de allá te está
hablando.
Una vocecita muy aguda inunda el
tímpano de mi oído.
¡PAAAAACHOOOO!
¡PAAAAAAAAACHOOOOOO!
No voy a voltear. Haré como que
no escuché.
Horacio voltea a ver y me dice:
—Hay una niña que te está
señalando Oscar, creo que te habla.
¡PAAAAAAACHOOOOOO!
¡PAAAAAAAAACHOOOOOO!
Miro rápidamente a mi alrededor y
puedo ver que salvo mis amigos, nadie más se ha percatado de los gritos de mi
primita. Estamos frente a la cafetería de la escuela y esto es un desorden.
Todos los niños se empujan y hacen esfuerzos para comprar algo, una torta, una
paleta, un sabalito. Solo los más fuertes logran comprar.
No tengo escapatoria. Voy a
voltear.
Anita ha logrado acercarse más y
ahora está a escasos cinco metros de distancia. Con su manita extendida intenta
darme una moneda y lanza su petición.
¡PACHO, PACHO! ¡COMPRAME UNA
COCA!
Ya no hay vuelta atrás.
Me acerco rápidamente y tomo la
moneda.
—¿Solo una coca? ¿No quieres algo
más?
—No Pacho.
Me abro paso a empujones entre la
multitud de niños y niñas y logro comprar la coca. Regreso corriendo y se la
entrego junto con la feria.
—¡Gracias Pacho!
Mi primita se da la media vuelta
y se aleja caminando bien contenta, con la coca en sus manos. Puedo ver que hay
dos niñas que la están esperando. Le sonríen y se alejan las tres corriendo
hacia su salón de clases.
Mi mayor temor no se ha
concretado…aun.
Mis amigos están tan espantados
por la historia de Campos Treto, que no le han dado importancia a mi apodo.
Por este día, creo que la he librado.
Han pasado varias horas desde
que regresamos de la escuela. Mi tía Olga ya se fue con los niños para su casa.
Mi abuelita duerme la siesta y yo estoy en la sala viendo el reloj. Ya son casi
las cuatro de la tarde. Es lunes y por lo tanto ya va a comenzar El Llanero Solitario,
a las cinco empieza el Correcaminos y a las seis la Pantera Rosa.
Mi tío Eliseo entra por la puerta
de la cocina. Ya está arreglado y listo para irse al trabajo. Maneja una
estaquitas de la marca Datsun, en ella se mueve por la ciudad abriendo mercado
para su empresa, la Proveedora Familiar.
Se sienta un momento, toma un
poco de agua y me saluda:
—¿Qué te pasa Pacho?
No se como lo notó, pero en
verdad yo tengo un problema. Hoy mis amigos no se percataron del llamado de mi
prima, pero mañana. ¿Qué va a pasar mañana? Estoy pensando seriamente en hablar
con mi tía Esperanza, su mamá. O contarle a mi tío Goyo, su papá.
Algo se tiene que hacer. Lo
último que quiero es que esto se salga de control y que todo mundo se entere.
—Tío, le voy a contar algo, pero
por favor no le vaya a decir a nadie.
Nota para quien no es
familiar:
Esta historia es totalmente
verídica. Es una de las anécdotas que me han seguido durante toda la vida. Es también
una celebración a las historias de familia, esas que se quedan guardadas en lo
más profundo de nuestras mentes y corazones. Esas que nos contamos una y otra
vez sin importar el paso del tiempo. Son historias que nos unen y fortalecen nuestros lazos de unión ya establecidos por la
genética y la convivencia.
Es también un acercamiento al
mundo infantil. Un mundo lleno de aventuras, creencias, miedos, obsesiones, e
imaginación sin límite.
Con dedicatoria especial para la Doctora y Pediatra Anita, mi querida prima hermana, y protagonista de esta historia.
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