Pedagogía del siglo 21 – Inteligencia Emocional.
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Empatía, escucha activa y Vocación |
A mediados de la década de los
90s, Daniel Goleman popularizó un término que se venía practicando de tiempo
atrás en la comunidad académica, particularmente en el área psicológica:
Inteligencia Emocional.
Desde entonces a la fecha, las investigaciones científicas en los campos de la neurociencia, psicología educativa, antropología y ciencias de la educación, nos han proporcionado un amplio abanico de conocimientos, particularmente acerca del aprendizaje humano. Y uno de los más grandes descubrimientos radica en el papel decisivo que juegan las emociones en los procesos de enseñanza – aprendizaje.
Para ser más claros: la emotividad positiva produce estados neurológicos óptimos para el aprendizaje, mientas que una emotividad negativa limita o detiene las dinámicas del proceso de aprendizaje.
Lo anterior llevado a la escuela y al salón de clase se convierte en una herramienta poderosa y a la vez compleja. Poderosa porque es conocimiento proporcionado por la ciencia. Un docente que es conocedor del efecto de la emotividad en la capacidad de aprendizaje de sus alumnos, y en su capacidad de enseñanza, es un docente facultado que podrá planificar y ejecutar sus clases en base a una serie de factores como: el estado de ánimo propio, el impacto del contexto familiar y social de sus alumnos, técnicas de relajación y motivación para los alumnos y para el mismo, aprendizaje significativo.
En lo personal estoy convencido de que hay una estrecha relación entre una emocionalidad sana en el ámbito laboral y la vocación. Particularmente en el área de la docencia, un maestro que tiene vocación y amor a su profesión está mejor preparado para afrontar los retos y situaciones estresantes típicas del quehacer docente. Por el contrario, la ausencia de vocación produce frustración, mal manejo del estrés y eventualmente, malos resultados en el aula.
Entonces, el primer paso para desarrollar una inteligencia emocional rica y variada radica en la vocación, en sentir verdadera satisfacción por lo que se hace. Esto facilitará el desarrollo de la inteligencia emocional en los docentes. Construir inteligencia emocional en un docente que no tiene vocación, es como construir un edificio sobre una base de arena: a la menor turbulencia todo se desvanece.
Concluyo entonces que lo primero que debemos buscar en el quehacer docente es la vocación. Sobre una vocación genuina, es posible construir las competencias, el liderazgo y la inteligencia emocional necesarias para hacer de nuestras escuelas en México, un verdadero semillero del cambio y la renovación educativa.
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