Un caso insólito de Alta Gerencia durante la guerra de Independencia en México.

 

Liderazgo situacional.

Hace algunos años, una gran amiga, docente de preparatoria y universidad, me contó que le habían ofrecido la cátedra de historia de México en una escuela privada. Ella, siendo ingeniero de profesión y con formación académica en pedagogía, me explicaba las razones por las que había rechazado la oferta: “me choca leer Oscar, y tú lo sabes”.

En efecto, lo sabia yo muy bien. Tiempo atrás habíamos sido pareja y la llegue a conocer bien. Nos llegamos a conocer tan bien que de inmediato agrego: “si, ya sé lo que me vas a decir: estudiar historia es fácil”. A lo que yo repliqué con fingida seriedad: “¡no!, estudiar historia no es fácil…pero si FASCINANTE”.

La historia de México no deja de sorprenderme. Cada vez que me sumerjo en algún periodo, bajo la guía de alguno de nuestros grandes historiadores mexicanos (hombres y mujeres), me quedo boquiabierto ante la riqueza histórica, tanto de esencia como de forma. Y es que la mejor manera de acercarse al pasado es con la guía de maestros y maestras que lo han estudiado con rigor, y manteniendo como lector una actitud fenomenológica. Es decir, con mente abierta a aceptar los hechos tal como se presentan en las evidencias escritas y arqueológicas, sin apasionamientos ni compromisos con ideologías del discurso político en turno.

Y es así como llegué a una conclusión que trataré de justificar en este ensayo. Y lo haré entremezclando un pasaje de la historia de México poco conocido, con uno de los temas que no solo me apasionan sino que lo he practicado durante veinticinco años: la gerencia. Trabajar como supervisor o gerente en una empresa es toda una odisea. Requiere preparación, esfuerzo y mucho sacrifico.

Una de las funciones más difíciles y menos entendidas de la función gerencial es el reclutamiento. Difícil, entre otras razones, porque nos produce casi siempre una ilusión: creer que estamos calificados para analizar características y cualidades ajenas. En este rubro solemos estar a merced de nosotros mismos al considerarnos capacitados para entrevistar y conocer a profundidad a una persona. No lo estamos, nunca lo estamos. Y no importa lo que digan mis colegas; los he visto fallar y me he visto fallar también.

Ciertamente, la experiencia que se va acumulando ayuda a mitigar el problema. El uso correcto de las baterías es indispensable, lo se por experiencia, aunque por lo general no se usan por falta de tiempo, por desconfianza en su funcionamiento, o simplemente por ignorancia pura y llana.

Paradójicamente, el reclutamiento define en buena medida el nivel de éxito de las empresas y de los gerentes que realizan la contratación. Siempre lo he dicho: la clave está en el reclutamiento.

Porque a través de él podrás integrar al personal correcto a tu equipo de trabajo. La meta debe ser siempre contratar los mejores candidatos (as) posibles, sin excepción y sin miedos. Y decir “sin miedos” no es al vuelo. En la cultura mexicana existe un temor a contratar personas mejores que uno, “porque luego nos quitan la chamba”. Este es uno de los argumentos más ridículos y patéticos que he escuchado, y lamentablemente lo he escuchado en numerosas ocasiones.

Dicho lo anterior, mi postura siempre ha sido clara: cuando se trata de contratar personal procura siempre traer a las y los mejores, y si son mejores que uno, ¡mucho mejor! El servicio hecho a la empresa será invaluable. Define adecuadamente el perfil del puesto, define el perfil del candidato ideal (conocimientos, competencias, valores y actitudes), elige las herramientas psicométricas correctas (esto es trabajo del personal de Recursos Humanos) y lánzate a la búsqueda del próximo director de tu propia empresa.

Y esto es precisamente lo que hizo uno de los héroes de nuestra independencia.

Al “contratar” a José María Morelos y Pavón, el cura Miguel Hidalgo y Costilla le hizo un servicio enorme al movimiento de independencia, y eventualmente a la nueva nación mexicana. Esta es la esencia de la hipótesis que intentaré demostrar en este ensayo. Pero volvamos nuevamente al tema gerencial de reclutamiento.

Una de las figuras más emblemáticas del escenario mundial del Top Management, es sin duda alguna el gran Jack Welch. He aquí una semblanza de él.

Estadounidense, fue nombrado CEO de la empresa General Electric (GE) en 1981 y se mantuvo en el puesto hasta el 2001. Durante este tiempo, transformó la empresa de una manera nunca antes vista: incrementó el valor de mercado de 14 billones de dólares a 410 billones, implementó un liderazgo visionario enfocado en la innovación y la productividad, atacó y eliminó la burocracia y la ineficiencia. Sus estrategias gerenciales fueron tan conocidas y celebradas que hoy día se siguen estudiando en las escuelas de negocios. En 1999 fue nombrado “El Gerente del Siglo” por la revista Fortune. Es autor de varios libros que tratan sobre el Management (Gerencia) y el liderazgo.

Y este mismo hombre ha reconocido que su nivel de certeza a la hora de reclutar personal rondaba el 70%. Es decir, el mismo admitía que de toda la gente que contrato (para puestos de mando), se equivocó en aproximadamente un 30% de las veces. Un dato sorprendentemente alto para una persona de su calibre, pero igualmente humano y humilde por el hecho de decirlo.

Jack Welch definió una lista de características y rasgos personales que el siempre buscaba al momento de reclutar personal para puestos de mando y liderazgo. Los analizaremos a continuación:

Autenticidad: La persona debe ser real, no falso. Debe generar empatía en su equipo de trabajo. En las decisiones difíciles y antipopulares, su equipo lo sigue apoyando.

Anticipación: Debe poseer la capacidad de ver y anticiparse al cambio. A reformular planes, a reaccionar favorablemente a los imprevisibles. Y debe ser capaz de hacerlo mediante la negociación y no la imposición.

Inteligencia: Debe poseer niveles de inteligencia adecuada y debe buscar rodearse de gente más inteligente que el / ella. Un equipo de trabajo donde el líder es la persona más inteligente es un grupo en el que no se puede confiar mucho.

Energía: Es la capacidad de energizar a su equipo de trabajo para que den lo mejor de sí todos y cada uno de los días. Dar lo mejor para innovar, crear, planear, ejecutar y resolver.

Resistencia: Es la capacidad de levantarse después de los fracasos. Resistir. Jack no tenía problema en contratar personas que hubieran fracasado en el pasado, siempre y cuando se hubieran repuesto y reinventado. Esto dice mucho de una persona en el sentido positivo.

Potencia de Desarrollo: Es el potencial que tiene un candidato para crecer dentro de la empresa. Es la capacidad que tiene de escalar puestos en base a trabajo arduo, compromiso e innovación.

Con estas características expuestas por el Gerente del Siglo y que siguen vigentes, podemos iniciar nuestro acercamiento a una serie de eventos ocurridos durante la guerra de independencia de nuestro querido México.

 

Charo, Michoacán. Octubre de 1810. Una visita inesperada.

El 19 de octubre de 1810, un joven párroco de pueblo llamado José María Morelos y Pavón sostiene una entrevista con el flamante líder del movimiento de insurrección: Don Miguel Hidalgo y Costilla.

El encuentro ocurrió un mes y medio después de que don Miguel se levantara en armas en el pueblo de Dolores. La entrevista ocurrió en un pequeño pueblo llamado Charo, en el actual estado de Michoacán.

Morelos, al igual que muchos otros, está enterado del levantamiento y busca integrarse a él. Para ello, hace uso de sus mejores cartas credenciales: su formación teológica como párroco (muy valorada en esa época), su amplio conocimiento de la zona debido a sus trabajos como caballerango y arriero (fue dueño de una flotilla de carretas, mulas y caballos con los que transportaba mercancía del interior hacia los puertos y viceversa), y su cercanía con el líder del movimiento. El puesto solicitado: Capellán.

En efecto, años antes ambos personajes habían coincidido en el Colegio de San Nicolás en la ciudad de Valladolid (hoy Morelia, Michoacán). Morelos entró a estudiar teología para ordenarse sacerdote. Hidalgo era el rector de dicho colegio en ese momento.

¿Se conocían bien? ¿Eran cercanos? La verdad es que no hay suficientes evidencias historiográficas para responder. Hidalgo no solo era rector, también impartía algunos cursos. Morelos por su parte, era el alumno de mayor edad del seminario; entro siendo ya un hombre formado. Y era reconocido por su tenacidad y empeño en sacar adelante las materias.

Es muy probable que hayan intercambiado saludos, diálogos, quizá algunos debates teológicos, pero fuera de eso, no hay evidencias. Aun así, debió ser grato para Hidalgo saber que había un joven párroco afuera de su cuartel, que decía conocerlo y que pedía una audiencia para hablar con él. Y hablaron.

La entrevista tuvo lugar el mismo día 19 de octubre. Morelos expresó su interés por integrarse al movimiento, tenía sus razones, de las cuales hablaremos en otro artículo, y al estar acéfalo el puesto de capellán, pidió una oportunidad para ocuparlo. El movimiento armado necesitaba un sacerdote que proporcionara los santos óleos y tomara las confesiones de los moribundos antes de emprender el viaje.

No sabemos cuanto duró esa entrevista, lo que si sabemos es que Morelos salió de ahí con un puesto, y no era el de capellán como lo había solicitado. Hidalgo lo nombró coronel del ejercito de la insurgencia y le asignó la misión de organizar el movimiento en el sur de la Nueva España. Ni más, ni menos.

Hasta aquí los hechos, documentados y verificados hasta el cansancio. Las siguientes líneas son reflexiones propias de un servidor que ha entrevistado y contratado personal por veinticinco años.

¿Qué vio Hidalgo en Morelos? ¿Qué lo llevo a ofrecerle el puesto más importante de su movimiento? ¿De qué hablaron exactamente? ¿Cómo evaluó Hidalgo el potencial militar de Morelos? ¿Acaso lo evaluó? ¿Pudo Hidalgo visualizar el desempeño futuro del aspirante a capellán?

Estas son algunas de las preguntas que revolotean en mi mente, y para las que solo puedo balbucear algunas propuestas. Hidalgo no contaba con herramientas de análisis psicométrico, ni con métodos para verificar referencias, y mucho menos contaba con tiempo para pensar detenidamente las cosas. La decisión se tomó ahí mismo, probablemente acompañados de una comida y un buen chocolate como le gustaba a don Miguel, o ¿un poco de aguardiente quizá? No lo sabremos nunca.

Lo que si se y lo afirmo categóricamente, es que al integrar a Morelos como jefe de la insurrección en el sur, Hidalgo realizó su más grande aportación a la causa. Y por mucho. ¿Por qué? Porque Morelos superó a Hidalgo en prácticamente todas las facetas de la lucha. Y este es precisamente mi argumento principal: la revuelta de Hidalgo fue un suspiro comparado con el movimiento liderado por Morelos. El alumno superó al maestro.

El alcance de la insurrección de Morelos fue extenso y profundo. Duró cinco años, infligió bajas importantes a las estructuras del virreinato; provocó la renuncia de su rival el todopoderoso General Calleja en varias ocasiones, sentó las bases del constitucionalismo representativo al auspiciar la creación de un Congreso durante la guerra (el llamado congreso de Chilpancingo). Su genio militar fue admirado y reconocido por aliados y enemigos. Se sabe de una historia, no verificada aún, de que el mismísimo Napoleón Bonaparte seguía con interés su lucha y había exclamado: “denme dos Morelos y conquistaré el mundo”.

Su mismo encarcelamiento y juicio fue un evento nacional, al que asistió lo más granado de la alta sociedad mexicana. Y por si esto fuera poco, era admirado y respetado por todo su ejército. Castigó con rigor los excesos de sus soldados, realizó promociones de cargos militares basado siempre en el desempeño en combate y nunca por compadrazgos. Jamás pidió riquezas ni poder para él. Un auténtico líder en toda la extensión de la palabra.

El movimiento de Hidalgo por su parte duró solo cuatro meses. Arrancó el 16 de septiembre de 1810, y para mediados de enero de 1811 (cuatro meses después), ya había sido relegado del cargo y hecho prisionero por sus mismos generales comandados por don Ignacio Allende. Las razones: descontrol total del movimiento, derrotas en batallas, masacres realizadas por los indios que lo seguían, tanto en Guanajuato como en Guadalajara. Y quizá lo que más disgustaba a sus generales era ese aire mesiánico todopoderoso que había desarrollado en esos meses; actitud que lo llevo a tomar decisiones unilaterales y autocráticas en detrimento del movimiento. Diez meses después de haber iniciado el movimiento, Hidalgo, Allende y otros eran degradados y fusilados de manera humillante en un apartado y árido pueblo en Coahuila, lejos de la capital.

Estos datos quizá sorprendan al lector que celebra cada año el grito. Son datos validados por la historiografía, y al mencionarlos no pretendo demeritar a la figura histórica ni al héroe nacional. Son solo datos.

La grandeza de Hidalgo radica en mi opinión, en su capacidad de organizar e inspirar inicialmente a un grupo de personas de muy diversas clases y etnias. Esa capacidad de guardar la calma cuando Allende le informa que la conspiración fue descubierta y que hay un precio sobre sus cabezas. Ese autocontrol para analizar la situación con frialdad a la luz de las estrellas de la media noche. Capacidad que le llevó a comprender que no había salida, que la rebelión se tenía que concretizar, y así lo hizo. Llamó al pueblo al amanecer, y el resto es historia.

Fue un gran teólogo receptor de la enseñanza jesuita, amante de la cultura, hablaba latín, leía y escribía en francés, además de dominar varias lenguas indígenas. Emprendió obras de agricultura y enseñó oficios a los indígenas. Era un hombre alegre, dado al juego y al baile. Organizaba y dirigía obras de teatro. Fue rector de un colegio teológico. Un auténtico hombre cosmopolita adelantado a su tiempo.

Pero la lucha armada lo transformó, y su desempeño como líder del primer movimiento de insurgencia fue desastroso a la luz de los hechos.

Dicho lo anterior, no olvidemos nunca que un 19 de octubre de 1810, en el pueblo de Charo, Michoacán, don Miguel puso a disposición del movimiento toda su inteligencia, sapiencia y penetración psicológica; y esta se materializó con el reclutamiento de Morelos y su nombramiento como líder militar en el sur del país. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo logró ver la grandeza de Morelos cuando este solo quería un puesto de Capellán? Es probable que no lo sepamos nunca con certeza, quizá en el futuro la historiografía mexicana profundice en este tema. Pero esta fue, desde mi perspectiva, la mayor de las hazañas realizadas por Miguel Hidalgo.


Cuando entrevistamos personal para un puesto vacante y nos decidimos por una persona, siempre, al menos en mi caso, en lo más profundo surge la añoranza de estar reclutando al futuro director o directora de la empresa. De estar reclutando a alguien que nos supere en todos los sentidos, y que eventualmente nos ayude a llevar el equipo al siguiente nivel. Porque sabemos que al hacerlo, le habremos hecho un gran servicio a la empresa, a la persona contratada y en última instancia, a nosotros mismos. Desafortunadamente no siempre lo logramos. En ocasiones ni la experiencia ni las baterías psicométricas nos alcanzan para lograr la elección adecuada.  

Don Miguel por su parte, puede decir con todas las de la ley, que él si lo logró.



PD: Dejo al lector dos enlaces que podrían ser de su interés:

Jack Welch. El CEO del Siglo.

Charo, Michoacán. Actualidad.

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