El Circo.

 

El Circo. Mundo Mágico.



¿De dónde salió el rumor? ¿Quién lo inició? ¿Cómo se difundió? No lo sé, nunca lo supe.

Mis amigas Ciria y Gaby aseguraban que lo habían escuchado de unos compañeros del área de ciencias exactas, mientras almorzaban en la cafetería. Sabino y Alex por su parte, juraban que lo había iniciado el Jordache. Pero este siempre lo negó.

La situación se había vuelto incontrolable. En los pasillos de la prepa, cada hora de receso era lo mismo: negar y negar. Todo mundo quería escuchar la historia.

Los rumores por lo general llevan una fuerte dosis de calumnia y difamación. A mis dieciséis años, me consideraba un pequeño prole ilustrado. Había leído ya literatura clásica inglesa, francesa y española. Había viajado con Magallanes de la mano de Luis de Camóes, leía a los literatos mexicanos del siglo XIX, y conocía la historia de la segunda guerra mundial gracias a los tres tomos completos que mi amigo Héctor había sustraído de la biblioteca de su madre.

Y si esto no era suficiente, me encontraba inmerso en la filosofía de Arthur Schopenhauer gracias a la generosidad de mi amigo Barbiaux, quien me había regalado un par de tomos que el se negaba a leer pese a la insistencia de su padre.

Decir que yo tenía tiempo, humor e ingenio para inventarme una historia así, era una infamia. Una vulgar difamación. Pero los rumores tienen la fuerza para abrirse paso, y ante el embate del clamor popular, me vi en la penosa necesidad de inventarme una historia cuya trama principal, insisto, no era idea mía.

…”Durante la época posterior a la primera guerra mundial, en la década de los años veinte, apareció de la nada un circo en la ciudad de Londres, cuya principal atracción era el performance de un ser fuera de serie. A este ser le adjudicaban poderes sobrenaturales jamás vistos antes por ningún ser humano.

Los periódicos de la época hablaban de una presentación en Berlín justo antes de estallar el conflicto mundial, en la que el ser en cuestión había entablado un diálogo en perfecto alemán bávaro con una iguana del áfrica subtropical. Se hablaba incluso de actas juradas ante notario, realizadas por algunos de los asistentes, constatando la veracidad de la historia.

Esa noche fría y lluviosa de Noviembre de 1922, el circo presentaba a su artista principal. Para esa ocasión, el ser en cuestión realizaría un acto increíble y espeluznante. La especulación comenzó desde el mismo instante en que anunciaron el título del acto: El Hombre Mojón.

La función comenzó sin retrasos, con un lleno rotundo. Desde el inicio del primer acto, el público protestó airadamente con rechiflas e insultos. No querían ver payasos ni leones. Tampoco querían ver trapecistas haciendo el salto mortal sin protección. A media función, el mismo dueño tuvo que salir a intentar calmar los ánimos, la gente estaba mostrando peligrosos signos de hostilidad física hacia los amenizadores. Todos, sin excepción, exigían la aparición del Hombre Mojón.

De pronto, las luces se apagaron. Todo quedó en la más completa oscuridad y los gritos cesaron de inmediato. Oscuridad y silencio total. No había vuelta atrás. Se pidió al público que permaneciera sentado en sus butacas, y se rogó de manera insistente que, vieran lo que vieran, sin importar las circunstancias, permanecieran sentados y en total silencio.

Un par de velas se encendieron en el centro de la pista y frente a ellas, la silueta de un hombre. Estatura media y complexión delgada. Era todo lo que se podía percibir agudizando la vista. Este caminó hasta la primera fila de asientos, y los que lo vieron juran que no tenía rostro.

De pronto, el hombre mojón se inclinó y levantó una cubeta llena de agua. Y sin ningún miramiento ni respeto a las damas presentes, procedió a salpicar a todos los asistentes mientras recorría los asientos del circo. Nadie salió seco esa noche”…


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