El Psicoanalista.
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A las profundidades del inconsciente. |
Nikki Lafontaine es una exitosa
mujer de 28 años. Abogada de profesión. Tres años atrás decidió emprender y
abrió su propio bufete. Sus padres y hermanos le aconsejaron que
esperara, que necesitaba experiencia. Para fortuna de sus clientes, no los
escuchó. En los últimos tres años ha consolidado una base clientelar y un
prestigio que a la mayoría les toma décadas construir.
Egresada con honores de la UNAM y
con un master en derecho inmobiliario por el Instituto Mexicano de Estudios
Jurídicos, Nikki se lanzó muy joven a una aventura llamada: cumplir sus sueños.
Es amada por toda su familia, querida y respetada por sus amistades que se
cuentan por decenas, y reconocida como una excelente litigante en materia de
pensiones, venta inmobiliaria y demandas civiles.
Es además una mujer hogareña.
Heredó la buena mano de su abuela materna para la cocina, y no escatima para
agasajar a sus familiares y amigos en las reuniones de fin de semana. Ama a los
animales, el cine, el teatro y los conciertos de rock. Y es sumamente atractiva.
Heredó la estatura de su padre, y
sin tacones alcanza el 1.78 Mt. Tez morena clara, pelo negro, una esbelta
figura que cultiva en el gimnasio ubicado en el mismo edificio donde vive.
Clase y elegancia en su vestir y andar. Algunos de sus familiares y amigos
insisten en que es la viva imagen de la reina Rania de Jordania, en sus tiempos
mozos. Y no exageran ni tantito.
Pese a todo lo anterior, Nikki no tiene novio. Y no es por falta de interés.
Los hombres simple y sencillamente no llegan, no se acercan, no la buscan pues.
No siempre fue así. En la preparatoria y sobre todo mientras estudiaba la
carrera, siempre estuvo rodeada de hombres que la pretendían. Podía elegir al
chico que le gustara, y lo hacía con mucha seguridad.
Todo cambió, según ella, desde el momento en que abrió su despacho de
abogados. Algo pasó. Fueron quizá los compromisos laborales, la poca
disponibilidad de tiempo, o tal vez, solo tal vez, su forma de vestir que ahora
era elegante, de traje sastre, con tacones elevados que la llevaban a las
alturas en sentido literal.
Tanto ella como su mejor amiga de la infancia, Katy Valdepeñas, suelen reunirse
con amigos y amigas los viernes por la noche. Últimamente le han tomado gusto a
un pequeño bar ubicado en la alameda central de la ciudad de México. Ahí han
elaborado complejas teorías conspirativas para intentar explicar por que los
caballeros buscan a Katy y no a Nikki. Al final terminan siempre riendo y
cantando en el karaoke del lugar. Y en ocasiones, Nikki debe regresar sola a
casa.
Esa noche de viernes, fiel a su costumbre Katy llamó a Nikki para ponerse de acuerdo en la hora y el lugar del encuentro. No sería en el bar de costumbre, tenían ganas de ir al teatro.
- Hermosa ¿Cómo estás? ¿Vamos a ir? – preguntó Katy – por cierto, hay algo
que quiero contarte. Es importante.
- Paso por ti a las 8 y en el trayecto me cuentas – respondió Nikki.
El prestigioso psicoanalista Oscar Wittman estaba de visita esos días en la
ciudad de México. Procedente de la ciudad de Buenos Aires Argentina, había sido
invitado como conferencista al congreso latinoamericano de psicoanálisis. Un
día anterior al evento, tenía programado un curso de superación personal para
los directivos de la empresa Kulmon S.A. de C.V. de la cual, el papá de Katy
era el Director General.
Katy tuvo que esforzarse para convencer a su padre, y al final, como de
costumbre, se salió con la suya.
Había logrado convencerlo para que hablara con el doctor Wittman y le
concediera una sesión de orientación terapéutica para su amiga del alma, Nikki.
Eso era lo que le quería comunicar.
Nikki rechazó la oferta al principio. Sin embargo, los tres actos de la
obra le dieron el tiempo suficiente para reflexionar y cambiar de opinión.
- Dale pues, veré al doctor que dices – confirmó Nikki.
El doctor recibió a Nikki en el recibidor de su habitación, en el hotel Marquis
Reforma. Solo disponía de una hora y el acuerdo era escuchar y dar una opinión
profesional, solo eso. No había cuota de recuperación, era un favor muy especial
solicitado por su amigo, el licenciado Valdepeñas.
Nikki llegó a la hora indicada. Iba radiante, más bella que nunca. Para esa
mañana de sábado había elegido una blusa de manga larga color azul celeste, con
pajarita y amarres al centro resaltando su estrecha cintura y sus amplias
caderas. Pantalón de satín color durazno en twill tipo pescador con cinturón
blanco, y unas sandalias de tacón abierto en plataforma, con correa
transparente y hebilla de tobillo.
El experimentado doctor de cincuenta y cinco años pasó saliva al verla.
Nikki se recostó en un diván que el doctor había preparado para ella, y
comenzó a hablar. Se había quitado los zapatos a sugerencia del doctor y este
colocó una frazada encima de ella para producir un efecto de relajación y
seguridad.
- Mi vida podría decirse que es perfecta – indicó Nikki – pero de unos años a
la fecha, me siento rara, no me reconozco a veces. La inseguridad me llega de
golpe y ocurre cuando más temple debo tener, cuando estoy resolviendo algún
litigio o negociando un acuerdo comercial para algún cliente. Es una sensación
extraña. Y a eso, agréguele el rechazo de los hombres.
- ¿Te sentís rechazada por los hombres? – preguntó el doctor.
- Soy rechazada por ellos, o mejor dicho, no me hacen caso. No voltean a
verme. Tengo clientes jóvenes y algunos muy atractivos, y yo sé, una como mujer
sabe cuando le gusta a alguien. Yo se que les gusto, pero algo los hace
alejarse, mantener la distancia, enfocarse solo en lo profesional. Como si
hubiera algo en mi que les produce miedo o inseguridad.
- De verdad, no se que es lo que pasa. Soy una mujer independiente,
empresaria exitosa, buena persona, preparada. Mis amigos varones me aprecian
mucho y dicen que cualquier hombre de nivel moriría por tenerme como esposa,
pero ninguno de ellos me tiró la onda nunca. Soy buena cocinera, me gusta
divertirme sanamente. De veras doctor, no entiendo que estoy haciendo mal.
- Habláme de tus recuerdos de infancia con tu padre – interrumpió el doctor.
Mientras ella habla de su niñez, el doctor nota que los pies de Nikki han
quedado expuestos.
Son hermosos. Simétricos, perfectamente delineados, y el arco bien marcado. Se ven limpios. Los dedos tienen la longitud exacta. El segundo dedo de su pie derecho porta un anillo de oro, y en el tobillo izquierdo se aprecia una fina pulsera plateada con piedritas rojas. Las uñas pintadas en tono violeta claro.
El
doctor pasó saliva por segunda ocasión.
Al igual que miles, quizá cientos de miles de hombres, el es un adorador
del pie femenino. Lo ha sido desde que era un crio. La psicología cataloga esta
fijación como un fetiche. Qué mas da, que le llamen como quieran, solo los que
lo viven conocen el inmenso poder seductivo que tienen los pies de una mujer.
Para muchos, es la parte más sensual de todo el cuerpo femenino, es en lo
primero que se fijan.
Con el advenimiento de las nuevas tecnologías y los negocios digitales,
mujeres de todo el mundo venden en línea las fotos más sugestivas de sus pies.
Algunas hacen verdaderas fortunas solo haciendo esto. El mismo doctor ha pagado
sumas elevadas por el derecho a ver, solo eso, ver. Un fetiche caro sin duda.
Pero no tiene nada de malo. Malo lo que hacen en Japón donde la industria
de las prendas íntimas usadas es un negocio que genera cientos de millones de
dólares al año. El lo descubrió en uno de sus viajes al lejano oriente. Miles
de mujeres guardan sus prendas íntimas (tangas generalmente) en pequeñas bolsas
de plástico selladas. El aroma corporal de la zona íntima queda guardado y
asegurado para el mejor postor. Estas prendas se ofrecen en internet y los
hombres (y quizá mujeres también) están dispuestos a pagar pequeñas fortunas
por una de ellas. Y las que traen garantía de uso continuo se cotizan más caras
aún. La garantía, como su nombre lo indica, es cuando la mujer certifica que la
tanga la usó durante todo el día sin haberse bañado previamente.
Dos cosas interrumpieron los pensamientos del doctor. Una fue el celular
cuando vibró indicándole que solo restaban diez minutos a la sesión. La otra
fue un extraño aroma que se había impregnado en la sala. No era muy intenso
pero definitivamente se sentía.
Nikki terminó el relato de su infancia y el doctor le pidió que se
incorporara.
- Dos cosas – dijo el doctor mirando su reloj.
- Primero, tenés que encontrar el modo de trabajar menos. Buscá un apoyo o
alguien en quien delegar una parte de la carga laboral que tenés. Sos la dueña
de la empresa. No permitas que el estrés te devore.
- De acuerdo doctor – respondió – ¿y lo segundo?
- Lo segundo – continuó el doctor mirando fijamente a Nikki.
¡Consultá con un buen PODOLOGO!
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