Feliz día del Padre.

 

Feliz día del Padre


..."el sueño del héroe, es ser grande en todas partes y pequeño al lado de su padre"
Víctor Hugo.

Poza Rica, Veracruz. 24 de diciembre de 1979.

 

¡La cena ya está servida! – exclamó mi madre en voz alta mientras esbozaba una amplia sonrisa. El estéreo sonaba a todo volumen; cadetes de linares, montañeses del álamo y Carlos y José.

Esa noche mi mamá se lució en la cocina. En la mesa había pierna de cerdo al horno, pavo relleno de vegetales y frutos secos, bacalao, ensalada verde, espagueti, y tamalitos de frijol de vaina con pipián. Había ponche, refrescos, aguas de sabor y tequila, mucho tequila.

Pero sin duda lo más importante de esa noche navideña era la visita. Dos días antes habían llegado de ciudad Victoria miembros de la familia de mi padre. Esa noche nos acompañaban su madre (mi abuelita Amalia), y algunos de sus hermanos con sus respectivas parejas e hijos. La casa estaba a reventar.

Estábamos ya en la sobremesa, conviviendo alegremente, contando y escuchando historias; la velada iba para largo. Y lo mejor, mi tío Juan había comunicado sus intenciones de ir a la playa de Tecolutla al día siguiente. ¡Qué más podía pedir!

Y sonó el timbre de la puerta.

Un año antes, mi padre había sido contratado por una empresa que proveía herramientas especializadas a PEMEX. Estas se instalaban en las tuberías de los pozos petroleros y contribuían a la extracción del petróleo. Su trabajo consistía en proporcionar asesoría técnica durante la instalación y funcionamiento de dichas herramientas. Eso implicaba estar presente en las instalaciones de los pozos, sin importar día y hora.

Y esa noche del 24 de Diciembre, se solicitaba su presencia en un pozo petrolero ubicado a 2 horas de distancia de la ciudad.

Después de despachar a los ingenieros de PEMEX que habían ido a informarle, mi padre entro y sin decir nada se dirigió a su recamara. Mi madre lo siguió. El resto de la familia continuó celebrando alegremente.

Pasaron cinco minutos y mi curiosidad se impuso. Me acerqué lentamente a la recámara, abrí la puerta con discreción, y la escena que vi aun la tengo tan presente como si hubiera sido ayer.

Mi padre se encontraba parado frente al ropero, buscando sus botas de trabajo. Se había cambiado ya el pantalón, ahora traía uno color caqui de tela gruesa y su camisa del mismo color. Después se sentó en la cama y mientras se ponía las botas, mi madre, parada junto a él, le decía: Oscar, ¿no te pueden esperar a mañana a primera hora? Aquí esta toda tu familia, vinieron de muy lejos. Casi no los ves, hicieron el sacrificio ¡y tu los vas a dejar!

Mi padre se limitaba a mover la cabeza de un lado a otro diciendo que era su responsabilidad, mientras se cercioraba de que las botas habían quedado bien amarradas. Se levantó, salió de la recámara con mi madre y yo detrás de él, y en breves palabras explicó a mi abuela y a sus hermanos la situación.

“Esto es algo que tengo que hacer, es mi trabajo y para eso me pagan. Trataré de regresar mañana temprano, pero todo depende de que el equipo quede funcionando correctamente. Esa es la prioridad. Sigan celebrando, y primeramente Dios, nos veremos pronto”.

Después habló algo con mi mamá, y antes de salir me dijo “si van mañana a la playa, ten mucho cuidado, obedece a tus tíos en todo y cuida a tu hermana. Nos vemos pronto hijo. Pásala bien”.

A mi padre no lo vimos hasta el tercer día. El asunto se complicó en el pozo y se quedó ahí hasta que resolvió el problema.

 

La madrugada del 18 de Noviembre del año 2000, mi padre exhalaba su último aliento. Tenía sesenta y un años. Todo sucedió muy rápido.

Meses después, mientras acomodaba su ropa y algunas pertenencias, me encontré con un pequeño y viejo cuadro en cuyo interior había un texto. El contenido era el siguiente:

 

Dame ¡Oh, Señor! Un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo; un hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota honrada y humilde y magnánimo en la Victoria.

Dame un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho; un hijo que sepa conocerte a Ti…y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental de todo conocimiento.

Condúcelo, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos. Allí, déjale aprender a sostenerse firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan.

Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos; un hijo que se domine a si mismo antes de pretender dominar a los demás; un hijo que aprenda a reír, pero que también sepa llorar; un hijo que avance hacia el futuro, pero que nunca olvide el pasado.

Y después que le hayas dado todo esto, te suplico, agrégale suficiente sentido del buen humor, de modo que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Entonces, yo su padre, me atreveré a murmurar:

 

NO HE VIVIDO EN VANO

 

Gral. Douglas Mac Arthur.

 

Al reverso del cuadro se podía ver la fecha de fabricación: febrero de 1970. Justo un año después de mi nacimiento. Cargó con el toda una vida y jamás lo supe hasta que falleció.

Esto refleja cabalmente el carácter de mi padre. Y el texto, lo describe de una manera precisa. Fue un hombre honrado, responsable y con una profunda devoción hacia el trabajo. Y por encima de todo esto, fue un hombre dispuesto a darlo todo por sus hijos. El camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos fue algo presente en toda su vida. Creció, vivió, trabajó, amó y se sacrificó por nosotros siempre bajo la lluvia pertinaz de la tempestad. Pocas veces en su vida tuvo paz y tranquilidad. Y jamás se rindió.

Este día del padre, lo recuerdo con orgullo y emoción, y le doy una vez más las gracias por todo. Por la vida, los consejos, la camaradería, y las enseñanzas de vida con el ejemplo.

Aprovecho también la ocasión para enviar una felicitación a mis tíos, primos, cuñado, compañeros y amigos entrañables que asumieron la responsabilidad más grande y poderosa que puede tener un hombre en la vida: formar una familia y luchar por ella sin cesar.

Por aquellos que bajo la tempestad de las dificultades, carencias, retos, problemas, frustraciones, traumas y miedos, asumen valientemente su rol de padres o jefes de familia, y guían con paciencia y amor el desarrollo de sus retoños.

Y finalmente, por aquellos padres que se adelantaron en el camino, y por cuya entrega y sacrificio bien podemos hoy decir, parafraseando al General Douglas Mac Arthur:

 

¡No Vivieron en Vano!


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