Marxismo, progresistas y rábanos. Una izquierda muy peculiar.

Rojos por fuera, blancos por dentro.


Febrero de 1986. Facultad de Humanidades. Universidad Veracruzana.


…“yo no puedo comprender la rebelión.
Mi raza no se levantó jamás sino para robar”…
Arthur Rimbaud – La Mala Sangre.

 

"Retomando lo de la clase pasada, les comentaba que dentro del encuadre filosófico del materialismo histórico, las sociedades se entienden como entidades que se dividen en clases sociales, las cuales por esencia representan intereses opuestos y luchan por el control de los medios de producción y la distribución de la riqueza" – afirmó categóricamente el profesor Maciel.

  - Maestro, una pregunta – dije alzando la mano - ¿Cómo se da la relación entre los medios de producción y el llamado devenir histórico de clases? No logro entenderlo.

El profe Maciel sonrió satisfecho con la pregunta. Al menos uno de sus alumnos mostraba algo de interés. Y respondió:

   - Mira, el asunto va así: el materialismo histórico sostiene que el modo de producción dominante en cada época histórica determina la estructura económica, política, jurídica, ideológica y cultural de la sociedad.

   - Entonces, ¿el devenir histórico se entiende como una serie de eventos que irremediablemente están destinados a ocurrir? – pregunté de nuevo.

   - ¡Exacto! El materialismo histórico analiza el paso de la sociedad esclavista a la feudal, de la feudal a la capitalista y de esta a la sociedad socialista. Este devenir es un conjunto de etapas de un proceso dialéctico de transformación social impulsado por las contradicciones internas de la sociedad. – explicó impecablemente el profe.

   - ¿Y la etapa final en este desarrollo histórico es el comunismo?

  - ¡Exactamente! El comunismo es la etapa final, la más perfecta de todas. Es el modo más superior al que puede aspirar cualquier sociedad humana que se digne de llamarse demócrata y progresista. En el comunismo, la propiedad privada desaparece y con ello desaparecen las injusticias y las luchas de clase. Pero no hay que confundirse, esto no se logra por la vía pacífica; he ahí la importancia de la rebelión del proletariado a nivel mundial. Solo a través de la lucha frontal y violenta se podrá alcanzar la meta final – afirmó el profe Maciel.


El profesor Maciel era mi maestro de la cátedra de Sociología en la Universidad, en una época en la que aspiraba yo a convertirme en un humanista para el mundo.

Maciel era un hombre culto, refinado en su hablar, apasionado en sus ideales políticos y un vehemente defensor de la filosofía marxista. Capitalino de nacimiento, educado en la UNAM con una licenciatura en economía, dos maestrías en humanidades, y un doctorado en ciencias políticas por la Sorbona de Paris. Era un deleite asistir a sus clases. Incluso a la vista, tenía un gran parecido con Fidel Castro. Medía 1.90m aproximadamente, delgado, tez blanca, pelo ensortijado y una gran barba, justo como la de Fidel.

Y también era un próspero hombre de negocios.

 

El rábano, el vegetal, pertenece a la familia de plantas denominadas crucíferas, es el acompañante ideal en bocadillos y ensaladas. Sus hojas pueden consumirse también después de ser cocidas. Es un potente auxiliar en el tratamiento contra la deficiencia de vitamina C, urticaria y artritis. El caldo de rábano se considera también de gran ayuda para combatir enfermedades respiratorias y desordenes gástricos.

A la vista es muy agradable. Posee una hermosa tonalidad de rojo pálido, con una ligera inclinación hacia el color rosado. Por dentro es otra cosa, es blanco; tan blanco como una pastilla de aspirina.

 

Cuando la rebelión liderada por Lenin triunfó en la Rusia zarista y esta se convirtió en la Unión Soviética, el color rojo paso a ser el emblema de la nueva nación. Los símbolos más importantes (bandera, logotipos, y la esencia del movimiento marxista/comunista) se volvieron de color rojo. Y por consiguiente, todo lo que rechazaba a este sistema (ideas, personas, países, sistemas políticos) pasaron a ser identificados con el color blanco. Justo los colores del rábano.

En México, lo más granado de la izquierda nacional y extranjera se agrupó en torno al Partido Comunista Mexicano (PCM) desde 1919 hasta 1981, año en que el partido se fusionó con otros movimientos y dejó de tener registro ante las autoridades electorales.

Hemos tenido una larga presencia del pensamiento comunista en México. Y los rábanos han estado presentes desde el primer día.

En política mexicana, un rábano es aquella persona que comulga con el ideario marxista comunista. Se siente comunista, se siente rojo. Cree firmemente en la lucha violenta y en la eliminación de la iniciativa privada. Es más, comprende y aprueba la propuesta marxista de destruir las llamadas supra estructuras del sistema opresor: religión, cultura (arte, música, literatura) y libertad de expresión. Y lo hace porque son producto de una sociedad perversa, elitista, clasista y depravada.

El comunismo requiere, para su correcta implementación, eliminar todos los constructos socio culturales de la sociedad capitalista para poder crear la nueva estructura, una que sería liderada por el verdadero dueño: la clase proletaria. Los comunistas en México se sienten rojos hasta la médula.

Pero en su vida privada y económica son tan blancos como la luz de una lámpara incandescente. Y lo son porque se lanzan a la lucha contra el capitalismo desde la comodidad de las instituciones e infraestructuras proporcionadas por este. Desde un escritorio, acompañados de un buen café o una copa de coñac, reflexionan sobre la edificante lectura del manifiesto comunista de Marx y Engels, mientras checan la cartelera para ver que conciertos de música hay, y al mismo tiempo, verifican las transferencias realizadas a su cuenta empresarial durante el día. Porque por la noche son rojos, pero en el día se ganan la vida con toda la blancura posible.

 

El día que me entere que el profe Maciel era el dueño de la boutique más exclusiva de la ciudad, no lo podía creer. En efecto, la boutique “Escaparate” se ubicaba en la zona centro, justo a un lado del entonces cine – teatro social del sindicato petrolero de la sección 30. Solo ropa importada del Palacio de Hierro en la ciudad de México.

En sus vitrinas podíamos apreciar prendas Balenciaga, Gucci, Celine, Versace, Oscar de la Renta, Montana y los maravillosos trajes Yves Saint Laurent. En calzado, Jean Pierre y Bond. La tarde que fui a comprobar con mis propios ojos, estaba en promoción una bolsa de mano para dama de la marca Sofía Loren. La misma bolsa de piel de avestruz nigeriano color guinda que había usado durante una entrega de premios en Cannes, Francia. Del costo, mejor ni hablamos. Ni siquiera lo recuerdo.

La confrontación con el profe Maciel era inevitable y ocurrió durante una de las clases. Al cuestionarlo sobre la compatibilidad entre un pensamiento filosófico marxista y la actividad empresarial de alta gama, el me respondió tranquilamente que no veía el problema. La boutique Escaparate era un modo honesto de ganarse la vida y afortunadamente le iba muy bien.

Le pregunté entonces que haría el día en que en México se instaurara el comunismo, y el gobierno le confiscara o nacionalizara su negocio, le asignara un ingreso fijo anual junto con un par de camisas y pantalones, y un par de zapatos para todo el año. Él se rio y respondió calmadamente que eso era propaganda Yanki. No supe como debatir esta última afirmación.


Zaragoza, España. Primavera del 2011.

Por causas laborales, viví una temporada en España; en Zaragoza, comunidad de Aragón. El hotel Los Girasoles fue mi morada durante esos meses, y con el tiempo hice una bonita amistad con dos cocineras rumanas que atendían la cafetería durante los fines de semana. Una de ellas, Alina, era de mi edad. Los domingos en la tarde, cuando no salía a visitar otras ciudades, solía quedarme largo tiempo en la cafetería. Alina y yo charlábamos amenamente y en una ocasión, mientras ella me contaba sucesos de su infancia en su país natal, súbitamente mi mente regreso a 1986 y recordé mis debates con el profe Maciel.

Tenía justo frente a mí, a una persona que en su niñez y juventud había vivido en un país comunista, Rumanía. Nacida y educada en un régimen comunista.

En diciembre de 1991, la URSS (Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas) dejó de existir y en cuestión de semanas, la mayoría de los países del bloque soviético (entre ellos Rumanía) dieron carpetazo al comunismo y abrieron sus puertas al mundo capitalista de occidente. El comunismo había colapsado después de casi 75 años de existencia, dejando a los países del bloque en la ruina económica y con un rezago muy grande en materia de salud, alimentación y desarrollo tecnológico. El proletariado sufría hambre. Sus dirigentes, en su mayoría, simplemente cambiaron de bando y se convirtieron en potentados multimillonarios. Ya lo eran durante el régimen anterior, simplemente cambiaron los métodos. Siendo rojos, se hicieron blancos…como el rábano.

Las preguntas que le hice a Alina fueron las mismas que nos hacíamos los de mi generación en nuestros años de juventud. Estábamos a mediados de los años ochenta, veíamos a Iván Drago despedazar a Apollo Creed y a Rocky, simpatizábamos con el régimen, aprendíamos materialismo histórico con el profe Maciel, pero nos asaltaban las dudas sobre algunas cosas que leíamos: ¿era cierto que en el comunismo no había libertad de expresión? ¿tenían o no tenían libertad para viajar al extranjero por placer? ¿qué tan cierto era de que no podías poner tu propio negocio? ¿acaso era verdad lo del par de zapatos que el gobierno les asignaba por año, sin opción a elegir ni a recibir reemplazos anticipados? ¿era cierto que eran ateos? ¿qué tan cierto era eso de que no había partidos de oposición y que los disidentes eran enviados a prisión y en muchos casos eran desaparecidos?

Estas y otras preguntas fueron respondidas por mi amiga Alina, mientras nos tomábamos un chocolate preparado por ella misma. Olga, la otra cocinera rumana, nos observaba entretenida mientras limpiaba las mesas, y por momentos se acercaba para reafirmar algunas de las respuestas de su compatriota. Olga era mucho más joven, había nacido en los tiempos del colapso, pero conocía a la perfección la vida de sus padres.

Alina confirmo todos los rumores que yo había leído o escuchado en mi juventud. Algunas respuestas fueron escalofriantes. No podías andar en la calle después de cierta hora, a menos que tuvieras una justificación laboral certificada por el gobierno. Lo del par de zapatos por año, totalmente cierto. No había oposición y la prensa pertenecía al partido comunista; pensar diferente al régimen era perseguido y castigado. No había acceso a las noticias internacionales, vivían aislados del mundo occidental. Recibían educación ideológica para venerar a los patriarcas del marxismo y detestar al sistema capitalista. La comida estaba garantizada pero racionada sin opción a elegir fuera de un menú previamente aprobado por el gobierno. De salir al extranjero, no había modo, ni estaba permitido ni tenían los recursos. Los ingresos económicos los establecía el estado y estaban diseñados para llevar una vida muy modesta. ¿Aspirar a progresar económicamente? No estaba en su bagaje cultural, la educación comunista había producido ya efectos profundos en el imaginario colectivo. La religión estaba prohibida aunque la gente nunca dejó de creer en Dios, ella siempre recibió catecismo de su madre en casa. El sistema de salud era gratuito y universal y en opinión de Alina, era similar al de España, es decir, de la más alta calidad.

Debes entender Oscar – me explicaba – que los que nacimos y crecimos en ese régimen, no teníamos conocimiento de otros modos de vivir ni de ser. Era lo que teníamos y llevábamos la vida de la mejor manera posible.

¿Existe algo que añores de ese sistema? – pregunté ya casi al final de la charla.

Me respondió que si: la seguridad. Era lo único que echaba de menos de su país natal. En Rumanía prácticamente no existía la delincuencia común. Podías andar en la calle sola, hasta las horas permitidas, y tenías la certeza de hacerlo con seguridad. Había mucha vigilancia policiaca. Los delitos eran duramente penalizados, sin excepción.

 

Todo esto había quedado ya en el olvido, el marxismo/comunismo era para mí una cosa del pasado. Sin embargo, en tiempos recientes, con el advenimiento de la tecnología y en particular de las redes sociales, me he podido percatar de un renacimiento intelectual basado en los tiempos de antaño, y más precisamente, una añoranza por el sistema comunista. Sin mencionar nombres, tenemos hoy día youtubers milennials que se han convertido en celebridades, aclamadas por atacar al sistema capitalista y especular sobre un golpe de timón que nos lleve de nuevo por el camino de la verdadera justicia: el comunismo.

La ignorancia es transgeneracional, y desde un cómodo escritorio bien iluminado, consumiendo bebidas energizantes, con una laptop de $30,000 pesos, se lanzan a la conquista de likes produciendo contenido procomunista. Algunos de ellos se han atrevido incluso a elogiar los tiempos del camarada Stalin, a quien llaman un hombre adelantado a su tiempo, ignorando que ese tirano asesinó más personas que el mismísimo Mefistófeles de Hitler.

Voltaire alguna vez dijo: “puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero moriría defendiendo tu derecho a expresarlo”. Lo que estos exitosos e ignaros influencers pasan por alto, es que este adagio solo es posible en un régimen que garantice la libre expresión de ideas, cualesquiera que estas sean. Y la historia se ha encargado de enseñarnos, que esto jamás será posible dentro del régimen que tanto aclaman. ¡Si al menos entendieran esto!

 

Rojos por fuera, blancos por dentro. Algunos por ignorancia, otros por conveniencia, todos en la búsqueda afanosa de likes, popularidad y riqueza económica. Los rábanos nunca dejan de crecer.


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