Mi Tío, el Capitán de Mar y Guerra.

 

Capitán de Mar y Guerra.



Lamento mucho informarle respetable señora, que no hay nada que yo pueda hacer salvo aplicar el reglamento de la escuela, y este es muy claro al respecto. Su hijo, aquí presente, en una muestra de furia y saña inaudita, con tintes de perversa alevosía agredió salvajemente a su compañero, aquí presente también, quien resultó, gracias a Dios, con una herida leve casi superficial en el labio superior. Dejando en claro que bajo ningún motivo toleraré actos de semejante barbarie, declaro, que el susodicho alumno agresor quede expulsado de esta institución por un lapso mínimo de diez días, mientras se revisa con las autoridades estatales la posibilidad de una expulsión definitiva. Se le notifica también que quedará registrado en sus archivos y en su boleta de calificación, la etiqueta de Conducta Mala.

Para el joven agredido, en vista de que también lanzó golpes según testigos presenciales, se le aplicará un castigo de expulsión por tres días. Sin más que decir, declaro finiquitada esta diligencia. Muchas gracias y que tengan un excelente día.

Había un gesto de plena satisfacción en el rostro del director del plantel, el profe Bandala. Muy buen discurso, pero basado en supuestos falsos.

“Che profe, ahora si se pasó usted de lanza. ¿Cuál alevosía? ¿Cuál saña inaudita? El cuate y yo estábamos jugando, somos amigos. Se lo repetí hasta el cansancio. Se lo explique todo, con detalles. El cuate mismo reconoció mi versión. ¡agredió salvajemente a su compañero! Por Dios”

Mi soliloquió fue interrumpido por la voz entrecortada de mi madre.

   - Ya vámonos a la casa hijo, allá hablamos.

   - Pues sí, allá hablamos – repliqué cabizbajo.

Una expulsión de la ESBO por diez días era casi una sentencia de pérdida del año. Y todo por estar jugando luchitas con el cuate (sobrenombre que le venía por tener un hermano gemelo). Una vez más, ahora con 15 años recién cumplidos, no sabía cómo iba a resolver el problema. Dinero para una escuela particular, no había.

   - Hay que platicarle lo que pasó a tu tío Nacho, a lo mejor él pueda hacer algo – fue la respuesta de mi padre, después de contarle lo sucedido.

Y ese mismo día hablamos con mi tío Nacho.

Fue en una fiesta. Mi tío escuchó la historia, sonrió, y exclamó:

   - El lunes vamos a tu escuela hijo. Conozco a Bandala.

 

Mi tío Ignacio, es el hermano de mi madre. Tanto el cómo el resto de sus hermanos, nacieron en la hacienda de su abuelo, en un bello lugar de la huasteca veracruzana. Se criaron cobijados por el amor de sus padres, tíos y abuelitos. Siendo mi tío el nieto varón mayor, representaba la promesa en la continuidad de una estirpe que se perdía en el tiempo en lejanas tierras de otras latitudes, sin olvidar su herencia autóctona en lo más mínimo.

 

Llegamos a la escuela sin previa cita. Mi tío Nacho, mi papá y yo. Viajamos en un hermoso Caprice de la marca Chevrolet, propiedad de mi tío. Del año, color gris plateado con asientos de piel color azul marino, vidrios ahumados, automático. De esos que por dentro no se siente ni se escucha nada. Durante el trayecto mi tío me pidió que le diera los detalles del incidente.

   - Cuéntame las cosas como pasaron hijo, no te guardes nada.

Y así lo hice. Conté las cosas tal como ocurrieron, o al menos como yo lo recordaba.

   - Tío – le dije – este es el lugar de la subdirectora. Las visitas se estacionan al fondo.

   - No vamos a tardar hijo, no te preocupes – respondió con una amplia sonrisa.

Y tenía razón. Llegamos a la escuela a las 10am aproximadamente, y para las 12pm estábamos ya comiendo mariscos con enchiladas en un restaurante ubicado justo en la entrada de la avenida Avalo.

La secretaria confirmó lo que ya sabíamos, no teníamos cita y por lo tanto tendría que checar con el director qué día y a qué hora nos podría recibir. Regresó en 5 minutos, y con una actitud ceremonial, nos dio la bienvenida.

   - El señor director está muy complacido con su visita don Ignacio, pueden pasar.

Desde niño, había escuchado a mi madre hablar de mi tío Nacho. Nadie como él para dialogar, negociar y resolver problemas. Por primera vez tendría la oportunidad de comprobarlo.

Y lo vi en acción.

La conversación entre mi tío Nacho y el director del colegio, como yo la recuerdo, fue más o menos de la siguiente manera:

   - ¡Qué pasó mi contador! ¿cómo estás?, ¡oye pero que agradable sorpresa! ¿qué te trae por acá?

   - Hermano querido – respondió mi tío con voz firme – antes que nada, quiero aprovechar esta ocasión para felicitarte por tu nuevo puesto de director. Cuando me enteré, me sentí contento y orgulloso de tus logros. Y sabes muy bien, porque me conoces, que hablo en serio. Nuevamente, muchas felicidades mi hermano. Eres un orgullo para tu familia y para los que te apreciamos.

El profe Bandala agradeció conmovido, se dieron un fuerte abrazo, saludó a mi papá de mano, y cuando me vio solo me dijo “que tal”.

La puerta se abrió entonces, era la secretaria. El director preguntó a mi tío que quería tomar, café, té, agua, algún refrigerio, lo que deseara con toda confianza. Mi tío le aceptó un café. Mi papá solo agua. A mí ni siquiera me preguntó.

   - ¿En qué te puedo servir mi querido amigo?

   - Mira hermano, como ya pudiste notar, este joven que viene conmigo es mi sobrino. Es el hijo mayor de mi hermana Aleja. Y me contó sobre un incidente que ocurrió aquí mismo, en las instalaciones del colegio.

   - Fue una pelea Contador – interrumpió el director – más que un incidente, fue una pelea.

   - ¡Claro, claro! – respondió mi tío – fue una pelea breve; la cual, afortunadamente no pasó a mayores.

  - La semana pasada – interrumpió de nuevo el director – fue la semana del estudiante. Tuvimos eventos los cinco días. Deportes, concursos, juegos, y el viernes contraté un equipo de sonido para cerrar las festividades con un baile. Todo iba muy bien hasta que se dio la pelea entre estos dos muchachos.

  - Tienes toda la razón mi hermano, y que bueno que mencionas eso. Mi sobrino participó a media semana en uno de esos concursos. Tengo entendido que tu mismo le entregaste el reconocimiento por un segundo lugar en canto.

El profe Bandala no esperaba ese comentario. Lo sé por la disimulada sorpresa que se dibujó en su rostro.

  - Es cierto, es cierto – dijo mientras me veía – este joven canta muy bien. Cantaste una de José José ¿verdad?

   - Así es licenciado – respondí en voz baja.

  - Y en cuanto a los eventos deportivos -retomó la palabra mi tío - quizá mi sobrino no se animó a participar por el tremendo cansancio que implica entrenar todos los días en las tardes. El practica atletismo. Incluso ha representado no solo a la escuela sino a la misma ciudad en competencias estatales. Pero que te voy a decir yo a ti mi hermano, se que tu estás enterado de todo eso.

  - ¡Claro, por supuesto! – respondió el profe.

La puerta se abrió y entraron dos secretarias. Una venía con una jarra de agua de limón y dos vasos (para mi papá y para mí), y la otra traía una vianda con cafetera, dos tazas y unos bocadillos que a la vista se veían suculentos. Eran para mi tío y el director.

  - Mi querido Nacho, perdón que insista. Mientras hablamos, pueden prepararles algo para almorzar. Lo que se te apetezca, por favor, con toda confianza. Es muy grato tenerte aquí – puntualizó el director.

 La plática entre el director y mi tío continuó un rato más. Hablaron de amigos en común, de anécdotas que solo ellos entendían. Por momentos reían a carcajadas y aprovecharon para ponerse al tanto de sucesos de orden político.

Debo dejar algo muy en claro, el director (profe Bandala), era muy buen maestro, buen director y mejor persona. Era cortés y amable en su trato, mantenía un dialogo cercano con los estudiantes y aborrecía la violencia.

Mi tío Nacho, con esa gran capacidad para leer personas, lo sabía. Lo sabía muy bien y en ningún momento intentó imponerse o exigir. Tenía muy claro lo que iba a pedir y más claro aun la manera en que lo haría. Esa mañana, sin imaginármelo, asistí a una clase magistral de diplomacia.

Mi madre se había quedado corta con lo que me había contado. Mi tío hizo un despliegue de sensibilidad, empatía, dialogo y respeto hacia su interlocutor. A veces la vida te regala sus mejores lecciones así, de improviso, sin esperarlo.

  - Y bueno mi querido Nacho, yo estoy a tus órdenes. ¿qué puedo hacer por ti? Adelante con tu petición – exclamó el profe Bandala mientras se recargaba en su silla.

  - Hermano – inició mi tío – yo no he venido a pedirte nada. Este es tu lugar, es tu espacio. Hay una comunidad estudiantil y administrativa que dependen de ti; y eso es algo que yo respeto profundamente.

  - Te agradezco mucho que lo veas así Nacho, de verdad te lo digo. ¿Qué puedo hacer por ti?

  - Una súplica – respondió mi tío – Que por favor reconsideres la penalización. La violencia no se debe permitir bajo ningún motivo y eso no está a discusión. Solo busco que reconsideres los factores que hemos hablado y si lo consideras justo, entonces que el castigo a mi sobrino se reduzca a tres días, tal como se le aplicó al otro joven. Solo eso mi hermano.

El profe sonrió, nos miró a mi padre y a mí. Y respondió:

  - Eso sería lo justo.

 

Después de despedirnos, mi papá y yo pasamos con una secretaria a firmar un documento y verificar que la mala conducta fuera eliminada de mi boleta de calificaciones. Mi tío se adelantó diciendo que nos esperaba en el coche.

Al salir de las oficinas, mientras caminábamos por el pasillo central rumbo al estacionamiento, observamos un grupo de alumnos y alumnas, algunos de mi propio grupo, que charlaban amenamente con alguien. No podía distinguir quien era porque ya lo habían rodeado. Conté más de diez alumnos de preparatoria. Por un momento pensé que era alguien famoso porque a lo lejos daba la impresión de que hasta un autógrafo le estaban solicitando.

Era mi tío Nacho.

Mi tío tenía un porte y una personalidad magnética. Era imposible no voltear a verlo. Cuando me acerqué pude escuchar a una de mis compañeras insistirle para que revelara de que país era. Otro de mis compañeros (paradójicamente el otro cuate) le preguntaba si era algún político que venía de la capital del país. ¿Usted a que se dedica señor? ¡Ya díganos la verdad, usted no es de aquí verdad!

  - ¿listo hijo? Vámonos ya – exclamó mi tío cuando nos vio.

Cuando regresé a clases, tuve que “soportar” el asedio de algunas compañeras que me pedían más detalles sobre él.


Cuando navegas por alta mar en una embarcación frágil, una lancha o un velero, se puede sentir la poderosa inmensidad de la naturaleza y la fragilidad de la vida humana. Salir al mar y arriesgarlo todo, requiere mucho valor o mucha necesidad.

Durante la época de las grandes expediciones de Europa hacia el resto del mundo, cientos de miles de hombres valientes se lanzaron a la aventura y muchos jamás regresaron.

Viajaban en barcos muy frágiles, desplazados por el poder del viento cambiante sobre las velas. Con instrumentos de navegación rudimentarios, enfrentaban las inclemencias de las mareas y las tormentas. Arriesgaban la vida en todo momento. Eran hombres temerarios hechos a base de esfuerzo y tragedia.

Todos esos barcos eran comandados por un capitán. Un capitán de mar y en muchas ocasiones, de guerra. Sobre ellos recaía la responsabilidad de todo, del éxito o fracaso de la misión, de las muertes en alta mar, de sofocar traiciones y rebeliones, de enfrentar y dominar sus miedos, de inspirar a los demás, de impartir justicia, de llevar el barco a buen puerto.

Mi tío Nacho es para mi un Capitán de Mar y Guerra.

Es un hombre cuya vida ha sido de lucha incansable. Poseedor de un temperamento fuerte e indómito, ha sabido navegar por aguas turbias y cristalinas. Ha saboreado las dulces mieles del éxito y ha sufrido también el amargo sabor de la tragedia familiar y la traición. Es un hombre que lo ha visto y lo ha vivido todo.

Dotado de una inteligencia fuera de lo común, lo hemos visto en distintas arenas: los negocios, la política, la administración pública, la gestión exitosa de centros de rehabilitación. Siempre con la convicción de un actuar justo y firme.

A su lado, la gran compañera de su vida, su esposa. Mi tía Bety representa a la mujer determinada y fuerte. Capaz de acompañarlo en todas sus travesías y de estar siempre a su lado, firme en las buenas y en las malas. Es una mujer realmente admirable.

Juntos, le han hecho al mundo el mayor de los regalos: su descendencia.

 

Hoy, sin haber un motivo especial porque no es necesario, he querido honrar con este breve texto la vida y obra de mi tío Nacho, el líder de la manada…el capitán de Mar y Guerra.





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