La boda de Artemisa.
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Artemisa y Luis Felipe. |
El licenciado Jorge Luis
Valdepeñas Kuri tomó un trago de agua, aclaró la garganta, y se preparó para la
fase final de su brindis por los recién casados.
Por eso esta noche, todos los
que estamos aquí presentes, levantamos nuestras copas y brindamos por la dicha
de este nuevo matrimonio. Una hermosa pareja de jóvenes, a quienes la
providencia puso frente a frente en el devenir de su propio destino, y los
flechó de amor infinito para llevar a cabo, una vez más, en el ciclo interminable
de la vida, la culminación más bella y sublime a la que puede aspirar un ser
humano: formar una familia y vivir la vida en compañía del amor.
Levantemos nuestras copas
queridos amigos y amigas, y brindemos por esta hermosa pareja de enamorados. Levantemos
nuestras copas y digamos con el corazón en la mano: ¡Salud!
El salón Versalles del Hotel
Residencial Inn estaba a su máxima capacidad con 450 invitados, y todos al
mismo tiempo exclamaron salud, e inmediatamente después, disfrutaron del
enervante sabor del Moët Chandon Roi Louis XIV, cosecha 2015.
Artemisa Romanov González, la
novia, lucía espectacular. Portaba un vestido de novia de la colección Oasis y
Esencia 2023 de la modista mexicana Lydia Lavín. Color blanco aperlado, con
talle a la cintura, corte en tipo A, espalda descubierta, escote envolvente,
mangas estilo japonés, con bordados en charmeuse y tafetán blanco, y delineado
con un tipo de cola estilo catedral. Para el peinado, se contrató al mejor de
la ciudad, Michelangelo.
Luis Felipe Hermida Barbiaux, su
ahora esposo, pasó saliva cuando la vio llegar a la Iglesia.
Jamás olvidará las circunstancias
bajo las cuales la conoció. Aquel domingo, el y dos de sus compañeros de
trabajo, regresaban de la playa Bagdad, trasnochados después de una fiesta que
se había prolongado toda la noche. Habían parado en una estación de gasolina,
justo en la entrada a la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, y mientras les
llenaban el tanque, un grupo de tres mujeres jóvenes, ruidosas y trasnochadas
también, se encontraban cargando gasolina en la fila contigua. Escuchaban y
cantaban una canción de Natanael Cano a todo volumen y a todo pulmón. De
pronto, la chica que iba al volante comenzó a sonar el claxon insistentemente.
- ¿Ya viste quiénes son? – exclamó Miguel,
amigo de Luis Felipe y conductor del coche – Es Giovanna y sus amigas.
El tercer acompañante las
reconoció también y ambos devolvieron el saludo. Luis Felipe apenas se dignó a voltear.
No las conocía.
Terminaron de cargar gasolina y
se estacionaron en una cafetería ubicada justo frente al Tecnológico. Se
saludaron y platicaron un rato. Ellas venían de un antro ubicado en la avenida
Álvaro Obregón y acababan de dejar a una amiga en su casa, justo detrás del
tec. Después de un rato de charla, Giovanna preguntó quien era el, el amigo que
no hablaba. Luis procedió a presentarse con toda la formalidad.
Ahora, con la perspectiva del
tiempo, entiende perfectamente todo. Pero en ese momento, no le causó ninguna
gracia la reacción de las tres chicas cuando el las saludó. En particular Artemisa,
quien estalló en carcajadas sin importarle nada. Se rio de él en el mismo
instante en que las saludó: ¡hola! ¡qué tal!
Luis Felipe era español.
Era Español y su acento aragonés (oriundo
de Zaragoza) era y continúa siendo muy marcado, casi gutural. Quizá por la
cercanía con los montes pirineos que separan a España de Francia, o quizá
simplemente por el hablar de la gente de las montañas. El punto es que en la
comunidad de Aragón se habla un castellano bastante raro y difícil de entender.
Un castellano que suena muy gracioso a los oídos de un mexicano. ¡Es imposible
no reírse de ellos!
En un principio, Artemisa le cayó
mal. Y para hacer honor a la verdad, a ella no le hicieron ninguna gracia sus
desplantes de divo. Pero al destino, eso no le importa; cuando se le asigna una
misión romántica, es capaz de hacer hablar a las flores, y cantar a las
montañas.
Un año había pasado desde ese
primer encuentro. Se hicieron novios dos meses después y al poco tiempo se
convencieron de lo que era evidente para el resto del mundo: eran el uno para
el otro.
Artemisa se acercó con una
sonrisa en el rostro y le dijo:
- ¿Por qué tan pensativo mi amor?
El sonido de su voz era
suficiente para derretirlo. Su sonrisa alteraba sus sentidos al punto de no
escuchar nada de lo que se decía a su alrededor. El maestro de ceremonias se
escuchaba lejos, muy lejos. El calor de los brazos de ella sosteniendo los
suyos y mirándolo con esos hermosísimos ojos color avellana, lo hacían olvidarse
de todo y sentir en lo más profundo de su ser, que el amor era algo tan real y
que el paraíso existía en este mundo.
Cuando estaban solos, ella ponía
música y bailaba para él, solo para él. Lo hacía con gracia y sensualidad, y al
final siempre realizaba algún movimiento gracioso que la hacía estallar de risa
mientras se abalanzaba sobre sus brazos, y escondía su hermoso rostro en el
pecho de él. Lo abrazaba con fuerza y le decía al oído, te amo con toda mi
alma, con todo mi ser, con todo mi corazón; te he esperado toda mi vida y al
fin llegaste, llegaste mi amor. Y se quedaba así durante largo rato.
Ella lo sintió un poco tenso, lo
miró de nuevo a los ojos y quiso animarlo contándole algo que acababa de
ocurrir.
- Mi amor, no vas a creer quien
vino a la fiesta.
El la abrazó más fuerte, no
quería separarse de ella. Si por el fuera, todos podían irse ya a sus casas y
dejarlo solo con ella. Quería bailar solo con ella, sin testigos. Con ella a su
lado, no necesitaba nada más. Aun así, le respondió:
- Mi chiquita bebé, ¿Quién ha venido
a la fiesta?
Por un instante lo pensó, pero ya
no había vuelta atrás. Además, no tenía nada de malo, era solo una anécdota sin
importancia.
- El viejito.
El área de Broca y el área de
Wernicke son dos zonas del cerebro cuyas funciones principales están
relacionadas con la producción y comprensión del lenguaje respectivamente. Hoy
día sabemos mucho sobre estas dos zonas y la manera como interactúan para que las
personas podamos hablar y procesar lo que otros nos dicen. Ciertamente, el
lenguaje ocurre gracias a procesos sumamente complejos que se extienden a otras
zonas del cerebro, pero estas dos siguen siendo, hasta el día de hoy, las
señaladas por la neurociencia como las responsables principales de nuestras
habilidades lingüísticas.
El área de Wernicke de Luis
Felipe debió estallar al momento de escuchar lo que le decía su esposa.
Incrédulo, se separó un instante de ella y mirándola fijamente le dijo:
- ¿Cómo? ¿Quién mi amor?
- El viejito. Hace rato me vinieron
a decir que estaba allá afuera. Obvio no tenía invitación y no lo dejaron
entrar – respondió Artemisa – me mandó decir que si le daba chance de entrar.
Una ligera corriente eléctrica
recorrió la espalda de Luis Felipe. Habrase visto semejante desfachatez. Ese gilipollas
no tiene vergüenza.
- Y con el mismo impulso, lo has
regresado a dormir a su sarcófago – exclamó Luis más relajado.
Artemisa lo miró nuevamente y le
dijo:
- Amor, no te vayas a enojar. Di
instrucciones para que lo dejaran entrar. ¡Míralo! Viene de pingüino, y anda
buscando espacio en la mesa de mis amigas – exclamó riéndose.
Luis volteó rápidamente y en
efecto, ahí estaba el viejito. Muy campante, como si nada. Riendo y haciéndose
notar. Parecía estar dando instrucciones a un mesero para que le consiguiera una
silla. Quería sentarse a la mesa de las amigas de su esposa. Había una en
particular que le atraía mucho, Charlotte Nayib. Por un momento recordó una
frase de su abuelita: la miel de colmena no se hizo para el hocico de burro.
Inmediatamente mandó llamar a su
cuñado Santiago, el hermano menor de Artemisa.
- Os voy a pedir el primer favor,
como hermanos que ya somos – dijo Luis – ¿veis a aquel tío que está sentado con
las amigas de tu hermana?
- Mm si, pero ese no es mi tío –
respondió el joven extrañado.
- ¡Que no hombre! ¡Que ya se que no
es vuestro tío! El caso es que necesito que se vaya de la fiesta.
- Ah ya entendí. Quieres que lo
saque de aquí.
- Así es hermano. ¡A la puta calle!
¡Que se vaya a la puta calle!
Para ese momento, la hermana
mayor de Artemisa, Carolina, ya se había acercado a preguntar si todo estaba
bien.
- Todo está bien Carolina –
respondió Luis – es solo un pequeño incidente que ahora mismo voy a resolver
con la ayuda de Santiago.
- Le voy a hacer el paro a mi cuñado - exclamó Santiago eufórico - Voy a sacar a ese ruco de la fiesta, y si no se quiere salir ¡lo saco a putazos!.
Ya se habían acercado cuatro de sus
amigos para apoyarlo.
- ¡Que! – gritó Carolina – ¡tu no
vas a sacar a nadie jovencito! Te me vas a tu mesa con tus amigos ¡pero a la de
ya!
Artemisa, desesperada, tomo su
cara entre sus manos e intentó calmarlo:
- Bebe, bebe, por favor, mírame,
mírame a los ojos. Quédate aquí conmigo. No tiene importancia. ¡Déjalo! Al rato
se aburre y se va. No le des importancia mi amor.
- ¿Acaso has olvidado ya todo lo
que él ha hablado de ti y de mí? Lo que ha hablado de tus amigas, de esas con
las que está ahora mismo platicando y brindando.
- ¡No! No le he olvidado, pero eso
para mí, para nosotros, no tiene importancia. No la tiene mi amor, que esto no
sea motivo de un disgusto ¡no ahora mi amor! Vamos a bailar.
- El viejito se va a la puta calle,
y entonces bailamos – respondió Luis tajantemente.
En un primer momento, Luis no se
percató del cambio en la expresión de su esposa justo después de haber dicho
eso. Habló algo con su cuñada Carolina y cuando volvió a mirar a Artemisa, era
ya otra persona.
Esos hermosos ojos que lo
cautivaban todo el tiempo, ahora lo miraban con furia y determinación. Aún con
las mandíbulas tensas por la ira, le alcanzó a preguntar:
- ¿Es tu última palabra?
- El viejito se va ahora mismo –
respondió Luis con mucha seguridad.
Sin dejar de mirarlo y sin
parpadear, respondió:
- ¡Pues hasta aquí llegamos cabrón!
Carolina y Luis la observaron unos
instantes.
Luis no entendía el cambio tan
drástico de su esposa, Carolina lo entendió de inmediato. Como hermana mayor,
adoraba a Artemisa y la conocía muy bien. Sabía de su corazón noble y
desinteresado, de su dulzura y amabilidad, de su afán por ayudar siempre a sus
seres queridos y a sus amigos. Eran confidentes una de la otra. Se contaban
todo.
Y también conocía a la perfección
su carácter indómito y explosivo cuando la sacaban de quicio. Esa noche Luis no
leyó las señales correctamente, y un tsunami de emociones y acciones virulentas
se le vino encima sin remedio.
Giovanna Toscanelli, la joven del
coche y el claxon, se había acercado también para ver qué demonios estaba
pasando. Podía darse cuenta de que su amiga no la estaba pasando bien, y no iba
a permitir por nada del mundo que alguien le echara a perder su fiesta, ni
siquiera el pendejo de su esposo.
- ¡Ya no tienes esposa! Me voy en
este instante para mi casa y te quedas con tu pinche fiesta. Y me vale madre
todo – exclamó Artemisa sin dejar de mirar fijamente a Luis.
Después le preguntó a Giovanna si
la podía llevar a su casa.
Giovanna respondió: te llevo a
donde tu digas mi amor, y ay de aquel pendejo que se atreva a intentar
impedírmelo.
El tiempo se detuvo para Luis
Felipe.
Había escuchado sobre esa experiencia
psíquica y mística, donde el tiempo se detiene mientras puedes ver la totalidad
de tu vida, con todos sus detalles. En esos momentos, estás y a la vez no
estás.
Su padre había muerto diez años
atrás, su madre había partido también hacía tres años, víctima del COVID. Su
mundo se había derrumbado por completo cuando su madre murió. Por meses se negó
a todo y a todos. No quería trabajar, no quería vivir. Poco antes de enfermar,
su madre le había dicho que todo lo que deseaba para el se resumía en una sola
cosa: encontrar una buena mujer y hacerla su compañera de por vida.
Su juventud estuvo llena de
experiencias extremas. Practicó Jiu-Jitsu desde niño y participó en
competencias nacionales y europeas. Practicó paracaidismo y esquí acuático. Un
tiempo fue barman en Mallorca y gracias a su atlética figura y al 1.87 de
estatura, fue invitado a participar en un grupo de strippers, a lo cual se negó
rotundamente. Se graduó como Ingeniero en Robótica e Inteligencia Industrial en
el Institut Polytechnique de Grenoble en Francia, con la beca Erasmus. Su MBA
lo realizó en el Boston College, en los Estados Unidos.
Después formó una empresa junto
con otros dos compañeros. Se especializaron en la construcción de naves
industriales inteligentes para la manufactura de partes electrónicas. Eso fue
lo que lo trajo a Matamoros. Contratado por el gobierno del estado, había
firmado un convenio para construir cinco naves industriales en la ciudad de
Matamoros. Los jóvenes con los que iba ese día que conoció a Artemisa, eran en
realidad sus empleados, aunque el los consideraba sus amigos y compañeros de
trabajo.
Dos meses antes de la boda, había
llevado a su amada a tierras españolas. Sus tíos, tías, primos y amigos
quedaron encantados con ella. Recorrieron Madrid, Toledo, Barcelona, Pamplona,
Huesca, Logroño, y el país Vasco con sus dos sedes obligadas, Bilbao y San
Sebastián. Ella se enamoró de España.
Dos días antes de viajar de
regreso a México, le propuso matrimonio en pleno centro histórico de Zaragoza.
Justo en las ruinas del antiguo teatro romano, solos, con la luna llena de
testigo, ella aceptó y el le prometió amarla por siempre. Justo en ese lugar
donde por más de dos mil años, miles de parejas de enamorados hicieron lo mismo
en otros tiempos. Ambos lloraron largo rato. El destino los había puesto frente
a frente para cumplir con un solo propósito: amarse.
La intensidad de la pasión que
Luis sentía por ella llegó a tal punto que por primera vez en su vida se animó
a escribir algo romántico. Toda su vida dedicado a diseñar algoritmos y
escribir código para lenguajes de programación de inteligencia artificial,
competir en deportes y pasear por las playas, se reducía ahora a un sencillo
pero apasionado acróstico que había compuesto para ella:
risueña y mimosa,
tierna y cariñosa,
elevas mi temperatura de forma indecorosa...y con tu
mirada firme y misteriosa,
intrigante y candorosa,
serenas mi pasión ardorosa… y me
alimentas como el dulce polen a una mariposa.
Su tío Nacho, el líder de la
familia, le había dicho con solemnidad mientras se limpiaba los ojos de
lágrimas: hijo mío, esta es la mujer que tanto has anhelado, es ella hijo. No
la dejes ir. Solo una cosa te voy a pedir: ¡No la vayas a cagar!
Y eso era precisamente lo que
estaba haciendo ahora mismo.
Cuando salió de su aletargamiento
mental, lo primero que vio fue a su esposa, con la mirada perdida y con un par
de lágrimas escurriendo sobre sus mejillas. Eso le provocó un dolor profundo y muy
intenso, y se quedó estático, mudo, sin saber que hacer ni que decir.
Carolina se acercó a él, le tomó
del brazo, y se estiró lo más que pudo para decirle algo en voz baja:
Tienes enfrente a una gran
mujer. La mujer con la que seguramente has soñado toda tu vida, esa que has
añorado aun estando en compañía de bellas mujeres, esa es mi hermana. Ella es
eso y mucho más. No te pierdas Luis, ni la pierdas a ella. Su coraje y su dolor
es que no hayas apoyado una simple decisión que tomó y que la hayas ridiculizado
haciendo lo que hiciste. Yo no se quien es ese viejito mentado, ni que te hizo,
ni que dijo, y la verdad ni me importa. Me importa mi hermana, me importas tú,
y me importa la felicidad que el amor les tiene reservados.
Luis dio unos pasos hacia su amada,
hizo un intento por hincarse pero ella se lo impidió. Lo levantó y lo miró a
los ojos. El solo pudo balbucear:
- Mi amor, por favor perdóname.
Se fundieron en un abrazo que
hizo estremecer a todos los presentes. El recinto estalló en aplausos y el DJ
del hotel no desaprovechó el momento e intuitivamente, sin que nadie se lo
pidiera, dio Play a una canción que consideró ad hoc para el momento: The
Scientist de Coldplay.
Han pasado ya casi veinte minutos
del incidente. Las luces del recinto se han reducido al mínimo, del piso emerge
hielo seco, y los ahora esposos siguen bailando lentamente al compás de una
melodía romántica.
De pronto, Luis levanta la vista
y se percata de que el viejito está charlando animadamente con alguien. En
realidad habla solo, porque nadie le está haciendo caso. Cierra los ojos, y
continua el vaivén con su esposa. Ella se ha quitado el calzado y baila apoyada
en los zapatos de él. Vuelve a levantar la vista y ahora el viejito lo está
observando fijamente, serio y con una mueca de hastío. Lentamente, sin que
Artemisa ni nadie se de cuenta, levanta ligeramente su mano derecha en forma de
puño, y despistadamente hace emerger el dedo medio, llamado dedo corazón, enviándole
una señal de insulto al más puro estilo “culeeero”. El viejito se levanta, mira
a su alrededor, y sin despedirse, camina lentamente hacia la salida.
Ni siquiera probó el primero de
los tres platillos del rico menú que estaban ya sirviendo.
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