Mis momentos Martha Higareda

Realidad objetiva, pensamientos surrealistas.



¿Son verdad o son mentira?

Las historias que recientemente hemos leído o escuchado de Martha son inverosímiles a la luz de la lógica cotidiana. Algunas alcanzan los límites de lo extremo y generan todo tipo de burlas y comentarios sarcásticos. Sin embargo, en lo personal he aprendido que el mundo y la realidad sobre la que nos movemos está llena de sorpresas y situaciones increíbles.

El mundo de las coincidencias, circunstancias y lugares especiales es tan real, y tan mágico, que muchas personas no lo viven jamás en sus vidas.

¿Son verdad o son mentira?

Ante esta pregunta, yo respondo: ¡Que mas da! No me importa saber si están basadas en hechos reales o son producto de una poderosa imaginación. Esta bella y talentosísima actriz mexicana tiene tantos éxitos profesionales, que no necesita publicidad por historias inventadas. Por otro lado, hablar a los cuatro meses es, hasta donde puedo entender, biológicamente imposible.

Que mas da si son reales o no. Lo que para mi es importante es la calidad de las historias, el potencial que tienen de ser verdaderas, y el gran fenómeno que han desatado en las redes. Porque las historias, bien contadas, son para eso, para entretener a la gente, hacerlas pensar, reflexionar y debatir. Cuando una historia logra eso, bien vale la pena escucharla o leerla. La última palabra, como siempre, la tiene el respetable público lector.

Este es un compendio dinámico de mis momentos Martha Higareda. Es dinámico porque se irán agregando historias personales conforme las vaya recordando.


Episodio 1 – Un encuentro inesperado.

 

Febrero de 1989. Poza Rica, Veracruz. México.

El cine Hidalgo, el más grande de la ciudad, está a reventar. Hace dos horas inició la entrada del público y ya no cabe una persona más. Todas las butacas están ocupadas, y la expectativa crece minuto a minuto. Yo alcance a comprar un boleto para la quinta fila, casi en el centro. Podré ver al amor de mi vida, Thalía, justo frente a mí. El corazón me late a mil por hora, estoy frenético y ansioso, quiero que salgan ya al escenario.

De pronto las luces se apagan, comienza a salir abundante hielo seco sobre la pista. Se encienden luces de colores en el escenario, y cuando la intensidad de la niebla se disipa un poco, podemos ver a los músicos ya instalados en sus posiciones. Guitarristas, pianista, baterista, todos listos.

Y comienza la música.

Rápidamente identificamos los primeros acordes del éxito “Si no es ahora” y todo mundo esta de pie, bailando, gritando y reclamando la presencia de los invitados especiales. Timbiriche, Timbiriche, Timbiriche.

Se abre una puerta, y sale corriendo el primero: Diego. Los gritos de las chicas es ensordecedor. Después salen Capetillo y Erick, y la reacción es igual o más ruidosa. Finalmente salen al escenario Paulina, Edith, Alix y Mariana. Sin decir hola, comienzan a cantar. Muchos seguimos viendo hacia la puerta, seguimos esperando. Estamos convencidos de que saldrá de un momento a otro. Me doy cuenta de que no soy el único que está ahí solo por verla a ella.

Thalía no salió nunca.

En efecto, a medio concierto el reclamo era tal por parte del público, que la misma Paulina tuvo que hacer un alto e informarnos que Thalía se había sentido mal y no había hecho el viaje con ellos. Le bajó la presión dijo.

Nadie le creyó. Disfruté el concierto, pero salí de ahí con una sensación de pesadez. Decepcionado y defraudado. Primera vez en mi vida que iba a un concierto en vivo. Junte para mi boleto con sacrificios, y ella no vino.

Llegué a mi casa por ahí de las 6 de la tarde. Me acosté y me quedé dormido. Mi padre me llamó a las 8 para preguntar si me sentía mal. Respondí que solo estaba cansado.

Dos horas después, me vuelve a llamar mi padre. Esta vez no es de cortesía, hay alguien del hotel que quiere hablar conmigo urgentemente. Es la licenciada Esmeralda Romagnoli, gerente general.

El Hotel Xanath había sido inaugurado recientemente. La empresa donde yo trabajaba fue contratada para la instalación de los equipos de cómputo y el desarrollo del software para administrar el hotel. Yo me desempeñaba como programador de computadoras, y el hotel Xanath era mi proyecto más importante en ese momento.

 - Oscarito, disculpa que te hable a esta hora en sábado – me dijo la licenciada en un tono amable – tenemos un problema con el sistema. Algo hicimos mal seguramente y ahora no podemos imprimir las facturas de los clientes.

No dejé que terminara, la interrumpí diciéndole no se preocupe licenciada, ninguna molestia. En veinte minutos estoy ahí.

 - Imaginé que dirías eso y me adelanté. Ya va alguien del hotel a recogerte, para que no pagues pasajes ni te vengas caminando – concluyó la licenciada.

Han pasado dos horas, el problema del sistema ya está resuelto. Y ahora me encuentro en el restaurante del hotel degustando una deliciosa cena, cortesía de la casa. La licenciada había insistido en que cenara antes de llevarme de regreso.

Ya estaba terminando cuando el chofer se acerca y me informa que la licenciada quiere hablar conmigo. Uff ¿y ahora que fallo?  pensé. Pero no, no había ningún problema con el sistema. La licenciada estaba en la recepción y me dijo:

 - Oscarito, quiero que mires hacia allá y me digas que ves.

A un costado de la recepción, había un pequeño bar que generalmente tenían cerrado. Esa noche estaba abierto y no se veía gente.

 - Observa bien, inclínate un poco. Hay una chica con gorra blanca. ¿La ves?

En efecto, pude ver a una joven de perfil, sentada en una mesa, portando una gorra blanca y en la mesa de al lado, dos personas que la observaban discretamente.

 - Quiero que te lo tomes con mucha calma – me dijo seriamente la licenciada – no quiero gritos ni euforias ni nada. Tu tranquilo, ¿ok?

 - ¡Es Thalía!

Horas después del concierto, cientos de seguidores del grupo se arremolinaron frente a un hotel ubicado en la zona centro de la ciudad. El rumor se había generalizado, ellos pasarían la noche ahí. Sin embargo, por alguna razón, Thalía no se había hospedado en el mismo hotel. Su manager la colocó en el Xanath, el cual se ubicaba sobre la avenida Ruiz Cortines, hacia el norte de la ciudad.

Mi reacción fue un clásico ¡ja! Si como no.

Sin hacer caso a mi comentario, la licenciada me dijo que podía ir a pedir un autógrafo. Ella le había hablado de mi al manager y accedió a que me acercara solo por un autógrafo.

 - Solo eso Oscar, la saludas, le pides un autógrafo y listo – me indicó la licenciada – al parecer tuvo un problema con una de sus compañeras y eso la hizo sentirse mal. Por eso la hospedaron aquí con nosotros.

Ten cuidado con lo que deseas, porque un día se te puede conceder. Así dice el famoso adagio del cual yo me reí cuando lo escuché por primera vez. A mi no se me concede nada de lo que deseo.

Pero esa noche, al parecer, el destino traía ganas de reírse de alguien, y le gusté yo como conejillo de indias.

Me encaminé hacia el bar como autómata. No recuerdo nada de lo que iba pensando. Quizá no pensaba en nada. Me detuve a dos metros de su mesa, volteé a ver a los dos hombres de al lado, uno de ellos era su manager, y con un movimiento de asentimiento me indicó que podía acercarme y solicitar mi autógrafo.

 - Buenas noches – dije con recelo.

La chica levantó la vista, sonrió y me respondió:

 - ¡Hola!

¡Putísima madre! ¡no puede ser! Era ella, en verdad era ella. La voz, la cara, la sonrisa que tantas veces había visto en quinceañera, sus dientes, su pelo. No había duda, era ella misma en persona. Ahí, sentada, sonriente y amable, frente a mí.

Me quedé congelado, de una sola pieza. No pude decir nada. El manager le tuvo que decir que iba por un autógrafo.

 - ¡Claro que sí! ¿quieres sentarte un momento o ya te tienes que ir? – preguntó Thalía.

Por increíble que parezca, el miedo se apoderó de mí y busqué apoyo en el manager. Quería que le recordara que solo iba por un autógrafo. Pero el manager solo sonrió, estaba tomando cerveza con otra persona, y me dijo: siéntate con ella un rato, no hay problema.

Y me senté a la mesa con Thalía.

Todo lo que ocurrió después, está grabado en mis memorias de una manera especial. Siempre que recuerdo la experiencia, puedo escuchar música y sentir que estoy flotando. Así se guardó la conversación que tuve con ella, con música de fondo y con mi cuerpo flotando en lo etéreo.

Me acababa de sentar cuando me lanzó un dardo envenenado. Me dijo que guapo eres por cierto.

Y charlamos.

Primero quiso saber de mí. Escuchó con mucha atención todo lo que le conté. Me preguntó detalles sobre mi profesión de programador, y mientras le explicaba podía ver expresiones de sorpresa y admiración en su rostro. Me preguntó si tenía novia, le dije que no, y soltó la carcajada diciendo que seguramente me estaba esperando afuera en el coche. Hablamos de música, de películas, de artistas. Tuve la ocurrencia de comentarle que estaba estudiando francés en la escuela de idiomas de la universidad, y esto le agradó mucho. Ella habla francés y por un breve rato charlamos en esa lengua. Tuve que detenerme avergonzado cuando mi limitado vocabulario me impidió continuar. Me felicitó y me animó a que continuara estudiando esa bella lengua. Ella la aprendió desde niña en la escuela.

Y después, hablamos de ella.

Su manager se despidió y solo se quedó la otra persona, que resultó ser el guardia personal. Solo nos miraba sin intervenir ni acercarse. Cuando nos dimos cuenta, eran ya las dos de la mañana. Llevábamos hablando casi dos horas sin interrupción. Vio su reloj, se sorprendió de la hora, puso su mano sobre mi antebrazo y me dijo: es muy tarde ya, imagino que ya te quieres ir. Yo solo respondí estoy bien, no te preocupes por mí.

Ella quería seguir charlando pero en otro lugar. Le propuse que saliéramos del hotel, y nos sentamos en las escalinatas de la entrada principal. Ahí, como dos jóvenes normales, yo lo era, pasamos las siguientes cinco horas hablando hasta que nos amaneció. Vimos pasar coches, gente dando el rol, personas caminando por la banqueta, y nadie reparó en nuestra presencia. Nadie se imaginó quien era la hermosa joven que estaba junto a mí.

Me contó sobre su vida, su infancia, sus recuerdos de familia. Por ratos reíamos a carcajadas, por ratos se ponía triste recordando anécdotas y yo la acompañaba con mis lágrimas. Jamás he conocido a una mujer tan dulce, tan profunda, y tan sencilla como ella. Casi al final de la charla, me hizo una confesión:

 - Voy a dejar Timbiriche Oscar.

Mi reacción fue instintiva. Le pedí que no lo hiciera, que había millones de hombres y mujeres que la amábamos y que no entendíamos al grupo sin ella.

Que lindo eres, me dijo mientras acariciaba mi rostro con su mano. Me explicó que tenía que seguir con su carrera y lo haría como solista. También me dejó en claro que había cosas en el grupo que no le estaban gustando, y me hizo un par de revelaciones que juré no contar jamás. Y lo he cumplido.

Al final, ya con la luz del día, nos despedimos en un fuerte y prolongado abrazo. Ella insistió en que alguien del hotel debía llevarme de regreso a mi casa, pero yo la tranquilice. Le explique que solo tenía que caminar cinco cuadras para llegar a mi destino. Me volvió a abrazar y me dio tres besos. Uno en la frente, otro en la mejilla, y uno más en los labios.

 - Nunca olvidaré esta noche Oscar, eres un gran hombre. Cuídate mucho por favor y si me necesitas, búscame – exclamó con cierto aire de nostalgia, resultado quizá del cansancio y del sueño.

 - Te quiero mucho – respondí mientras un par de lágrimas salían de mis ojos.

 - Si lloras, yo también lloro – me dijo, mientras me secaba el rostro con sus delicadas manos.

Di la media vuelta y comencé a caminar rumbo a mi casa, sobre la avenida Ruiz Cortines. Una cuadra después, justo frente al negocio de hamburguesas Búfalo, me detuve un momento, y volteé hacia atrás.

Ella estaba ahí, con el guardia personal a su lado, mirándome. Alcance a distinguir su sonrisa y la vi llevarse su mano a la boca, y enviarme un último beso. Respondí igual, di media vuelta, y no me detuve hasta que llegué a mi casa.

Durante el trayecto, hice un juramento. Juré no contar esta historia a nadie, nunca. Era tan sublime y surrealista que jamás la pondría al alcance de la incredulidad de nadie. 

Años después, modifiqué mi juramento y me prometí contarlo al primer nieto o nieta que tuviera si es que la vida me hacía ese regalo. Hoy día, con la edad que tengo y sin los regalos de vida, he decidido compartirla.

Dios y el guardia de seguridad fueron los únicos testigos de aquella noche fascinante. Y si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo.




Episodio 2 – En el Antro.
 

Frontera México-Estados Unidos. Otoño del 2007.

 

El antro estaba lleno a reventar y apenas era jueves. El jefe de meseros se acercó y me indicó que solo me podían acomodar hasta el final del recinto, en una pequeña mesa para dos personas y pegada a la pared. Le respondí arre.

Después de un rato, se acercó un mesero y me dijo:

—¿Lo de siempre padrino?

—Lo de siempre mijo.

Mi cubeta de cervezas, acompañadas de una copa de cristal llena de cacahuates enchilados, llegó justo cuando Priscila me estaba saludando con un beso y un abrazo.

—Una bebida para la señorita por favor ¿qué quieres tomar hermosa?

La pregunta era simple cortesía, ella al igual que el resto de sus compañeras, solo podía ordenar Caribe Cooler. El sabor era libre.

Vimos el performance de Michelle y casi al terminar, Priscila me preguntó:

—¿Si estás enterado de quien viene hoy verdad?

Al otro extremo de la ciudad, el mismo dueño del local estaba inaugurando un nuevo negocio, una discoteca VIP. Para la ceremonia del corte del listón habían invitado a tres artistas mexicanos de renombre.

—No mi amor, ni me interesa saber. Esta noche, la única persona que me importa eres tú.

—Mirá vos, que lindo sos –respondió con un enervante acento argentino.

Una hora después, justo cuando se escuchaba Dragostea din tei del grupo O-Zone, se interrumpió la música y por el altavoz se escuchó una persona que decía: ¡Ya llegó! Se les pide cordura y que sean educados todos, sobre todo ustedes chicas.

La penumbra y el hielo seco en exceso sobre la pista no dejaban ver con claridad. Solo se veía un tumulto de personas que se desplazaba lentamente. Pasaron frente al baño de los hombres y se detuvieron unos minutos.

Después reiniciaron el movimiento hasta que llegaron a una mesa grande que estaba justo a mi derecha. Fue entonces cuando lo vi.

Entallado en un pantalón negro ajustado de piel y una chamarra de cuero del mismo color, se veía elegante y con mucho porte. Se ve más alto en la tele pensé. A pesar de la penumbra, pude distinguir el color de sus ojos, azules como el mar, encuadrados en un rostro perfectamente bronceado.

En menos de un minuto, el área se llenó de chicas y de algunos clientes que a gritos exigían una foto y un autógrafo de él.

¡Roberto! ¡Roberto! ¡Por favor, solo una foto!

Los guardias pusieron orden y por el altavoz se escuchó lo siguiente: chicas, ¿en qué quedamos? Por favor, hagamos pasar un momento agradable a nuestro invitado de lujo. No siempre se tienen visitas de este nivel. Don Roberto Palazuelos, sea usted bienvenido a la Belle Femme Night Club. Es un honor tenerlo aquí. Esta es su casa señor.

 

—¿No vas a ir a saludarlo? —pregunté— Aprovecha, él es una figura muy prominente en el país. Por mi no hay problema, adelante.

—Es lo que me han dicho —respondió Priscila— se ve mucho más guapo en persona. Tal vez vaya en un rato pero no ahora, mirá, está rodeado de gente, no hay modo.

En efecto, lo teníamos a un lado pero casi no lo veíamos. Una de las chicas del lugar tenía su trasero colocado justo frente a mí, inclinada, intentando obtener un autógrafo.

Ordenamos más bebidas y al cabo de un rato, Priscila me dijo:

—¡Voltea! ¡Voltea! Está mirando hacia acá.

No le hice caso, le di un largo trago a mi cerveza y seguí observando el performance de la joven en turno. Hay que respetar el espacio de los artistas y no molestarlos pensé.

Después de un rato, el área se había normalizado. No más aglomeración de gente. Fue entonces cuando voltee a verlo y por esas casualidades de la vida, el volteo también. Estábamos a dos metros de distancia. En su mesa había tres personas más conviviendo con él, y cuatro elementos de seguridad de pie y cuidándolo.

—¿Qué onda cabrón, cómo estás? —fueron sus primeras palabras.

Obviamente era la misma voz que había escuchado en sus telenovelas y programas en tele. Aún así, no dejó de sorprenderme. No hay duda, es el.

—Buenas noches, Roberto, un gusto conocerte. Estoy bien gracias a Dios, ¿tu como estas?

—¿Qué estás tomando? —replicó.

—Ah, em bueno pues, cervecita. Me estoy tomando una Indio.

Hizo un gesto de desaprobación y se dirigió a uno de sus acompañantes:

—Denle un Whiskey al señor.

El joven se levantó de inmediato y hablo con el mesero.

—Que amable Roberto, no es necesario, mira yo con mi cervecita …

—Insisto.

El mesero ya estaba junto a mi:

—¿Qué Whiskey desea tomar padrino?

—Pues dame una copa del mismo que estén tomando ellos, para no desentonar.

—Excelente decisión padrino –exclamó con orgullo el mesero.

Levanté mi copa y brindé con Roberto. Él correspondió.

Un rato después, llamé al mesero para que me trajera otra cerveza. El mesero me dijo que tenía instrucciones de seguir sirviéndome whiskey, del que yo quisiera.

Y así lo hice. Y pagué las consecuencias.

Habían pasado ya dos horas cuando recuperé mi conciencia. El Whiskey mezclado con cerveza me produjo una laguna mental de la que no recordaba nada. En el recinto aún había gente y música, pero mis vecinos de al lado se habían marchado ya.

Podía recordar todo hasta el tercer whiskey. Después de eso, mi mente estaba totalmente en blanco. ¿Pasó o no pasó? ¿Fue real o fue producto de mi vasta imaginación? Busqué afanosamente a Priscila pero no la vi por ningún lado. No, definitivamente todo fue un engaño de mi propia mente, ya parece que me van a andar invitando whiskeys en un lugar como estos. Y menos un personaje de la talla de él. Pero entonces, ¿cómo explicar los primeros whiskeys los cuales si recuerdo bien? ¡Que mas da!

—Mijo, por favor tráeme la cuenta. Ya me voy a retirar.

—No hay ninguna cuenta —respondió.

—¿Cómo? ¿Y todo lo que consumí?

—Padrino, su cuenta está ya pagada. Cortesía del caballero que le invitó los Whiskeys. Esta es su casa y lo esperamos de regreso pronto.


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