Prólogo a Diez Anécdotas Gerenciales.
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"un buen líder renuncia a sí mismo en pos de su familia, su empresa y sus colaboradores" Doug Lorber. |
La razón por la cual decidí
escribir este libro con diez anécdotas gerenciales surgió en una fiesta a la
que asistí en calidad de invitado.
Mi amiga Jenni Athanasopoulous
organizó un convivio para celebrar el compromiso matrimonial de su hija mayor, Carolina.
Quien me conoce sabe que normalmente
no voy a reuniones ni a fiestas. Suelo aburrirme mucho. Estoy bien durante una
hora y después veo mil motivos para retirarme. Suelo escudarme en un lacónico it
is what it is y sin despedirme de nadie (esa es otra particularidad), me
desaparezco de la escena.
En una ocasión, en la boda de uno
de mis jefes, se tardaron mucho en llegar los novios. La sesión de fotos se
había extendido porque la novia no quedaba conforme. Sin novios no hay cena ni
música. No lo pensé dos veces, me salí y fui a ver una película al cine. Dos horas
después estaba de regreso justo para ver a mi jefe entrando muy sonriente con
su esposa.
Esa vez no sería la excepción. Mi
amiga Jenni me advirtió Ay de ti con que no vayas Oscarito. Y bajo la
promesa de que habría música de mariachi en vivo durante una hora, me presenté
a la fiesta.
Había buen ambiente y la cena era
variada y muy rica. Mi amiga no se complicó la vida: contrató un carro de tacos
al pastor, un puesto de gorditas hechas a mano con guisos
variados, un carro de hot dogs y hamburguesas para los niños y jóvenes, y un
puesto de paletas, dulces y golosinas.
Me sentaron a la misma mesa que
Jenni. Saludé a su esposo, platicamos un rato, cené, y me resigné a escuchar gente muy desafinada cantando en el karaoke
Después de un rato estaba listo para retirarme.
Una joven pareja que estaba sentada a mi lado me me hizo plática casi de la nada. La chica era sobrina de Jenni, y el joven, su esposo, decía conocerme.
- Usted era gerente de materiales
en la empresa ABC – comento con entusiasmo – lo recuerdo muy bien don.
- ¿A poco trabajabas ahí? –
pregunté pensando en la forma de escabullirme del lugar.
Y entonces escuché una historia que captó mi atención a tal grado que acomodé mi silla para poder platicar mejor.
Me contó que aún trabajaba en esa
empresa y que su posición era Inspector de Calidad. Me dijo el nombre de su
jefa y supe de inmediato que me decía la verdad.
- Que tremenda responsabilidad la
de ser gerente – continuó – yo siempre le cuento a mi esposa que ustedes, los gerentes,
son personas con una tremenda preparación, que todos los días tienen que tomar
un montón de decisiones importantes y que no pueden fallar. A veces los veía
haciendo recorridos por la planta, juntos, dialogando y observando los
procesos. En algunas ocasiones, me tocó ver y escuchar a mi gerente hablar en
inglés con un cliente. Fue impresionante, no se cómo lo hacen. Y además, las
horas que le tienen que invertir. Para mí, ustedes, los gerentes, están hechos
de otra madera, una muy fina y resistente.
- ¡Oh perdón! ¿dije algo gracioso? –
preguntó el joven.
La verdad es que desde la mitad
de su discurso, yo había comenzado a reírme en silencio. No tardó en hacerse
evidente que yo me estaba riendo de lo que decía. Tanto el como su esposa me
observaron un tanto descolocados. Yo me disculpe, alegue que me había acordado
de un chiste de Franco Escamilla, y le pedí que continuara. Así lo hizo.
Después me hicieron algunas preguntas las cuales intenté responder lo más
honestamente posible.
- ¿Qué tan cierto es que los
gerentes pasan muy poco tiempo con sus familias? – me preguntó la joven esposa.
Veinte minutos después manejaba
de regreso a mi casa. Pensaba seriamente en todo lo que me habían dicho tanto
el joven como su esposa. No pude evitar reírme, pero no de alegría. Mi risa tenía
otro fondo. Decenas de anécdotas golpearon en mi memoria exigiendo ser liberadas,
expuestas, contadas pues.
Anécdotas e historias de gente al mando (gerentes) realizando las tonterías más inverosímiles que se pueda uno imaginar. Desde jefes sometiendo a votación la solución para un problema de calidad (desechando los métodos tradicionales de solución de problemas), hasta gerentes que realizaron sesiones de espiritismo en la fábrica para encontrar la solución a problemas de variación en una línea de producción. O bien, jefes pidiendo el pack a candidatas de nuevo ingreso.
¿Hay gente brillante al mando de
empresas? Si, ¡claro que las hay! Me consta. He tenido la fortuna de conocer
algunos. Brillantes en su pensamiento y en su proceder. Justos y humanos
en su trato con sus colaboradores. Hombres y mujeres que tratan a su personal
de la misma forma en que tratan a un cliente.
Pero lamentablemente, también
existe gente muy nefasta al mando. Y también lo sé porque me
consta.
El ego, la avaricia y la arrogancia, nos convierten en la peor versión de nosotros mismos. Nos convierten en personas estúpidas que vamos por la vida tomando malas decisiones, y en muchas ocasiones, recibiendo promociones por ello.
Incapaces de aceptar las
consecuencias de las decisiones que toman, siempre encuentran a alguien dentro
de la cadena de mando en quien descargar sus culpas e ineptitudes.
Las diez anécdotas que presento
en este libro son todas verídicas hasta en su más mínimo detalle. De hecho, los
pasajes más raros e inverosímiles son los más reales. Por obvias razones, los
nombres de las personas que aparecen en las historias son ficticios, porque este
libro no busca exponer a nadie. Las anécdotas están contadas con la
finalidad de entretener y dejar una moraleja de alerta a todo aquel y aquella
que aspire a llegar a puestos de mando. Le espera una tremenda responsabilidad
y debe prepararse arduamente para ello.
Todas las historias ocurrieron en
un entorno de fabrica de manufactura (maquiladora) ubicado en la frontera de
México.
Dedico este libro a todos los jefes
extraordinarios que tuve y de los cuales aprendí la mejor de las lecciones: reclutar
a los y las mejores (si son mejores que uno, con mayor razón), mantener
siempre los pies sobre la tierra y no abusar nunca del poder que nos da un
puesto de mando. Se puede y se debe ser muy exigente, pero nunca abusar del
poder.
Dedico este libro a Douglas Lorber,
el mejor líder de manufactura que he conocido en mi vida y de quien tuve la
fortuna de ser su colaborador. Gracias por ser el primero en confiar en mí y
apostar por mí. Eternamente agradecido. Saludos hasta el cielo.
Dedicatoria especial para Frank Caldwell, Gregory Stevens,
Kishor Muzumdar, Don Weisend, John Harvey, Mike Beverly, Douglas Tushar, Scott Paquette, Brooks Harris, Eduardo Pamies y Mario Gutiérrez. Donde
quiera que se encuentren.
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