El día que perdí mi asiento en UMA
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Disculpe señorita, ese es mi asiento. |
Voy un poco tarde para la universidad. Son las 7:50am y la
hora de entrada es a las 8am en punto, sin opción a ningún retraso. Si no estoy
dentro del salón para cuando suene el timbre, la clase está perdida y con
seguridad la totalidad de la materia. Esas son las reglas y firmé de enterado al
inscribirme.
Estoy en el semáforo de Soriana Plaza Fiesta, justo debajo
del puente. Entra el primer mensaje de WhatsApp, es Sandra, mi compañera y
amiga de clase.
—¿Por dónde vienes? ¿Ya estás cerca?
—Voy retrasado, llego en unos diez minutos. Muy justo. Ojalá
me pueda estacionar rápido —respondí.
—Ese es uno de tus problemas de esta mañana. Tienes otro
aquí en el salón —replicó Sandra.
La luz verde se activa y tengo que arrancar el coche.
Intentaré responder en el próximo semáforo. ¿Qué podrá ser? O mejor dicho, ¿Quién
podrá ser? ¿Juanita? No creo, me trae de encargo pero anoche hablamos por teléfono y compartimos
información para una clase de hoy. La escuché tranquila. ¿qué problema puedo
tener en el salón si aun no llego? Llevo todas las tareas, imprimí las
cartulinas, traigo la maqueta de la maestra Claudia. No sé, no se de que esta
hablando Sandra, pero ya se activó mi paranoia y eso no me simpatiza.
Tal como lo predije, el siguiente semáforo (de la calle
previa al hotel Jardín) está en rojo. Agarro de nuevo mi celular y hay dos
mensajes más de Sandra:
—Tu asiento ya lo ocupó otra persona y no se quiere mover.
—Le dije que ahí te sentabas tu y me dijo “pues ahora me
siento yo” y me miro así, como retándome.
La lectura de esos dos mensajes me tranquilizó. Fuera quien
fuera, se tendría que mover a otro lado. Ese asiento, al fondo en la esquina,
era mi lugar desde el primer día. Todo mundo lo sabía.
—Llego en cinco minutos Sandra —escribí por WhatsApp— y no te
preocupes, sea quien sea, se tendrá que mover.
Llegue casi corriendo. Aun faltaban tres minutos para
iniciar la clase. Tiempo suficiente para pedir amablemente que se quitaran de
mi asiento.
Miré hacia mi lugar y lo primero que vi fue a una hermosa
joven, muy joven, parecía de preparatoria. Me llamó la atención el color de su
piel, era muy blanca. Delgada, bajita de estatura, y con una sonrisa amigable.
Miré a Sandra y le pregunté si era ella la del conflicto.
—Es ella Oscar, ya le volví a decir y no se quiere mover de
ahí. Que le haga como quiera, así me dijo.
Desde el otro extremo del salón, Juanita nos veía con
recelo. Era la jefa de grupo y quería saber en que terminaba ese pequeño argüende.
Dos clases antes, Sandra y yo habíamos tenido un conflicto con ella por unas
sillas. ¡Por unas sillas! Diosito santo, ¿por qué me pasan estas cosas a mí?
¡a mi edad!
—Hola, buenos días. ¿cómo estás? —saludé con la mejor de mis
sonrisas, una del catálogo. La que me suele abrir puertas en la vida.
—Hola, buenos días —respondió sonriente la joven que
usurpaba mi asiento— estoy muy bien gracias a Dios. ¿y usted cómo está?
No fue la sonrisa, ni tampoco las palabras expresadas con
respeto. Fue el tono amable y cálido con el que me respondió. En ese momento
supe que mi pelea estaba perdida.
—Me llamo Oscar y estoy bien también —respondí mientras le extendía
la mano para saludarla.
Me saludó de mano y respondió:
—Que bien, me da mucho gusto. Soy Ana.
Le expliqué brevemente que el asiento que ocupaba era mi
asiento. Y me respondió:
—Es justo lo que me estaban comentando. A mi también me
gusta sentarme aquí, se domina todo el panorama. Y pues cuando llegué no había
nadie, ni siquiera estaba apartado o reservado como también se dice. Y bueno pues
me senté aquí. Pero mire, aquí al lado también hay un asiento libre, se puede
sentar ahí si gusta.
—Ese asiento es de Fanny —intervino Sandra— nadamás que no
ha llegado, pero ahí se sienta ella.
La puerta del salón se abrió y la maestra Claudia entró
saludando amablemente, como era su costumbre.
Rápidamente busqué un asiento libre, y lo encontré casi
hasta enfrente. Era eso o hacer el ridículo quedándome parado.
Voltee a ver a Sandra. Con señas me dijo que siguiera
peleando por mi lugar. Yo solo me encogí de hombros y esbocé una sonrisa de
resignación. Hay que saber elegir las batallas me había dicho
recientemente una amiga del trabajo.
Y esa mañana, no había tiro para mí.
Esa mañana, perdí mi asiento original en UMA.
Ahora estaba más cerca de la jefa de grupo.
Buena anécdota mi querido amigo! La paciencia es virtud de sabios y de pocos. Apuesto a que perdiste un asiento, pero ganaste una bella amistad. Esperó ( ja ja )
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