Una cena en Wing Daddy´s

Una cena anormal.



—Si esta noche apareciera de la nada un platillo volador, y decidieran aterrizar en el estacionamiento, ¿qué harías? —me preguntó Yakub intrigado.

—¿Te refieres a este momento, mientras cenamos? —respondí incrédulo.

—Si, sí. ¿qué harías si en este momento desciende un platillo volador y se aparecen unos alienígenas?

Después de pensarlo unos instantes respondí:

—Correría al baño porque de seguro me daría diarrea y vómito de la impresión.

—Es lo que te digo, no estas preparado para un evento así.

—Yo creo que nadie lo está. Tu también temblarías de miedo.

—¡Ni madres! Yo no. Yo estoy listo para ese momento. Le he estado desde el instante en que nací. Mi linaje es alienígena. Ellos al verme me reconocerán e intentarán dialogar conmigo.

Artemisa, la joven mesera que nos atendía, se acercó para preguntar si necesitábamos algo más.

Yakub había ordenado unos camarones bañados en un tipo de salsa cuyo olor me producía nauseas. Yo en cambio, degustaba una deliciosa ensalada a la griega, con trozos de pollo asado y aderezada con nueces y arándanos. La vinagreta, receta de la casa, le daba un sabor y un aroma muy especial.

—Estamos bien Artemisa, muchas gracias —respondí— por cierto, te quiero preguntar algo: si se aparecieran unos alienígenas en este lugar ¿qué harías?

La bella joven me observó extrañada. La pregunta la había descolocado. Solo se limito a decir, no tengo ni idea y se alejó riéndose.

Yakub la miró alejarse sin dejar de masticar. Sus ojos emitían fuego.

—¿Tu mandas lavar tu ropa o la llevas tu mismo a la lavandería? —preguntó Yakub.

—¡Que! ¿qué clase de pregunta es esa? ¿qué tiene eso que ver con los alienígenas?

—Respóndeme.

—La llevo a una tintorería que esta por mi casa. Yo no lavo nada.

—¿ni siquiera la ropa interior?

—Yo no lavo nada, no tengo tiempo. Pago para que me laven todas mis prendas, incluida la interior.

—Ahí tienes una gran diferencia entre tu y yo —exclamó Yakub— yo no permito que nadie lave mi ropa interior, solo las camisas y pantalones. ¡mis trusas las lavo yo!

El agridulce aroma de la vinagreta chocó de frente con la imagen de trusas y calzones usados, y me produjo una sensación muy desagradable. Quise dar un sorbo a la limonada de fresa que había ordenado, pero ya me la había terminado. Me disculpé y fui un momento al baño para que se me pasara el asco.

Yakub me esperaba ansioso; esperaba ya mi siguiente pregunta:

—¿Y por qué no permites que nadie te lave la ropa interior? —pregunté sin ganas de saber la respuesta.

—Todo está en la sangre. Ya te lo he explicado con anterioridad. Las personas como yo, los RH negativos, emitimos energía diferente, superior a los RH positivos. Si yo dejo que alguien lave mis trusas, estas pueden ser usadas con otros propósitos.

A lo largo de mi vida, me he esmerado por cultivar conocimientos sobre temas diversos. Me gusta charlar sobre cine, arte, literatura, política, filosofía, neurociencia, y otros temas que me apasionan. Pero esa noche, sin proponérmelo, me encontraba envuelto en una disertación surrealista sobre calzones usados. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, así va mas o menos la canción.

—¿Qué propósitos Yakub?

—Las pueden usar para hacer rituales e invocaciones a espíritus del más allá. Es que tu no quieres entender que la energía se queda en nuestras ropas. Hay gente que si lo sabe, lo entiende, y lo usa para beneficio propio. Por eso yo soy precavido. Estoy consciente del poder que emana de mí. Pasa lo mismo con la sangre, yo no puedo donar porque con mi sangre se pueden abrir portales a otras dimensiones.

Solo pude murmurar Olovorgo.

 

Charlotte Motolinía, una de las gerentes del restaurante, vino en mi auxilio sin saberlo.

—Hola buenas noches, ¿cómo están? Necesito informarles algo.

—Claro adelante, tu siempre tienes y tendrás mi atención —respondió Yakub con voz aguardientosa, mientras se acomodaba en la silla y sumía la panza.

—Nos acaban de informar que hay una situación de peligro en la zona. Esto provocado por enfrentamientos, ustedes me entienden. Le estamos pidiendo a todos nuestros clientes que por favor se trasladen al otro extremo del local, hacia allá, de modo que estén más seguros. Solo será mientras dure la crisis. Es por su seguridad, por favor, les agradezco mucho de antemano.

Voltee a ver a mi alrededor, y en efecto, las otras gerentes hacían lo mismo con el resto de los clientes. Pude ver gente que se movía de inmediato, mientras otros decidieron permanecer en sus lugares.

Cuando centré mi vista nuevamente en la mesa, Yakub ya no estaba.

Lo busqué entre la gente y no lo encontré. Me levanté, agudicé la vista, hice un barrido de 360 grados, y no lo vi por ningún lado. Seguramente aprovechó la confusión para ir al baño, no debe tardar.

En ese momento entró una llamada a mi celular. Era Yakub.

—¿Dónde estás? —pregunté.

—¿Dónde estás tu?

—En la misma mesa. ¿Dónde estás?

—Voltea un poco hacia tu izquierda, acá en el fondo, acá estoy.

—¡No mames Yakub! ¿qué haces debajo de la mesa?

—Precaución, solo eso. Hay que cuidarse.

—Sal de ahí. No pasa nada. Mira, mucha gente ni se movió de su lugar. Estas cosas pasan, si se escucha algo, lo mejor que podemos hacer es tirarnos al suelo mientras pasa el evento. ¡sal de ahí!

—¡Ni madres!

Me colgó la llamada.

Cinco minutos después las mismas gerentes informaron que ya había pasado el peligro, ya podían regresar a sus mesas.

Yakub regresó ya totalmente dueño de la situación. Se sentó y me dijo que esa noche la cena iba por su cuenta.

Yo decliné la oferta.

—Déjame pagar a mi Yakub, mañana necesitarás comprar más cloro.


 

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