Quecholli (Día de Muertos).

 

Quecholli - Xantolo



“El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables”.

 

Parte I – Los orígenes y los calendarios.

El día de muertos es una celebración de origen cristiano católico, la cual se instituyó oficialmente en el calendario litúrgico en el siglo X.

La celebración en Europa, sin embargo, era más antigua. Se tienen registros de que los pueblos Celtas celebraban ritualmente a sus muertos hacia finales del mes de octubre y principios de noviembre. La iglesia católica adoptó estas prácticas y las diseminó por toda Europa.

La celebración se realizaba en dos fases:

  1. Una dedicada a todos los santos difuntos en la cual se recordaba a lo más granado de la historia del cristianismo, principalmente santos y mártires.
  2. La segunda etapa era dedicada a los fieles difuntos, y en esta se honraba la memoria del resto de las personas dentro de la religión católica.

El día de muertos es entonces una fiesta que se celebra en todo el mundo occidental y asiático católico cristiano, del cual México en uno de sus más fieles exponentes.

Y es precisamente en México donde se manifiestan diferencias significativas en el ritual con relación al resto del mundo. Esta diferencia tiene varios motivos y todos hunden sus raíces en tiempos del virreinato, y estos a su vez se extienden al maravilloso mundo prehispánico, a la civilización mesoamericana.

Cuando Tenochtitlán cae en 1521 ante los españoles y tlaxcaltecas comandados por Cortés, se inicia un largo y lento proceso de asimilación y modificación de las costumbres de los nativos. La responsabilidad recayó en la Iglesia Católica y esta a su vez, asigno a las distintas ordenes monásticas de la época la misión de evangelizar a los nuevos pueblos conquistados.

Los primeros en llegar a la Nueva España fueron los frailes Franciscanos, seguidos de los Dominicos y los Benedictinos.

Los frailes realizaron esfuerzos titánicos por entender la cultura mesoamericana, y uno de los recursos para lograrlo fueron las festividades. En el mundo mexica, el calendario anual estaba repleto de ellas.

Durante todo el año se celebraban rituales de distinto tipo. Siempre con la intención de honrar a los Dioses y a los ciclos de la naturaleza.

Una de las primeras celebraciones católicas que pudieron instituirse en los pueblos indígenas fue precisamente la del día de muertos. Y esto fue por sincretismo ritualista.

En efecto, en las festividades de los pueblos nahuas (mexicas, tlaxcaltecas, tepanecas, tlatelolcas, atzcapotzalcas), existían al menos siete celebraciones en el calendario anual en las que se celebraba de manera ritual la memoria de los muertos.

La existencia de calendarios rituales en ambos lados (católicos y prehispánicos) fue una de las circunstancias que permitieron la comunicación cultural entre los indígenas y los españoles.

Una de estas celebraciones entre los mexicas y demás pueblos recibía el nombre de QUECHOLLI, se realizaba del 13 de noviembre al 2 de diciembre. Se honraba a los guerreros caídos en batalla.

Para los indígenas fue muy fácil adaptar esta celebración al calendario católico. Y así surgió la celebración de día de muertos en el altiplano mexicano durante el siglo XVI. Una celebración sincrética, mestiza, que integraba lo cristiano español con la religión indígena.

Es momento de detenernos para hacer una aclaración muy importante.

Las celebraciones del día de muertos en el mundo indígena tenían un trasfondo radicalmente diferente a la católica.

En el mundo indígena estas celebraciones eran parte de unos rituales más grandes dedicados a las cosechas. Tenían un trasfondo agrícola. Celebraban, entre otras cosas, a la tierra por su capacidad de recibir los cuerpos de los muertos y regresar más vida. Lo hacía en forma de cosechas abundantes y nuevos seres humanos.

En las celebraciones se compartía con los ancestros el beneficio de los primeros frutos de la cosecha, cuyo ciclo iniciaba en Mayo con el cultivo del maíz, y terminaba a mediados de Octubre. Al finalizar la cosecha abundante, se procedía a celebrar Quecholli, que coincidía en modo aproximativo a las fechas del ritual católico.

Xantolo, como se le conoce en las regiones de la huasteca veracruzana, hidalguense y potosina, es una derivación náhuatl (Xantolón) del latín medieval Sanctorum que significaba de los santos (en castellano). La fiesta católica de los santos difuntos.

 

Parte II – Los destinos después de la muerte.

En la cosmovisión Judeocristiana, la vida de una persona define el destino de su alma después de la muerte. La ética cristiana es muy clara al respecto: una vida en pecado equivale a un destino en el infierno. Una vida apegada a los preceptos del nuevo testamento equivale a un destino en el reino de los cielos, el paraíso.

Dicho en términos simples y genéricos: el modo como se vive en esta vida tiene repercusiones en la otra vida. La maldad, la avaricia, la violencia, las perversiones sexuales, la injusticia y todas las calamidades del amplio catálogo que la naturaleza humana ofrece, llevan el alma del muerto derechito al infierno.

La bondad, la justicia, el amor, el sacrificio, buenas obras y la fe en Dios llevan el alma del muerto a la presencia de Dios.

En la cosmovisión indígena la cosa era distinta, muy distinta.

En el mundo indígena, la manera de morir determinaba el destino final del alma del muerto. Lo que había hecho en vida no tenía ninguna injerencia en el destino post mortem. Para los indígenas no era lo mismo morir de causas naturales, que morir ahogado o en combate, o de un mal parto (en el caso de las mujeres). La manera en que se moría determinaba el destino final del alma.

Esto debió dejar boquiabierto a más de un fraile una vez que lo comprendieron.

En la religión indígena se creía en la existencia de cuatro destinos del alma según la manera en que había perdido la vida:

  1. Para el fallecimiento por causas naturales, el destino del alma era el Mictlán.
  2. Para una muerte provocada o relacionada con el agua, el destino era el Tlalocan. Esto abarcaba muerte por ahogamiento, por un rayo, por lluvias, etcétera.
  3. Para la muerte en batalla (guerreros) y en parto (mujeres), el destino de su alma estaba vinculado con el movimiento del Sol. Esas almas seguían el movimiento del sol y lo acompañaban hasta el anochecer por el poniente, y lo recibían nuevamente al amanecer por el oriente.
  4. Para los muertos en la infancia (niños), el destino de su alma era el llamado Árbol Nutriente, el cual estaba lleno de senos maternos de los cuales se alimentaban hasta que volvían a nacer en sus madres.

El Mictlán estaba gobernado por Mictlantecuhtli, el señor de los muertos. El Tlalocan por su parte, estaba gobernado por el Dios Tláloc, y los que seguían al sol, estaban bajo la protección del sol, el dios Tonatiuh.

Todo lo anterior represento un serio problema para los frailes al intentar “acomodar” estos lugares de destino con los de la teología católica: infierno, purgatorio y paraíso.

Identificaron el Mictlán como el infierno, el Tlalocan como el purgatorio y así sucesivamente, pero esto fue siempre algo forzado, que no encajaba, que no se correspondían mutuamente. En el mundo indígena el infierno era algo desconocido, al igual que el paraíso.

Hasta el día de hoy, en algunas comunidades indígenas perdura esta creencia de los destinos post mortem en base al modo de morir. Esto hace que las celebraciones se extiendan hasta 18 días en algunas regiones. La causa es muy sencilla: se dedica un día para cada tipo de muerte.

Resulta muy interesante la ausencia de una base ética moral como guía para el más allá. ¿Acaso no había homicidios, robos, o malignidad en el mundo prehispánico? Definitivamente que había, y la mejor prueba es el terrorífico sistema penal que poseían. La pena de muerte se aplicaba en diversas modalidades. Delinquir en el mundo indígena se pagaba con castigos sumamente extremos y crueles. Aun así, no había ninguna base ética moral para el paso al más allá.

 

Parte III – Las Almas de los Muertos.

En el mundo indígena no se creía en la existencia de un alma, sino en una diversidad de almas.

Esta es una concepción radicalmente distinta a la cosmovisión judeocristiana.

En el catolicismo, el número de almas es igual al numero de cuerpos. Una persona tiene solo un alma.

En la cosmovisión indígena, el número de almas es siempre superior al número de cuerpos. Creían en la existencia de tres almas “instaladas” en tres partes del cuerpo.

La primera alma se ubicaba en el corazón, y recibía el nombre de Yolo. La segunda alma era el aliento de la persona. Y la tercera recibía el nombre de Tonal; era la entidad anímica de la persona muerta. Estaba relacionada con la luz, el sol, el día, la luminosidad, y tenía la capacidad de desprenderse de las personas a través del sueño, del sexo, y de otras prácticas.

 

Parte IV – El Cementerio y los Altares.

La celebración del día de muertos tiene dos dimensiones. Una pública, la cual se manifiesta con las reuniones multitudinarias en los cementerios durante los dos días de celebración. Esto se practica en otras partes del mundo católico. Lo que no es común es la forma como se lleva a cabo en México. Los arreglos, la vistosidad y la convivencia animada entre vivos y muertos en los cementerios es algo peculiar que se realiza en nuestro país.

El altar por otra parte representa la dimensión privada, familiar, entre amigos. A lo largo del territorio Mexicano, la elaboración de altares sigue patrones diferentes. En algunos lados se hacen con tres niveles, en otros con siete.

La cantidad y tipo de ofrenda también varía. Depende de las características alimentarias de cada región.

Finalmente, el tema de las catrinas. Hoy día dan proyección internacional a la celebración mexicana y generan reacciones de diversa índole. Sin embargo, siendo rigurosos con la historia y la tradición, las catrinas no tienen nada, absolutamente nada que ver con la celebración original del día de muertos. Ni por el lado católico, ni por el indígena.

Es un constructo mercadotécnico reciente, que va cobrando adeptos año tras año. Se realizan concursos y desfiles alegóricos muy vistosos, con una carga estética contradictoria. Son parte ya del folklore, pero su orígen es muy reciente y no tiene ninguna base ritual o liturgica. Procede de la sátira periodística de principios del siglo XX.

 

Nuestra herencia cultural mestiza: europea, indígena y africana, es rica en imágenes y rituales que nos hacen recordar cada año, la fragilidad de la vida y la inexorable realidad de la muerte. En estos días de muerto, recordamos a los seres queridos que se nos adelantaron en el camino; al hacerlo, nuestro espíritu atribulado se consuela. Algún día nos volveremos a ver. Yo así lo creo.

Los pueblos Celtas creían que en esos días se abrían canales energéticos que permitían el paso de las almas a la dimensión terrestre. Somos herederos de esas creencias y cada quien es libre de interpretarlas como desee.

Los que creemos, esperamos cada año a nuestros seres queridos con los brazos abiertos, con música, con nostalgia y alegría, y con unos ricos tamalitos y chocolatito caliente.

Después de todo, es lo menos que podemos hacer por todo lo que nos dieron en esta vida.

 

“Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar también a la vida”. Octavio Paz.

 

Fuente Bibliográfica:

Instituto Nacional de Antropología e Historia. Historiador y Antropólogo, Dr. Saúl Millán.

Página de internet: https://www.mexicodesconocido.com.mx

 


Comentarios

  1. Estupendo artículo. Tantas cosas que desconocía sobre esta celebración y sus orígenes. Enhorabuena !! Atte. Nancy

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