El Gato.

"Un pollo a la mantequilla por piedad"



Una mañana de primavera se encontraron frente a frente la verdad y la mentira. Se saludaron con cortesía y detuvieron su andar para charlar un poco.

—¡Qué hermoso día! Aire fresco, sol, olor a flores y tierra mojada. Un clima inmejorable. ¿Estás de acuerdo conmigo? —preguntó la mentira.

La verdad se detuvo un momento para observar con atención a su alrededor. Efectivamente, el día era tal como lo decía su interlocutora. Quizá se había quedado corta con su descripción, pero tenía razón, era un día esplendoroso.

—Totalmente de acuerdo contigo.

—La lluvia de anoche refrescó el ambiente y ahora los pájaros cantan sin cesar.

La verdad recordó que efectivamente, la noche anterior había caído un aguacero torrencial y el canto de las aves se escuchaba fuerte y claro esa mañana.

—Tremenda lluvia la de anoche. Por cierto, me hipnotiza el canto del cenzontle —respondió la verdad relajadamente.

—Me dirijo al riachuelo para darme un baño. ¿Gustas acompañarme?

La verdad lo pensó bien antes de responder. Esa mañana la mentira estaba de tan buen humor que hasta resultaba agradable su compañía. Se conocían desde tiempos inmemoriales. Llegaron juntas al mundo y juntas lo recorrían a través del tiempo. En ocasiones se distanciaban lo suficiente para no saber una de la otra, pero siempre regresaban.

La verdad aceptó la invitación y se encaminaron hacia el río.

Muy pronto se percataron de que eran seguidas de cerca por un gato ya entrado en años. Se desplazaba con lentitud a unos metros de ellas, y cuando voltearon a verlo les preguntó:

—¿Hay algún problema?

Verdad y Mentira se miraron una a otra y estallaron en risas. Ese gato, además de viejo y gruñón, era cómico en su apariencia. Decidieron ignorarlo el resto del camino.

Llegaron al río y la mentira se despojó de sus ropas y se lanzó al agua exclamando:

—¡Qué agradable está el agua! ¿Te animas?

La verdad sumergió uno de sus pies y comprobó por sí misma que la mentira decía la verdad. El agua estaba fresca, casi fría, como a ella le gustaba.

Volteó a ver al gato quien se había detenido a cierta distancia para observarlas a gusto. Las miraba con recelo, moviendo la cabeza de un lado a otro. Murmuraba cosas pero no se le entendía.

No lo pensó más. Se desnudó por completo y se lanzó al rio mientras reía y chapoteaba el agua.

Se dejó llevar un rato por la corriente, flotando boca arriba. Observaba las aves y se arrullaba con el ruido del agua mientras algunos pececillos le hacían compañía. Perdió la noción del tiempo y se quedó dormida.

Cuando despertó, el sol estaba en su cenit y decidió regresar a la orilla.

Su sorpresa fue grande cuando descubrió que la mentira ya se había ido.

Y su sorpresa se convirtió en indignación cuando se percató de que la mentira se había vestido con su ropa.

—Tiene como dos horas que se fue —indicó el gato.

La verdad sonrió, le dio las gracias y se sentó a la orilla del rio.

—¿Qué harás ahora? —insistió el gato mientras se sentaba junto a ella.

—Disfrutar un rato más de este bello día y después me marcharé.

El gato, viejo pero muy acomedido, le trajo la ropa que la mentira había dejado junto al rio.

—Ten, vístete con esto.

La verdad sonrió y le dijo que eso no podía ser.

—La mentira usa mis prendas para vestirse. Siempre lo ha hecho. Va por el mundo pretendiendo ser lo que nunca será. Yo en cambio, no puedo usar su ropa.

—¿Por qué no?

—Porque sería la perdición de los seres humanos.

El gato, viejo y astuto, dio muestras de comenzar a entender.

—Verás querido amigo, desde siempre la mentira tiene que disfrazarse para sobrevivir. Es su forma de ser y de coexistir en el mundo. Le encanta usar mis ropajes porque los humanos la aceptan y la aclaman con fervor. La defienden de todo hasta el punto de dar la vida, asesinar o iniciar guerras por ella.

Es muy astuta. Es la gran maestra de los potentados. Por ella, cometen injusticias, roban, acusan sin sustento, envidian, cultivan su avaricia, se alejan de su esencia más pura.

—¿Y siempre ha sido así? ¿Alguna vez fue buena?

—¡Jamás! Siempre ha sido de temperamento doblado, dos caras.

—¿Y por qué convives con ella?

—Fuimos concebidas para coexistir.

El gato se quedó pensativo y moviendo la cabeza exclamó:

—¡Que estupidez!

La verdad se puso de pie, se despidió de su nuevo amigo, y emprendió su marcha con el mismo rumbo de la mentira.

El gato la contempló en toda su majestuosidad, plena, decidida, transparente, valiente y ¡completamente desnuda!

Entonces comprendió todo.

La fuerza de la verdad radicaba en su desnudez. Suele ser molesta para la mayoría de los humanos, pero no para aquellos de corazón bueno y sincero.

La mentira por su parte jamás puede deambular desnuda. Posee un vasto guardarropa con finísimas prendas, joyas y perfumes.

 

El gato se encogió de hombros, se rascó la cabeza y trató de calcular cuanto le darían en el bazar por las bellas prendas que la mentira había dejado esa mañana.

—¡Hoy cenaremos pollo a la mantequilla!



 

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