Hércules.
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Una historia de burdel. |
—¿Sabías que la gente sigue
diciendo que tú y yo estamos bien pendejos?
—¿Y ahora por qué lo dicen?
—Por lo mismo de siempre. Porque nomás
nos andamos riendo de todo.
Destaparon sus cervezas con los
dientes, se miraron uno a otro, y soltaron una carcajada antes de dar el primer
trago.
Cinco minutos después llegaron
los tres amigos que estaban esperando y de inmediato pidieron un cubetazo. Diez
cervezas Coronita de 210 ml. en una cubeta grande de metal galvanizado repleta
de hielos; a ciento diez pesos.
Por cada cubeta, el table
regalaba cacahuates enchilados en una copa grande de vidrio.
Carlos advirtió a todos que él no
tomaba Coronas, le daban cruda muy fuerte.
—¿Indio?
—Tú has de estar muy güero pinche
tolteca lombriciento.
—Me refiero a la cerveza pendejo.
¿Quieres una indio?
—Ya vas —respondió Carlos.
—Y a propósito, a ver cabroncito,
¿cómo está eso de que te llamas Juanito?
Carlos se quedó de una sola
pieza. Los demás ignoraron a la bailarina y pusieron atención a la plática.
—El otro día me pidió que le
ayudara con un trámite. Me dio su credencial de elector y cuando le fui a sacar
copias, ahí me di cuenta de que tiene dos nombres.
—¿Y cuál es el problema?
—respondió Carlos en tono picudo.
—Te conozco desde la infancia,
hemos sido vecinos siempre, y hasta ahora me entero de que te llamas Carlos
Juanito.
Los cuatro estallaron en risas.
Unos se golpeaban en las piernas
y otros de plano se doblaban de la risa.
Priscila, la chica que bailaba en
ese momento, se detuvo un instante para verlos sorprendida. Sus medidas eran
perfectas, bella como pocas en este planeta, sin ninguna operación, todo
natural, argentina radicada en México con visa expirada. Piel de nácar, ojos
color miel, y un baile cadencioso y sensual.
Nada de eso sirvió para evitar
que ese grupo de borrachos, sentados al pie de la pista, estallaran en risas
por sus propios chistes.
Pelotudos de mierda.
—Puta cabrón, ¿en serio se van a
burlar por eso?
Las risas continuaron por varios
minutos.
—A lo mejor viste mal y se llama
Carlos Juan.
—¡Ni madres! Se llama Carlos
Juanito.
—¿Y a poco Rutilio es un gran
nombre? ¿Cómo te dice tu vieja? ¡Rutilito!
Más carcajadas y choque de
botellas en señal de aprobación.
Y así comenzaron a cantarse los
nombres en diminutivo para ver cual sonaba más chistoso.
Juanito, Rutilito, Sandrito, Brayancito,
Manuelito.
Alguien recordó que a Manuel en
la secundaria le decían el puñetas y las carcajadas sonaron más fuerte aún.
El mesero se acercó para pedirles
un poco de respeto por la artista que bailaba, y lo único que logró fue que
rieran con más fuerza.
Acto seguido, el gerente y dos
guardias de seguridad hicieron acto de presencia.
Con amabilidad les indicó que si
seguían haciendo escándalo, tendrían que aceptar una invitación a dejar el
recinto sin devolución de las entradas.
Los guardias median más de uno
ochenta, corpulentos y tapizados de tatuajes de seres del inframundo.
Los cinco amigos se pusieron
serios y prometieron comportarse.
En ese momento, por el altavoz
anunciaron a Stefany. Colombiana mulata de cuerpo imponente. Todos, incluidos
gerente y guardias, quedaron mudos mientras descendía del techo por el tubo
cromado que se unía con el suelo de la pista.
—Si crees que lo has visto todo,
esta noche yo te digo a ti, oh simple mortal, que no has visto nada aún. Abre
bien los ojos y guarda silencio. Por fin tendrás algo importante que contar a
tu descendencia. La reina del Caribe exige rendición total. ¡Sometimiento y
redención! Con ustedes, ¡La Diosa de Barranquilla!
El tipo del altavoz se dejaba
llevar por el alucine.
Y comenzó el baile.
Antes de apagar el altavoz, le
recordó al respetable que los privados con Stefany estaban ya a la venta.
Ciento veinte pesos por canción.
—¿Sabes que es lo único que
lamento de todo este ambiente?
—¿Qué?
—Que en la otra vida no hay nada
de esto güey.
—Bueno eso depende. Si te portas
bien entonces vas al cielo y allá no hay nada de esto. Pero si te portas mal,
entonces vas al infierno, y allá si que hay mucho de esto.
Los cinco estallaron en una risa gesticular
muy cómica. Al no poder soltar la carcajada por la amenaza del gerente,
tuvieron que tragársela riendo en silencio, moviendo sus cuerpos como monigotes
de juguete con pilas nuevas.
En la mesa de al lado, se
encontraba un cliente bebiendo whiskey en compañía de Priscila, la bailarina
argentina. La tenían hasta la madre y pronto ideo un plan maléfico para
deshacerse de ellos.
Aprovechando que el cliente había
ido al baño, inició la conversación.
—Entonces, ¿Quién se llama
Juanito?
Los cinco la miraron sorprendidos
y señalaron al aludido.
—Mirá vos, que lindo nombre
tenés.
—¿Te gusta?
—¡Seguro! ¿Saben como se llama el
cliente con el que estoy?
Empezaron a darle nombres a
diestra y siniestra. Ella solo se limitaba a responder divertida No,
tampoco, uy no tampoco, no menos.
Rutilio vio venir de regreso al
cliente y apuró a la argentina para que les revelara el nombre. Ella les pidió
que se acercaran para escuchar mejor y exclamó en voz alta:
—HÉRCULES.
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