La Rebelión de los Reptiles.
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Fiesta y Rebelión. |
—¡Me valen pura madre tus
argumentos! ¡Cobra de porquería!
—¡En eso no quedamos carajo!
—¡Yo soy el más popular de los
cuatro le pese a quien le pese!
—¿Ah sí? ¿Según quién? ¿La momia
o la muñeca fea?
Los cuatro candidatos estallaron
en carcajadas. La misma cobra no se pudo aguantar la risa.
Era la noche de un viernes 10 de
noviembre de un año cualquiera.
La puerta del recinto privado se
abrió y entraron diez meseros dirigidos por un capitán muy agitado y nervioso.
Ordenó rápidamente la colocación de los platos en una mesa contigua para diez
comensales.
El platillo principal: pierna y
muslo de entidad alienígena no identificada en adobo de chilimoli y acompañada
de granos de maíz pozolero, rábanos, cebollas moradas y repollo picado.
Abundantes frutas y vegetales
crudos bañados en sangre de buey. Para el postre, el hotel se había reservado el
nombre del manjar para el final, a petición de los organizadores.
Esa noche, Evangelina Can
Guajardo apodada la cobra, intentaba calmar los ánimos de los cuatro aspirantes
derrotados en la reciente elección para elegir al candidato del partido CUINO (Confederación
Unida de Izquierdas Neoprogresistas Organizadas) a la presidencia de la suprema
corte de injusticia de la nación.
En la reunión se encontraban
Hermelinda Cuzco Ramírez, representante de la confederación de comerciantes
progresistas y de la nueva onda. Apodada la mamba negra, tenía un historial tan
negro como una noche sin luna en alta mar. Era muy popular entre su gente y la
apoyaban todos los del frente unido por la democracia trotskista.
A su lado, la imponente Hermenegilda
Oz Ontiveros, representante del TRI (Trabajadores Revolucionarios
Intransigentes) y del colectivo nacional de comunidades LGBTIQ+² y
anexos. Apodada la anaconda, era una mujer de las llamadas trans, empoderada,
sin tapujos, y sin ningún pudor para realizar a todo aquel que lo pidiera, una
demostración gráfica del porqué de su sobrenombre.
Frente a ella, Juanito Pipen Vergel,
apodado el cocodrilo. Un tipo siniestro, traicionero, oscuro y retraído.
Representaba a un poderoso grupo inmobiliario cuyo nombre verdadero solo era
conocido por unos cuantos en la cúpula del partido. Padecía halitosis aguda y
tras bambalinas se bromeaba a sus espaldas. Le llamaban “El hombre de los cinco
metros a la redonda”. Si te acercabas a menos de esa distancia, decían los
bromistas, era bajo tu propio riesgo.
Y finalmente, con actitud desenfadada
y hasta aburrida, Belmont Daladier Curazao, el más fifí y conservador de todos.
Lo apodaban el dragón de comodo. Nadie sabía por qué. Representaba a la facción
mas rica y conservadora del partido. Educado en México, Inglaterra y España, era
el favorito de las grandes corporaciones transnacionales. Muy amigo del presidente
en turno y gran negociador. Sus más íntimos decían que cantaba muy bonito,
sobre todo las de David Bisbal y Alejandro Sanz.
La cobra se puso de pie, y con
copa de champagne en mano, inició su discurso.
—Nos hemos reunido esta noche queridos
y apreciados compañeros, compañeras y compañeres, para establecer las bases de
una coalición fuerte, unida, poderosa y alineada con los principios más puros y
esenciales de nuestro movimiento. Un movimiento que marca un antes y un después
en la historia de nuestro país y que hoy más que nunca, requiere del espíritu
esforzado y comprometido de sus hijos, hijas e hijes. Esos cuya sangre ancestral
fue mancillada por la canallada de una estirpe maldita que aun hoy se regodea
en su crimen.
—¡Asu madre me enchilé con el
adobo! —exclamó de pronto la anaconda mientras soplaba hacia adentro y se
echaba aire con sus manos.
—¡Está con madre el pinche
adobito! —respondió el cocodrilo mientras mascaba con la boca abierta para
jalar aire.
La cobra no se inmutó y continuo
su discurso.
—La sangre que brota de lo más
profundo de la tierra, clama por ser vengada y restituida en la totalidad de su
investidura; la misma tierra que desde tiempos inmemoriales ha sido copada de
vida por el gran Quetzalcóatl, señor nuestro y de la serpiente humillada.
Hermanos, hermanas, hermanes, ¡No son tiempos de discordia! ¡No son tiempos de
facciones! ¡No son tiempos de intereses particulares y mezquinos! ¡No son
tiempos de alegatos y culpas! Estamos aquí para dar nuestra sangre y aliento
por el movimiento. Un movimiento que inicio un hombre que fue llamado por aquel
que late y habla con la voz del que perdura resplandeciendo.
—¡Pásame la botella de agua! ¡Ya
me volví a enchilar puta madre! —exclamó de nuevo la anaconda.
—¡A ver si ya se van callando y muestran
más respeto a la cobra! —gritó indignado el dragón de comodo.
—¡Tu cállate pinche fifí de
mierda! —respondió la anaconda— Tu ni deberías estar aquí.
—Oyes, es cierto. ¿Tu que jijos
de la chingada haces aquí? —intervino la mamba negra por primera vez—¡A mi ni
te me pongas al pedo pinche fifí! Porque te desaparezco.
—Quisiera ver que lo intentaras
naca mugrosa de alcantarilla —contestó el dragón de comodo casi sin inmutarse.
La cobra no perdió el ánimo y
continuo con la última parte de su discurso.
—Y es así querides amigues, que
siguiendo la pauta de lo acordado por nuestro líder y benefactor, quiero saber
si podemos contar con su total apego a los principios de nuestro quinto
evangelio, creado ex profeso para este tipo de situaciones. El asunto es muy
claro, aquí no se trata de ver quien es más capaz, o popular, o simpático, o bien
quien tiene las preferencias de tal o cual sector de la población. ¡Aquí
hablamos de lealtades! ¡Somos o no somos! El partido demanda una muestra de su
compromiso con el movimiento. Y nuestro guía, cuya foto podemos apreciar
colgada en la pared de este recinto, desea una muestra de lealtad absoluta.
Necesito llevar una respuesta a la mayor brevedad. Quedo muy atenta a sus comentarios.
En ese momento, al tronido de
dedos de la cobra, la puerta principal del recinto se abrió nuevamente y
entraron los meseros con el postre.
Eran cuatro platos grandes de
plata pura con incrustaciones en zafiro, esmeraldas y topacios. Un plato para
cada uno de los aspirantes.
Inmediatamente después, de una olla
grande de bronce se comenzó a vaciar una vasta porción de postre en cada uno de
los platos. La operación fue rápida y silenciosa.
El primero en protestar fue el
dragón de comodo. Educado en las altas esferas, y acostumbrado a la alta
cocina, pudo percibir el olor nauseabundo de inmediato.
—¡Se puede saber que demonios es
todo esto cobra!
La anaconda y la mamba negra se
llevaron las manos a la boca y se taparon la nariz lo más que pudieron.
El único que permaneció impávido fue
el cocodrilo. Parecía estar familiarizado con el ritual.
—Lo que tienen frente a ustedes
—respondió el capitán de meseros— es pastel de estiércol humano aderezado con
miel de colmena y pasas de arándano. Tenemos instrucciones de no retirar los
platos hasta que estén totalmente vacíos. Las ordenes vienen desde la cúpula
del partido y el santo padre está al tanto de todo. La cobra ya no
intercambiará ninguna palabra con ustedes, solo se limitará a observar,
memorizar y llevar sus impresiones al alto mando. Todo lo que quieran decir,
será conmigo señores.
Hubo algunos minutos de silencio.
Los cuatro se observaban unos a otros. El cocodrilo ya se había acomodado una
toallita en el cuello de su camisa.
La cobra mostraba ahora su
verdadero rostro. Con mirada torva y lasciva observaba detenidamente a los
aspirantes. Las pupilas de sus ojos se habían revertido y se mostraban en forma
vertical. Había una mueca de satisfacción en su cara.
Esa noche, la cobra se había
propuesto recordarles a los cuatro aspirantes el verdadero significado de la política.
El autentico significado, el único. Para que no volvieran a tener ningún tipo
de duda. Esa noche, los aspirantes recordarían que la política, hacer política,
no era otra cosa que el finísimo arte de comer mierda sin hacer pucheros.
Quince minutos después, las
puertas del recinto se abrieron. Las personas que pasaban por ahí en ese
momento vieron salir a unos meseros con cuatro platos de plata y piedras
preciosas.
Todos estaban vacíos.
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