El Chiste.

 

Burro bromista.



Don Antelmo Sánchez Flores se levantó aquel día de muy buen humor. Cuarenta años recién cumplidos, dueño de una flotilla de taxis de los cuales el mismo manejaba uno. Esa mañana de sábado decidió no ir a trabajar. Era diciembre, lloviznaba ligeramente con un clima de 12 grados centígrados. Ideal para un almuerzo con su familia, cafecito caliente, y unas películas VHS que había rentado la noche anterior.

Una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro cuando llegó a la mesa de la cocina y miró el plato de comida que su mujer le había preparado. Un plato con seis enchiladas con tortillas hechas a mano, tres de ellas rojas y tres de chile verde muy picosas, con abundante queso fresco,  y un pedazo de cecina frita del tamaño de una oreja de elefante.

A un lado, un plato hondo lleno de frijolitos de la olla, aguacate picado y un molcajete con salsa de chiles rojos y tomates tatemados, por si hacía falta. Una coca cola bien fría, café de la olla recién hervido, y pan dulce traído del mercadillo de la colonia 52 al norte de la ciudad. Era un pan relleno de queso caramelizado. Su esposa y sus dos hijas mayores lo esperaban ya a la mesa.

Había accedido de buena gana a escuchar la oración de agradecimiento por los alimentos. Esa mañana estaba de muy buen humor. Tanto que no se inmuto con la aparición de un mozalbete de 14 años quien sin saludar se sentó a la mesa para compartir los alimentos. Era Antelmo junior, su hijo menor.

El almuerzo iba bien, con risas, bromas y comentarios sobre las noticias más recientes. Ya casi finalizaba el año 1985, y todos estaban emocionados por el mundial de futbol a celebrarse en México el año siguiente. Las hijas mayores y el junior ya lo habían convencido de comprar boletos para ir a ver jugar a la selección. Para ir a ver a Hugo Sánchez.

Fue su esposa la que cortó la velada con una orden directa a su hijo menor.

—Ya no dejes pasar más tiempo hijo. Ya dile a tu papá.

El joven sacó una hoja doblada del bolso trasero de su pantalón. La extendió y planchó con las manos lo mejor que pudo y se la presentó a su padre. Era el examen final de Matemáticas. Había sacado 6 y necesitaba un 9 para poder pasar por promedio la materia. De no lograrlo, perdería la beca “Jóvenes construyendo un mañana” que otorgaba el municipio.

A don Antelmo se le atragantó una enchilada, una verde picosa.

 Se levantó de la mesa en busca de agua, y ya más controlado regresó con su hijo.

—¿Un seis cabrón? ¿Sacaste un seis?

El junior intentó defenderse, justificar las cosas, echarle la culpa al profe de la escuela, el temido maestro don Luis Escudero Arenas. Pero solo pudo emitir un balbuceo que hizo enojar más a don Antelmo.

—¡Me rompo la madre toda la semana! ¡De sol a sol! Aquí está tu mamá, pregúntale. Me salgo a las 5 de la mañana a trabajar y no regreso hasta después de las 10 de la noche. Tu ni cuenta te das. Me rompo la madre por ustedes, por tus hermanas…¡por ti! ¡Y tu me traes un seis cabrón! ¡Un pinche seis!

Antelmo junior ya no respondió nada. Clavó la mirada en el pan y esperó resignado el resto del discurso.

Don Antelmo se quedó pensando durante unos minutos. ¿Cuántos fueron? ¿tres minutos? ¿cinco minutos? ¡cómo saberlo! Para las hermanas y la mamá fueron horas largas e interminables.

Después de un rato, tomó la hoja del examen y la revisó con detenimiento. Por un momento quiso resolver el mismo uno de los problemas de polinomios, pero desistió de su intento. Está muy cabrón esto.

Eso hirió su orgullo. Siempre había resuelto todos los problemas que la vida le había puesto por delante, ¡siempre! Pero los polinomios eran otra cosa.

Continuo sus cavilaciones por unos minutos hasta que recobró el aplomo. Miró a su hijo con una sonrisa y exclamó:

—Ta bueno hijo, no te preocupes.

—Pá, si quieres te doy mis boletos para los juegos de la selección y los vendes. Digo, para que al menos recuperes algo del dinero.

—¿Qué? No como crees. No te preocupes hijo. Yo haré que ese 6 se convierta en un 9.

Esposa, hijas y el junior lo miraron sin entender.

—Me cae de a madre que sí. Yo te voy a ayudar a que ese 6 se convierta en un 9. Me canso.

Acto seguido, tomó el examen en sus manos, le dio un giro de 180 grados, y se lo devolvió a su hijo.

—¡Ahí está el 9 cabrón! ¡A huevo! Todo es cuestión de perspectiva.

 

Nota del autor.

Querido lector (a):

El relato anterior es una versión propia de un chiste del comediante Polo Polo que se hizo muy popular allá por el año 1985. En su segundo disco LP de chistes venía uno que me hizo reír durante días por su simpleza y ridiculez. Un padre que resuelve el problema de su hijo cambiando la calificación de 6 por 9 solo con darle la vuelta al examen. El chiste se cuenta en un par de líneas.

Un giro de 180 grados y un 6 se convierte en 9. ¡Que manera tan absurda de hacer reír a la gente! Pero funcionaba. Usted mismo (a) puede escuchar el chiste en YouTube. Recuerdo haber pensado en varias ocasiones lo patético que sería si la gente resolviera los problemas de la misma forma que el papá. Después de todo, es cuestión de perspectiva ¿o no?

Si en ese entonces, a mis 16 años, alguien me hubiera dicho que llegaría un día en que la gente resolvería problemas usando el método del 9 por el 6, yo me hubiera doblado de la risa. Peor aún, si alguien me hubiera dicho que llegaría el día en que mucha gente tomaría el 9 por el 6 como verdadero, como versión fidedigna de la verdad, entonces quizá me hubiera tirado al piso en un ataque de risa y miedo.

Y el día llegó.

O mejor dicho, la época llegó.

Como lector aficionado de textos historiográficos, soy consciente de la estupidez humana a lo largo de toda su existencia. Guerras, destrucción, muerte, conquistas, invasiones y otros etcéteras han ocurrido gracias a la infinita imbecilidad de gobernantes. Un solo hombre en el poder ha sido capaz de desatar las peores catástrofes. Eso no ha cambiado. Sin embargo, por más que me esfuerzo, no logro ubicar una época o un periodo similar al que vivimos en la actualidad. Y eso que la historia humana es cíclica.

El gran historiador y escritor Israelí Yuval Noah Harari declaró hace poco en una conferencia en el Fondo Monetario Internacional: “Never underestimate de power of human stupidity” (Nunca subestimen el poder de la estupidez humana). Gran verdad.

La creatividad humana (que es ilimitada) y la estupidez humana (que es poderosa) se juntan y los resultados los sufre la humanidad entera. Vaya fórmula.

Los comediantes de ayer mutaron. Hoy se dedican a la política.

Buscan hacernos creer a como de lugar en realidades que no existen. Ahí donde se ve y huele un inmenso campo repleto de estiércol, ellos nos describen un hermoso jardín lleno de rosas, geranios, pétalos y tulipanes, con una vista multicolor y aromas enervantes. A lo bueno le llaman malo y a lo malo le llaman oportunidades. A lo mucho le llaman poco, a lo poco le llaman exceso; al seis le llaman nueve y viceversa según las circunstancias.

Por muy lucido que sea el discurso, me resisto a aceptar que un 6 se convierte en 9 solo con un giro de 180 grados. O para mayor claridad, solo porque alguien lo decreta.

Y tu querido lector (a) ¿qué opinas?


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