Masaje para el Gringo

 




Camino por el pasillo central de la plaza comercial más importante de la ciudad. No llevo puestos mis lentes de aumento y esto me da cierta privacidad al no distinguir los rostros de las personas. Voy ensimismado en mis pensamientos, planeando lo que haré el resto de la tarde, cuando de pronto veo una silueta femenina interponerse en mi camino.

Me saluda y me pide que le regale unos minutos.

—Señor buenas tardes. Estoy promocionando un servicio personalizado —me dijo amablemente— es un servicio de masaje terapéutico.

Me explica los pormenores del servicio, los precios y los descuentos por tratarse del primer día y por ser yo el primer cliente a la vista.

Sin pedir permiso, pone su mano sobre mi nuca y la desplaza suavemente sobre mis hombros ejerciendo una presión muy agradable.

—Este masaje que ofrezco le va a relajar los músculos y tendones de esta parte. Puedo notar que anda usted muy tenso.

—Pues la verdad es que si, he dormido mal los últimos días y mi cuello está un poco adolorido.

—Ya ve. Me di cuenta de inmediato. Es más, desde que lo vi venir supe que traía los hombros tensos.

—¿Y donde da el servicio? —pregunto con curiosidad.

—Aquí en el local. Acondicioné un cuartito al fondo y ahí doy los masajes.

El local está ubicado justo enfrente de la cafetería del quiosco, esa donde venden el mejor café de la ciudad, y que me perdonen los fans de Starbucks. Venden perfumes, artículos de belleza para la mujer, y alcancé a ver algo de ropa y mercería.

—¿Y cuanto me dijo que cobra?

—Doscientos cincuenta pesos. Pero apenas voy iniciando y si se anima usted sería mi primer cliente y le haría un descuento del cincuenta por ciento. ¿Cómo ve?

Casi desde el principio me percato de que la gente que pasa a nuestro lado nos mira con curiosidad. Algunos sonríen y otros se detienen un momento para escuchar nuestra conversación.

Soy introvertido por naturaleza y me gusta pasar desapercibido. No me gusta que la gente se nos quede viendo y menos que levanten la oreja para oír mejor. Quizá lo hacen por morbo. Quizá piensan que se trata de otro tipo de masaje, de los llamados “con final feliz”. Pero…¿Aquí? ¿En plena plaza comercial?¿A la vista de todos? ¿Y si me filman y después me hago viral? Capaz que me contacta Alex Marín para ofrecerme un contrato. ¡No! Ya estoy muy grande para eso.

Me he puesto mis lentes y ahora puedo distinguir a las personas. Algunas me sonríen, otras me observan con sorpresa. ¿Por qué me miran así? ¿Por qué nos miran así? Levanto la vista y comienzo a buscar letreros y cámaras ocultas. Quizá todo se trate de una broma. La señora, que debe rondar los 50 años, tiene un aspecto sencillo, viste humildemente y puedo ver que está hablando muy en serio. ¿Será posible que esa señora me esté haciendo propuestas indecorosas? Vuelvo a leer su folleto con lentitud y no hay nada que denote algo raro: Masajes terapéuticos relajantes.

Vuelvo a sentir la mano de la señora. Ahora esta haciendo presión sobre los músculos de mi espalda y me dice que el masaje que ella da incluye nuca, hombros, espalda y piernas, incluyendo pantorrillas y pies.

Trato de encontrar una excusa para irme, pero la presión de su mano es muy relajante. Puedo sentir el flujo sanguíneo reactivándose mientras me da una muestra rápida del servicio. Ahí, a la vista de todos.

—¿Y donde aprendió usted a dar masajes?

—En Estados Unidos. He vivido allá por más de veinte años. Pero ¿Qué cree?, me mandaron para México de regreso porque no tengo papeles. Mi hija si nació allá y ya me está arreglando. Este trabajo es temporal mientras tengo mis documentos listos.

Sus palabras suenas sinceras y su aspecto es afable. No percibo malicia en su mirada ni en su lenguaje corporal. Parece ser una señora decente que busca ganarse un dinero de manera honrada.

Aún así sigo buscando disimuladamente alguna cámara escondida.

La charla continua. Pronto me percato de que ha comenzado a repartir folletos entre el resto de la gente. Entonces, lo del masaje terapéutico parece que si va en serio. Ojalá pasara otra vez su mano sobre mis hombros. La gente nos sigue observando al pasar. Algunos incluso disminuyen la velocidad sin disimular.

Me convenzo de que ya no habrá más masaje de muestra y decido que es momento de marcharme. Ya estuvo bueno. Tengo cosas que hacer y la señora sigue hablando sin parar.

—Pues ahora no me es posible porque tengo un compromiso, pero le prometo regresar pronto.

—That´s ok, anytime my friend. You are a very nice person by the way!

Y entonces comprendo todo. Entonces todo se aclara.

A veces deambulamos en modo automático y respondemos de manera mecánica, sin tomar conciencia plena de lo que hacemos y decimos. Nos pasa por ejemplo cuando manejamos un coche y aceleramos, frenamos, damos vuelta, volvemos a acelerar, rebasamos, ponemos la direccional, y todo en modo automático, sin estar plenamente conscientes de lo que hacemos. Esa es una de las maravillas de la evolución. Nuestro cerebro evolucionó para actuar en automático bajo circunstancias rutinarias. Al hacerlo, optimiza energía.

Es entonces cuando me percato que desde el principio, la masajista y yo hemos estado hablando en inglés. Me vio, me detuvo, y comenzó a ofrecerme su servicio en inglés. Sin darme cuenta (modo automático) yo le respondí igual.

No hay final feliz, ni cámaras ocultas, ni contratos millonarios en la industria del cine.

—Señito —le dije en español— ¿por qué me habló en inglés? ¿no ve el ridículo que hemos estado haciendo?

—Ay señor discúlpeme, es que lo vi y pensé que venía del otro lado.

No es raro escuchar gente hablando en inglés en una ciudad fronteriza. Suelen hacerlo las personas que cruzan de Brownsville y vienen a hacer compras. Los he escuchado en las filas de los centros comerciales y siempre pienso lo mismo: Hablen español pinches pendejos, ni que fueran muy gringos.

 Esta vez el pendejo fue otro.

 

 


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