Crónica de un rescate | Una historia familiar.

 




—A ver cuaco, cuéntamelo todo otra vez; desde el principio.

—¿Desde el principio? ¿Desde el principio dijo?

—Ah mira, no sabía que se te dificultaba el castellano. ¿Pues que idioma hablas cuaco?

—Tío, yo no tengo tiempo para estar contándole todo desde el principio. No se haga, bien que me está entendiendo.

—Hay cosas que no has explicado con claridad, por eso necesito que empieces desde el principio.

—¡Pero ya se lo he contado dos veces! ¿Usted cree que tengo todo el día? Pues no, yo tengo cosas que hacer.

—Pero yo no cuaco, dale, cuéntame desde el principio.

Tavo Cervantes hizo una mueca de desesperación. Su respiración se había acelerado y estaba de mal humor. Media hora contándole la historia a su tío y ahora tenía que empezar desde cero.

No es que no le tuviera paciencia, aunque a decir verdad, ningún adolescente a los catorce años la tiene.

Cerró los ojos un momento y eso le impidió ver la leve sonrisa dibujada en el rostro de su interlocutor, su adorado tío Héctor.

—No le tengo que recordar que la semana pasada entro un ciclón y la ciudad entera se inundó. Se inundó por completo. Eso sí lo tiene claro, ¿o no?

Héctor Cervantes, su tío, asintió con suavidad mientras se acomodaba de lado en su cama.

Tavo Cervantes, el sobrino, se dispuso entonces a contar la historia…una vez más:

<<Desde dos días antes de que entrara el ciclón, protección civil dio el aviso de que había que desalojar las casas. La verdad ahí la regamos todos, nadie se quiso salir. Todos en la colonia nos pusimos de acuerdo, no nos iban a sacar ni a putazos.

¿Sabe cuál fue el problema Tío?

Se desbordaron los ríos. Eso nadie lo vio venir. Pero ya ni pedo, ya pasó, ahora para la otra.

¿En qué iba?

¡Ah si!

La misma noche que entró el ciclón comenzó a subir el nivel del agua. ¡Puta madre! Yo me desperté como a las cuatro de la mañana y el agua estaba ya a la mitad de las casas. Las del primer piso ya estaban inundadas.

Chingos de gente gritando y pidiendo auxilio tío. Yo me decía a mi mismo puta madre que hago güey.  

Entonces comencé a gritarles ¡Súbanse al segundo piso, vénganse para acá!

Pero no me escuchaban.

Y entonces ¿Qué cree que hice tío? >>

—A ver, detente ahí un momento cuaco. ¿Tenías miedo?

Tavo, molesto por la interrupción, miró a su tío fijamente y le respondió:

—¿Usted que cree?

—No, yo te estoy preguntando a ti.

—Por eso, y yo le estoy respondiendo ¿Usted que cree?

—Bueno ya, ya. Sígueme contando.

—¡Pues ya se me olvidó en que iba!

—Pues comienza desde el principio.

—No, ni madres.

<<La cosa estaba muy cabrona. No se veía por donde, de veras no teníamos por dónde salir.

¡No había luz!

Y no se veía ni madres, puras lámparas de mano.

Yo traía una que mi tía Dora me había regalado y con esa mandaba señales de auxilio.

Y entonces ¿qué cree que pasó Tío?>>

—A ver, detente ahí un momento cuaco. ¿Mandabas señales de auxilio?

Tavo estaba llegando al límite de su paciencia.

—¡Sí Tío! Yo estuve mandando señales de auxilio.

—¿Cómo le hacías?

—Pues en clave morse, ¿de qué otra forma?

—Ah cabrón, ¿Y dónde aprendiste clave morse?

—¿Me va a dejar terminar? Tengo un compromiso importante dentro de media hora.

—Adelante cuaco, puedes continuar.

<< Una hora me pasé enviando señales en clave morse con mi lámpara. Ya me dolía la mano y los dedos pero yo seguí hasta que me quedé dormido ahí mismo, en la azotea de la casa.

Ya no me importaba la lluvia ni los truenos.

No supe cuanto tiempo paso hasta que escuché la voz de un señor que gritaba mi nombre:

¡Taaaaaaaavooooooo! ¡Taaaaaaavooooooo!

Yo creí que estaba soñando, pero no. Me desperté y la voz seguía gritándome:

¡Taaaaaaaavooooooo! ¡Taaaaaaavooooooo! ¿Estás ahí? ¡Respooondeeeee!

Que me levanto de pedo y ¿quién cree que era?

¡Don Víctor! ¡El compadre de mi papá!

Venía en una lancha con más gente. Andaban por las calles rescatando personas.

Eran varias lanchas de protección civil.

Con trabajos logre bajar de la azotea y subirme a una de ellas.

¿Qué cree que me dijo uno de los rescatistas?

Me dijo vimos tus señales en clave morse y nos dejamos venir para acá.

Nombre, a mi me dio mucho gusto y ya de ahí nos llevaron a un lugar más alto, nos dieron cobijas, café caliente y un lugar donde pasar el resto de la noche. Ya casi amanecía.

Y esa es la historia tío.

Otro día se la cuento con más detalles porque ahora ya me tengo que ir. Voy a participar en un evento de baile en la escuela.>>

Héctor Cervantes, su tío, estaba en silencio, pensativo, reflexionando en cada una de las palabras de esa historia fascinante de lucha, perseverancia y sobrevivencia. Era un gran conversador, capaz de percibir mucho más allá de lo que las palabras comunican. Capaz de escudriñar en los rincones más alejados de la realidad. Podía ver lo que otros ni siquiera eran capaces de imaginar.

Era un gran historia, sin duda que lo era, pero había algo que no le cuadraba.

Conocía a su sobrino desde que había llegado al mundo. Lo conocía muy bien y había algo que no terminaba de convencerlo.

No quería incomodarlo ni entretenerlo más. Tavo era un excelente bailarín y seguramente el evento no empezaría sin él. Era el mejor entre los mejores.

Pero fiel a su costumbre y a sus convicciones, decidió plantearle sus dudas con una sola pregunta.

—Solo una cosa no me queda clara.

Tavo se estaba poniendo un poco de perfume en su cara y en sus manos. Era una loción Patrick pour Homme que le habían regalado recientemente a su tío pero este no la usaba. Ya se había calzado, peinado, y solo le faltaba ponerse la guayabera blanca. Esa tarde le tocaba bailar un huapango huasteco.

Desde la puerta le preguntó:

—¿Qué es lo que no le quedó claro tío?

Y su tío le respondió:

—¿Qué era lo que te preocupaba cuaco? ¿Qué no se supone que los caballos saben nadar?

Tavo ya no respondió.

Dio media vuelta y salió casi corriendo de la casa.

Ya lo estaban esperando sus amigos en un coche.

Ya tendría tiempo de pensar en una revancha.

 

 

Las familias mexicanas cuentan con una especie de Memoria Colectiva que recoge las anécdotas, andanzas, vivencias y experiencias que le ocurren a cada uno de sus miembros. Estas se enriquecen constantemente con la imaginación de la parentela, agregándole aquí, quitándole allá, hasta que queda fija en las mentes de todos y todas.

Nadie se salva.

Todos tenemos una historia que contar de nuestros familiares, y siempre hay una historia que nuestros seres queridos pueden contar de nosotros, de frente o a escondidas. 

Todo se vale. 

La veracidad de las anécdotas llega a perder fuerza con el tiempo, pero eso no importa. Lo que importa es el relato y lo que cada quien quiere creer.

En la familia Cervantes, todos somos contadores de historias, pero teníamos un líder. Un verdadero maestro en el fino arte de atesorar anécdotas y enriquecerlas con su infinita imaginación. Esa persona era mi queridísimo Tío Héctor; nadie estaba a salvo con él.

Y todos éramos felices escuchándolo.

Nuestras vidas se enriquecieron mucho con su amor y con sus historias.

Esta es una de muchas de sus anécdotas alteradas. Solo un miembro de la familia la puede entender.

Aprovecho también para recordar a aquel adolescente de temperamento chispeante, alegre, amigable, ocurrente, y siempre motivado por la vida: mi primo Tavo. Su enorme capacidad de socializar es algo que siempre me ha impresionado.

También me emociona mucho y me llena de orgullo verlo en su versión adulta hoy en día. Con una hermosa familia, con su compañera y motor de su vida, su esposa Gaby; y con sus tres hermosos hijos.

Sigamos contado historias.

 


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