El Botellón.

 



Primavera del 2011 | Zaragoza, España.

<< ¡Joder con estos hijos de puta! No se van a ir nunca.

Pues a mí los municipales me la sudan.

Shhht tranquilos, no gritéis que os pueden oír.

¡Pues que me oigan! ¡Fuerte y Claro! Que mañana mismo hablo con mi tío el concejal y a ver de a como nos toca, joder.

No gritéis gilipollas, no quiero ir a la cárcel.

¿A la cárcel has dicho? ¡Que lo intenten! Anda, quiero verlo. Mañana mismo hago que los manden a la puta calle, ¡a la puta calle macho! Que te lo estoy diciendo yo joder.

Coño pero por qué nos escondemos. ¡no estamos haciendo nada malo!

Eso mismo digo yo. ¿Acaso no tenemos derecho a divertirnos?

Os lo voy a decir por última vez par de gilipollas: no gritéis. Que ahora ya se marchan los municipales. Y si no es por vosotros, hacedlo por nuestro amigo, el mexicano >>

 

Estoy en medio de un botellón y me encuentro agazapado junto con mis nuevos amigos en pleno centro de Zaragoza España, temblando de miedo y rogando para que no me descubran los municipales.

A mi nadie me dijo que los botellones estaban prohibidos.

En México esto lo arreglo con un billete de doscientos pesos, o quizá menos. Cuando bebes cerveza en la vía pública siempre hay que estar alertas, cuidarse de la policía y los tránsitos. Eso es lo mismo en todas partes. Pero en mi México lindo la cosa no es para tanto.

Si me descubren y me atrapan, tendré que entregar mi pasaporte y en un par de días estaré en un avión de Aeroméxico viajando de regreso a mi país, deportado por beber cerveza en la vía pública ¡Me van a correr de la empresa chingada madre! Aquí no se andan con medias tintas, aquí la ley si es la ley.

¡Maldita sea mi estampa!

Como se me ocurrió meterme en este pozo a beber con estos chavos. A lo mucho tienen unos veinte o veintidós años. Quizá me atrajo la idea de estar en la plaza sin ser visto. Esto no se ve en México, es más, no lo he visto en ninguna otra plaza de las ciudades que he visitado.

Estoy en pleno centro de la ciudad, en la plaza Salamero… la Plaza de Miguel Salamero, a una cuadra del hotel donde me hospedo, Los Girasoles. Esta plaza está curiosa, las bancas están instaladas a desnivel.

Cuando la construyeron hicieron unos pozos de dos metros de profundidad y dentro de ellos colocaron las bancas. De modo que para sentarse hay que descender por unas escaleras y nadie puede ver quien está dentro. Se puede convivir bajo el nivel del piso teniendo a las estrellas como únicas testigos de lo que ahí ocurre.

Este es el lugar ideal para un botellón en sábado por la noche.

He pasado por aquí cada fin de semana en que he decidido no visitar otras ciudades. Es mi camino obligado para llegar al Paseo de la Independencia, una de las principales avenidas de la ciudad donde están los cines, centros comerciales, restaurantes, museos, antros.

Una hermosa arquitectura donde se combinan las fachadas barrocas de los templos, y los edificios de estilo neoclásico con los del Art Nouveau. Algunos de estos tienen fachadas similares a los edificios de la avenida Paseo de Gracia en Barcelona. De noche, la iluminación, el tránsito y la gente, hacen de esta avenida un lugar muy agradable para estar y caminar.

Pero esta noche tuve la mala ocurrencia de aceptar la invitación de estos jóvenes. Ya nos conocíamos, ya me habían visto en semanas anteriores, ya nos habíamos saludado, ya se habían dado cuenta de mi origen por mi acento.

Hay una sola persona, aparte de Dios, a quien no podemos engañar nunca: nosotros mismos. En el fondo de nuestro corazón siempre sabemos cuando somos culpables, cuando fuimos los causantes de algo, aunque después tratemos de engañar a otros y a nosotros mismos.

Para que me hago el tonto. Acepté la invitación únicamente por la Noelia y la Marijóse. Chulada de mujeres. Bellas, de piel muy blanca, ojos azules, una de ellas (Noelia) pelirroja, vistiendo jeans, tenis y blusa casual. Desmadrosas, muy agradables, y grandes bebedoras de cerveza.

A quién quiero engañar, no es el primer botellón al que asisto. Me encanta que me atiborren de preguntas sobre mi país. Algo muy curioso ocurre en España: aman a los mexicanos y aman a Maná. No se por qué.

Nos miran como si fuéramos hermanos, o primos. A mi me han tratado muy bien en todos lados. Las mujeres españolas son, por lo general, de temperamento fuerte, casi gritan al hablar, imponen, dan miedo carajo. Pero cuando me dirijo a alguna de ellas, mi acento les endulza el rostro y me dicen sonriendo: ¿Mexicano verdad?

Algunas van un poco más lejos y levantan sus brazos exclamando: ¡Viva México!

Yo siempre respondo ¡Viva España!

Pero los municipales son otra historia ¡Joder!

Poco a poco, gracias a las amenazas de la Noelia, el resto de los jóvenes se va tranquilizando y el lugar queda en absoluto silencio. La patrulla lanza un último rayo de luz sobre la acera, no se ve nada, no se escucha nada, y finalmente se marchan.

La hemos librado.

Una noche más de botellón con la Noelia, la Marijóse y el resto de mis jóvenes amigos borrachos.

¡La vida es bella!

 


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