El Botellón.
<< ¡Joder con estos hijos de puta! No se van
a ir nunca.
Pues a mí los municipales me la
sudan.
Shhht tranquilos, no gritéis que os
pueden oír.
¡Pues que me oigan! ¡Fuerte y
Claro! Que mañana mismo hablo con mi tío el concejal y a ver de a como nos toca,
joder.
No gritéis gilipollas, no quiero
ir a la cárcel.
¿A la cárcel has dicho? ¡Que lo intenten! Anda, quiero verlo. Mañana mismo hago que los manden a la puta calle, ¡a la puta calle macho! Que te lo estoy diciendo yo joder.
Coño pero por qué nos escondemos. ¡no estamos haciendo nada malo!
Eso mismo digo yo. ¿Acaso no
tenemos derecho a divertirnos?
Os lo voy a decir por última vez
par de gilipollas: no gritéis. Que ahora ya se marchan los municipales. Y si no
es por vosotros, hacedlo por nuestro amigo, el mexicano >>
Estoy en medio de un botellón y me
encuentro agazapado junto con mis nuevos amigos en pleno centro de Zaragoza
España, temblando de miedo y rogando para que no me descubran los municipales.
A mi nadie me dijo que los
botellones estaban prohibidos.
En México esto lo arreglo con un
billete de doscientos pesos, o quizá menos. Cuando bebes cerveza en la vía
pública siempre hay que estar alertas, cuidarse de la policía y los tránsitos. Eso
es lo mismo en todas partes. Pero en mi México lindo la cosa no es para tanto.
Si me descubren y me atrapan,
tendré que entregar mi pasaporte y en un par de días estaré en un avión de Aeroméxico
viajando de regreso a mi país, deportado por beber cerveza en la vía pública ¡Me
van a correr de la empresa chingada madre! Aquí no se andan con medias tintas, aquí
la ley si es la ley.
¡Maldita sea mi estampa!
Como se me ocurrió meterme en
este pozo a beber con estos chavos. A lo mucho tienen unos veinte o veintidós años.
Quizá me atrajo la idea de estar en la plaza sin ser visto. Esto no se ve en
México, es más, no lo he visto en ninguna otra plaza de las ciudades que he
visitado.
Estoy en pleno centro de la ciudad,
en la plaza Salamero… la Plaza de Miguel Salamero, a una cuadra del hotel donde
me hospedo, Los Girasoles. Esta plaza está curiosa, las bancas están instaladas
a desnivel.
Cuando la construyeron hicieron
unos pozos de dos metros de profundidad y dentro de ellos colocaron las bancas.
De modo que para sentarse hay que descender por unas escaleras y nadie puede
ver quien está dentro. Se puede convivir bajo el nivel del piso teniendo a las
estrellas como únicas testigos de lo que ahí ocurre.
Este es el lugar ideal para un
botellón en sábado por la noche.
He pasado por aquí cada fin de
semana en que he decidido no visitar otras ciudades. Es mi camino obligado para
llegar al Paseo de la Independencia, una de las principales avenidas de la
ciudad donde están los cines, centros comerciales, restaurantes, museos, antros.
Una hermosa arquitectura donde se
combinan las fachadas barrocas de los templos, y los edificios de estilo neoclásico con los del Art Nouveau. Algunos de
estos tienen fachadas similares a los edificios de la avenida Paseo de Gracia en
Barcelona. De noche, la iluminación, el tránsito y la gente, hacen de esta
avenida un lugar muy agradable para estar y caminar.
Pero esta noche tuve la mala
ocurrencia de aceptar la invitación de estos jóvenes. Ya nos conocíamos, ya me
habían visto en semanas anteriores, ya nos habíamos saludado, ya se habían dado
cuenta de mi origen por mi acento.
Hay una sola persona, aparte de
Dios, a quien no podemos engañar nunca: nosotros mismos. En el fondo de nuestro
corazón siempre sabemos cuando somos culpables, cuando fuimos los causantes de
algo, aunque después tratemos de engañar a otros y a nosotros mismos.
Para que me hago el tonto. Acepté
la invitación únicamente por la Noelia y la Marijóse. Chulada de mujeres.
Bellas, de piel muy blanca, ojos azules, una de ellas (Noelia) pelirroja,
vistiendo jeans, tenis y blusa casual. Desmadrosas, muy agradables, y grandes bebedoras de cerveza.
A quién quiero engañar, no es
el primer botellón al que asisto. Me encanta que me atiborren de preguntas
sobre mi país. Algo muy curioso ocurre en España: aman a los mexicanos y aman a
Maná. No se por qué.
Nos miran como si fuéramos hermanos,
o primos. A mi me han tratado muy bien en todos lados. Las mujeres españolas
son, por lo general, de temperamento fuerte, casi gritan al hablar, imponen,
dan miedo carajo. Pero cuando me dirijo a alguna de ellas, mi acento les
endulza el rostro y me dicen sonriendo: ¿Mexicano verdad?
Algunas van un poco más lejos y levantan
sus brazos exclamando: ¡Viva México!
Yo siempre respondo ¡Viva España!
Pero los municipales son otra
historia ¡Joder!
Poco a poco, gracias a las
amenazas de la Noelia, el resto de los jóvenes se va tranquilizando y el lugar
queda en absoluto silencio. La patrulla lanza un último rayo de luz sobre la
acera, no se ve nada, no se escucha nada, y finalmente se marchan.
La hemos librado.
Una noche más de botellón con la
Noelia, la Marijóse y el resto de mis jóvenes amigos borrachos.
¡La vida es bella!
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