Gudelia | La periodista censurada.
Mirna y Pablo eran un par de jóvenes
recién casados que vivían en un departamento ubicado al lado de la casa de mi tío
Héctor.
El trabajaba en PEMEX y ella se
dedicaba a las labores del hogar.
Se habían mudado al depa unos meses antes y pronto habían entablado amistad con todos sus vecinos.
Pablo era callado, tranquilo, pausado en su hablar, amigable y de un trato muy gentil. De piel morena y pelo
rizado, estatura media y cuerpo atlético.
Mirna por su parte, era un poco
más alta que él, de piel blanca, guapa, de buen cuerpo, y con ciertos aires de
grandeza. Casi siempre andaba malhumorada.
Juntos hacían buena mancuerna y
los fines de semana nos invitaban a mis primos y a mi a jugar juegos de mesa
con ellos. Damas chinas, dominó, cartas, lo que fuera. Apostábamos diez
centavos en cada juego y de esa forma, nadie se hacía más rico ni más pobre.
El ambiente era muy bueno, nos reíamos
mucho, nadie se enojaba cuando perdía, y siempre había alguien a quien Pablo
descubría haciendo trampa.
Desde la cocina de la casa de mi
tío, Gudelia nos observaba entretenida mientras realizaba labores de limpieza.
En ocasiones, ante nuestra insistencia, salía al patio y nos acompañaba un
rato. No jugaba pero se divertía igual o más que nosotros. Gudelia era la risa
andando y tenía talento para la investigación periodística.
A quince minutos de la ciudad de
Poza Rica, Veracruz, se ubica el centro ceremonial Tajín. Epicentro religioso
de los pueblos totonacos del norte, y punto de reunión de los antiguos dioses
procedentes de los cuatro puntos cardinales, a quienes se les rendía culto con la
ceremonia de los voladores danzantes.
En la década de 1980, los
descendientes directos de esos pueblos aun habitaban la zona del Tajín, y muchos
de ellos bajaban a la ciudad para vender sus productos, principalmente verduras
y artesanías. Otros llegaban a la ciudad para emplearse como ayudantes o empleadas domésticas.
Gudelia era una mujer joven de etnia
totonaca y trabajaba en la casa de mi tío en labores domésticas. Vivía en la
casa, era un miembro más de la familia, y todos la queríamos como tal. Cada
quince días se iba de fiesta con su novio quien pasaba por ella el sábado por
la tarde, y no la veíamos hasta el domingo por la noche.
Gudelia tenía una personalidad
chispeante, extrovertida, alegre y muy risueña. Todo el tiempo se estaba
riendo. A veces, cuando el tiempo se lo permitía, me enseñaba dialecto
totonaco. Su castellano era limitado pero suficiente para hacerse entender.
Cocinaba muy sabroso y era muy atenta y servicial.
Una tarde mientras comía en casa
de mi tío, vi pasar a Mirna, la esposa de Pablo. Iba de mal humor y aun cuando
me vio por la ventana, ignoró mi saludo. Gudelia lo notó y me dijo:
—No le hagas caso Oscarito, esa
está loca.
Yo seguí comiendo sin perturbarme.
Un plato de enchiladas rojas con chorizo y frijolitos de la olla son el
blindaje perfecto para cualquier contratiempo.
Después de comer, me senté en la
sala de la casa, comencé a ojear unas revistas y pronto me enganché en la
lectura de una de ellas.
—Además, es bien chillona. No aguanta
nada.
Levanté la vista y Gudelia
explotó en una carcajada.
—¿Quién es chillona? —pregunté
intrigado.
—¡Pos la Mirna! ¿Quién más?
—¿Tu la has escuchado llorando?
Gudelia no pudo responder por
tanta risa que tenía. Hasta se apoyaba en la mesa para reír mejor.
—¿A poco le pega Pablo?
Más risas de Gudelia.
Esperé que se calmara un poco y
le pedí que me diera más detalles.
Pablo era obrero transitorio en
PEMEX. Eso hacía que sus turnos fueran cambiantes. A veces trabajaba en el
primer turno y se ausentaba todo el día. Y en ocasiones trabajaba en el turno
de la noche, y por consiguiente se pasaba el día entero descansando en su departamento.
Durante el día todos estábamos ocupados.
Yo estudiaba la secundaria, mis tíos trabajaban, y la casa estaba prácticamente
vacía. Mi tío Héctor, por su situación física, dormía la siesta durante la
tarde y Gudelia se quedaba sola, al mando, en la planta baja.
El departamento de Pablo y Mirna
estaba a escasos metros de la casa de mi tío y compartían el mismo patio.
Gudelia se acercaba sigilosamente
a la ventana del departamento y observaba al matrimonio durante horas. Lo hacía
cada vez que podía. Y fiel a su vocación periodística, decidió compartir sus
hallazgos conmigo.
Fue así como me enteré de todas
las posiciones sexuales que el matrimonio practicaba en la intimidad, con
variantes incluidas. Aprendí lo que ambos se decían durante sus encuentros íntimos,
lo que se gritaban, las mañas de ella y las de él.
Fue así como me enteré de que
Mirna lloraba cuando terminaba.
Durante meses pude enterarme de
santo y seña de lo que ocurría en ese departamento. No importaba que apagaran
las luces, Gudelia tenía buena vista y buen oído. Podía incluso ver a través de
las cortinas.
Y era generosa con su
información.
Al principio creí ser el único
depositario de tremendas revelaciones.
Pronto descubrí que no. La
noticia se había diseminado a otras personas, familiares incluidos.
Finalmente, la censura llegó y a
Gudelia le prohibieron estrictamente que volviera a espiar a los vecinos.
Quedaba prohibido también cualquier tipo de divulgación referente a las
actividades intimas de la noble pareja.
Eran tiempos difíciles. El PRI
dominaba la escena política nacional, era el partido único en el poder y solo
ellos decidían lo que la prensa podía publicar y lo que estaba censurado.
Eran tiempos difíciles para los periodistas
que buscaban informar con total libertad a un público hambriento de noticias.
Fueron tiempos difíciles para
Gudelia, la gran periodista cuya boca lograron acallar, bajo pena de ser
enviada de regreso con sus padres al Tajín milenario.
¡Viva la libertad de Expresión!
Créditos de
imagen: Pixar – poli_
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