Las Primas | Una historia familiar.

 



Una orden y media de tacos recién preparados del restaurante Pic Nic llegaron a la mesa de Paty Cervantes.

Enrollados, fritos y rellenos de carne molida, aderezados con crema, lechuga abundante, queso seco espolvoreado y una generosa porción de salsa roja. Una salsa tan sabrosa que era ya legendaria entre los comensales habituales.

Imposible resistirse.

En un plato aparte, una porción de cebolla picada y jitomate para agregar al gusto. Para tomar: medio litro de agua de horchata hecha con una receta secreta del restaurante.

Paty suspiró paras sus adentros.

Ay Diosito santo esto si es vida. Y la verdad me los tengo bien merecidos, para eso soy la presidenta.

—¿No te parece que es mucho? —Le preguntó Adrián con algo de preocupación.

Sin dejar de ver los tacos, le respondió:

—¿Tu crees? ¿Se te hace mucho?

—Pues te acabas de comer un plato de mole con arroz y pollo. Digo, no es que se me haga mucho. Yo nomás pregunto.

Adrián, su esposo, veía con preocupación lo que Paty planeaba comer.

¿Será que me quiere espantar pa que ahora sí le dé el divorcio?

Habían estado toda la tarde en la casa de su tía Dora celebrado un cumpleaños. Habían comido arroz con mole, postres hechos a base de frutas, y pastel de tres leches con cafecito.

Toda la familia Cervantes se había reunido en la calle Perú de la colonia 27 de Septiembre. Reuniones alegres, llenas de emotividad, de bromas, carcajadas y una gran armonía entre todos. Los Cervantes siempre unidos en las buenas y en las malas.

Un par de caras conocidas entrando en el restaurante sacaron a Adrián de su soliloquio.

Eran Javier y su esposa Mónica… Mónica Cervantes.

Estaban en el segundo piso del restaurante Pic Nic ubicado en la avenida Juárez. Adrián y Javier se saludaron a lo lejos, pero Paty y Mónica, primas hermanas, no se percataron de su propia presencia.

Se sentaron en la única mesa libre que había, al otro extremo de donde cenaban Paty y Adrián.

—Ay pues no se, se me hace que voy a pedir unas tostaditas ¿Cómo ves? —preguntó Mónica.

Javier movió lentamente su cabeza de un lado a otro y respondió:

—Mona, te acabas de comer un plato de arroz con mole y pollo. ¿No te llenaste?

—Si me llené pero eso fue hace más de tres horas, y el pastel nomás me provocó más hambre. ¿Tu no vas a pedir nada?

Javier respondió que no y levantó la vista para ver a Adrián. Este le hacia señas conteniendo la risa. A ambos les causaba mucha gracia que las primas no se hubieran visto aún entre ellas.

Habían platicado largo rato en la fiesta con su tía Dora; habían compartido noticias de otros familiares y se habían reído hasta el cansancio con las ocurrencias de José, Tavito, y Andrés. Primos y hermanos de las comensales.

Una hora después las dos primas salían del restaurante caminando lentamente, panditas de tanto comer, y sin haberse visto entre ellas durante la cena.

 

El doctor Roberto Lozano Bruguera atendía el área de urgencias en el Hospital General de PEMEX durante la madrugada del viernes para amanecer sábado.

Recién egresado de la facultad de medicina de la Universidad Veracruzana, había pasado dos años en el Hospital la Raza de la ciudad de México, realizando una especialidad en medicina interna.

Era su primer contrato en PEMEX como médico y se sentía feliz, realizado, y con planes de matrimonio en el futuro próximo.

En la lista de pacientes que le proporcionó la enfermera, se encontraban dos señoras de mediana edad que exigían ser atendidas con urgencia.

Llegaron casi al mismo tiempo, se registraron prácticamente una después de la otra, y la enfermera notó de inmediato que compartían los mismos apellidos. Decían sentirse muy mal del estómago, con nauseas y ganas de vomitar.

A una de ellas le había subido la presión y a la otra los niveles de glucosa.

Ambas se veían muy nerviosas.

La enfermera asumió que venían juntas y se lo hizo saber al doctor.

—Estas dos señoras muestran claros signos de intoxicación. Parece que vienen de la misma fiesta y creo que son hermanas.

—Mándeme a la primera por favor.

¡Señora Paty Cervantes! ¡Señora Paty Cervantes!

 Las dos hermanas estaban sentadas una detrás de la otra. Ambas se levantaron al mismo tiempo pero solo una de ellas se encaminó al consultorio.

—¿Señora Paty Cervantes? Pásele, el doctor la verá en un momento.

Cuarenta minutos después, Paty Cervantes salió del consultorio con una receta. Se le veía más calmada.

La enfermera la siguió con la mirada y se sorprendió al ver que pasaba frente a su hermana sin despedirse, ni saludarse, ni nada. Paso de largo, se encontró con su marido y salieron del hospital. La otra hermana, la que permanecía sentada, ni siquiera se inmuto.

Que raro. Han de andar peleadas.

—Mándeme a la segunda por favor —indicó el doctor desde el interior.

¡Señora Mónica Cervantes! ¡Señora Mónica Cervantes!

—Señora Mónica, puede pasar con el doctor.

Cuarenta minutos más tarde, la señora Mónica Cervantes salió del consultorio con una receta. No iba muy conforme. Estos pinches doctorcitos no sirven para nada.

Se encontró con su esposo y ambos abandonaron el hospital con paso lento.

El doctor mandó llamar a la enfermera para verificar un par de cosas:

—Dice usted que son hermanas o parientes ¿Verdad? Creo que tenemos un caso de intoxicación general.

—No doctor, me equivoqué. Creí que eran hermanas o parientas por los apellidos, y porque llegaron prácticamente una detrás de la otra.

—¿Y no lo son?

La enfermera movió la cabeza en señal de negación.

—Ni siquiera se conocen entre ellas.

El doctor se llevó la mano a la barbilla mientras veía los expedientes de ambas.

—Pues algo anda muy raro aquí.

—¿Por qué?

—Ambas comieron hoy mole con arroz y pollo, más o menos a la misma hora. Ambas comieron postres a base de frutos secos. Ambas tomaron café y estuvieron festejando un cumpleaños. Ambas se apellidan igual y llegaron juntas. ¿Y usted me dice que no se conocen entre ellas? ¿Está segura?

—Se lo juro Doctor, mire, por esta que no le miento. Se cruzaron casi de frente y ni siquiera se voltearon a ver. Yo también me saqué de onda.

—Y la cosa no termina ahí. Después de esa fiesta, ambas se fueron a cenar al mismo restaurante y comieron las mismas garnachas prácticamente a la misma hora. Es más, tomaron la misma agua de horchata. ¿Y no se conocen?

La enfermera no supo que responder.

—Pues a las dos les receté lo mismo: 130 miligramos de Neomicina, Caolín y Pectina cada dos horas, con Lomotil de 2 miligramos cada doce horas. Y un Pepto Bismol para proteger la capa gástrica.

La enfermera salió con los expedientes en mano y se preparó para llamar a la siguiente paciente.

 

—¿Qué te dijo el doctor? —preguntó Javier.

—Ese doctor está loco de remate me cae.

—¿Qué te dijo?

—Que traigo los mismos síntomas que mi hermana. ¡Tu crees! ¡Anabel está en Pachuca! ¡Hazme el favor!

Javier hizo esfuerzos para contener la risa.

Cuando se detuvo en el rojo del semáforo, verificó su celular y notó que tenía cinco llamadas perdidas.

Todas eran de Adrián.

 


Comentarios

  1. Felicidades hijo, pero por lo menos Mónica tiene un vocabulario más ( folclórico) jajaja te quedaste corto quedaste corto

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  2. Que bonito como te expresas de tu tío Nacho, Dora y Héctor y que tristeza que de tu tío Andrés no puedas escribir cosas bonitas o chuscas

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