¿Nos tomamos un café? | Una historia familiar.

 

Crédito Imagen: Pixar-Pexels.



—¡Que perro está el calor allá afuera tío!

—En la otra recámara tu mamá tiene unas camisas tuyas, limpias. Cámbiate para que te refresques. ¿Ya comiste?

—Aun no. Vengo de la escuela.

—Pídele a Gudelia que por favor te prepare algo. Tu abuelita anda en el seguro con tu mamá.

Bajé las escaleras, hablé con Gudelia, y regresé al cuarto de mi tío Héctor. Pocas cosas eran tan agradables como estar con él, charlar con él, compartir ideas y debatir puntos de vista, siempre al amparo de un potente aire acondicionado.

El verano en Poza Rica es terriblemente caluroso y húmedo. Al mediodía, las temperaturas de 40 grados a la sombra funcionan como un temazcal huasteco bien afinado. El sudor recorre cada uno de los surcos y pliegues de la piel sin respetar edad, sexo, ni condición social.

Por las tardes el calor aminora y los vientos alisios, procedentes de la zona costera, ayudan a paliar el sufrimiento de los que por necesidad tenemos que andar en la calle durante el día, a pleno rayo de sol.

Ya más fresco y con ropa limpia, regresé a la recámara de mi tío, me recosté en la camita libre frente a la suya, y después de un rato me animé a contarle una pequeña anécdota. Era algo sin importancia, ni siquiera estaba seguro de querer mencionarla. Pero mi tío me animó:

—Adelante hijo, te escucho. Sea lo que sea, de aquí no sale.

Mi primo Martín había llegado de Monterrey a pasar unos días con su padre, mi tío Nacho, su esposa, mi tía Bety, y los hijos de ambos: mis primos Chucho, Eric e Isaac.

Martín era el mayor de todos los primos. Lo conocía muy poco. Mi madre me había hablado mucho de él, lo describía como un joven muy especial, inteligente, sensible, elegante y con mucha personalidad como su padre.

Un sábado por la tarde tocaron a la puerta de mi casa y mi sorpresa fue mayúscula: era mi tío Nacho y familia, con Martin. Planeaban llevarlo a recorrer la ciudad y pasaron por mí para que los acompañara. El pequeño departamento donde yo vivía se llenó de familia mientras me vestía rápidamente en mi cuarto.

En la comitiva venía una joven bellísima de unos 18 años que no tenía idea de quien era. Mi tía Bety me la presento como de la familia. Ella es Mayra hijo, viene con nosotros en el paseo.

Y así, con una coca cola bien fría en mi mano, comencé a narrar la anécdota:

<< Nos subimos todos al choche de mi tío. Él y mi tía en los dos asientos de enfrente, mis primos, Reyna y yo en la parte trasera. Íbamos un poco apretados pero muy emocionados por el paseo. Mayra iba a mi lado y sonreía cada vez que nuestras miradas se cruzaban.

El plan de mi tío Nacho era dar una vuelta por las Palmas, después ir a Loma Bonita y terminar en el mirador del Parque de las Américas >>.

—A ver hijo —intervino mi tío Héctor —¿Quién es Mayra?

—No lo se tío, creo que pariente de mi tía Bety. ¿Usted la conoce?

Mi tío movió la cabeza de una lado a otro tratando de ubicar a la joven.

—Está bien bonita la muchacha. Desde ese día nomás ando pensando en ella.

—¿Cómo es físicamente?

La describí lo mejor que pude.

—Tío, desde ese día sueño con ella y la veo en todas partes. Hace rato que venía de la escuela, en el autobús, creí verla en el asiento de enfrente. No era ella obviamente. ¿Me estaré volviendo loco?

—¡Como crees hijo! ¡Tienes trece años, es normal! ¿Era eso lo que me querías contar?

—¡No! Hay algo más.

<< Fuimos a Las Palmas, anduvimos recorriendo las calles, pasamos frente a la ESBO, nos detuvimos un momento en la gasolinera y mi tío cargó combustible. Dimos una vuelta por el cine Hidalgo y nos detuvimos un rato para apreciar La Maquinita.

Después atravesamos el centro de la ciudad, había mucho tráfico. Todos íbamos muy contentos, mi tía Bety reía mucho por unos chistes que nos iba contando Eric. Llegamos a la Plaza Cívica, Chucho y Eric se quisieron bajar y estuvimos un rato, corriendo y jugando con Martín.

Mi tío Nacho y mi tía Bety se sentaron en una banca junto con Mayra y nos miraban divertidos.

Un rato después nos fuimos a Loma Bonita. Ahí también nos bajamos un rato. Martín se quedó sorprendido por la vegetación, la belleza del salón Tamabra, y el silencio en las calles.

Yo le platiqué un poco sobre la refinería y mi tío respondió vamos a llevarlo para que la conozca.

Fuimos a la refinería y estuvimos ahí unos minutos. Regresamos y nos encaminamos al mirador del Parque de las Américas, en la colonia Laredo. Allá en lo alto donde se puede ver toda la ciudad.

A Martin…>>

—A ver hijo —intervino mi tío— ¿te acuerdas que hora era?

—Serían como las siete y media de la tarde.

—¿Y no los llevó a cenar tu tío?

—Todavía no, era temprano.

—Está bien, sígueme contando.

<< A Martín le gustó mucho ver la ciudad iluminada desde el mirador. Y le impresionó la luz de los quemadores que se ven hacia el sur, rumbo a Papantla. Es increíble como se ilumina el cielo con el fuego.

Hasta ahí llegó el paseo.

Ya íbamos de regreso, pasábamos junto a la Plaza Cívica cuando mi tío Nacho dijo: vamos a pasar al Bambino a tomarnos un café.

Chucho y Eric brincaron de gusto y gritaron ¡sí, si, vamos al Bambino!

Mi tío se estacionó justo enfrente del restaurante, en un lugar que estaba reservado. Noté que hizo una señal y de inmediato quitaron la protección para que se pudiera estacionar sin ningún problema.

Yo nunca había entrado a ese lugar. Esta bien bonito y muy elegante.

Nos sentamos en una mesa del centro y de inmediato empezó el desfile.

El desfile de gente.

Primero se acercaron dos señores a saludar. Mi tío se levantó y les dio un abrazo a ambos. Se despidieron, y apenas se estaba sentando cuando llegó un matrimonio, la señora saludó a mi tía de beso, y el señor se puso a platicar con mi tío de cosas de política.

El mesero nos trajo café a todos. ¡Muy sabroso! Recién hervido.

Nos pusieron unas canastas con galletas surtidas y comenzamos a tomarnos el café. ¡Las galletas volaron!

El café estaba tan sabroso que no me lo quería terminar. Le daba pequeños sorbos y lo saboreaba hasta que se diluía lentamente en mi boca.

Después se acercó un señor trajeado y muy elegante. Saludó a mis tíos y se puso a platicar de política otra vez con mi tío Nacho.

Ya me estaba terminando mi café y la taza de mi tío seguía llena. No lo habían dejado tomarse su café en paz. La gente no dejaba de saludarlo.

Yo había visto en el menú una hamburguesa con papas y la verdad se me hizo agua la boca, pero con el café y las galletas estaba más que conforme.

Había música instrumental de fondo y muy buen ambiente.

De pronto, Eric le dijo algo a mi tía, y ella le respondió dile a tu papá.

Apá, ¿puedo pedir una hamburguesa?

Chucho alzó la vista y volteo a ver a mi tío en espera de una respuesta.

Mayra me observaba y yo veía a mi tío de reojo, disimuladamente.

A buen entendedor pocas palabras. La mirada de mi tío, fija y sin parpadear, reflejaba claramente su respuesta.

Pero Eric no la captó.

Y lo intentó de nuevo.

Apá, no me escuchó. ¿Puedo pedir una hamburguesa?

Si te escuché —respondió mi tío.

Y mirando fijamente a los dos, a Eric y a Chucho, respondió:

Venimos a tomar café. ¡Puro Café!

Eric hizo una mueca de malestar y Chucho apretó los labios de coraje. Agudizó su mirada como queriendo pelear con su papá, como queriendo discutir con él, pero mi tío no le hizo caso; ya se había acercado a la mesa otro señor para saludarlo.

Yo me consolé con una sonrisa de Mayra.

Y esa es la historia Tío.

Creo que mi tío si nos hubiera invitado a cenar, pero Eric y Chucho se le pusieron al tiro, muy picudos, y se toparon con pared.

Tío, una cosa: por favor no le vaya a contar a nadie esta anécdota. Esto es nomás entre usted y yo>>

Mi tío Héctor, que escuchaba la historia con mucha atención, esbozó una sonrisa y respondió:

—No te preocupes hijo, yo pensé que había pasado algo, una pelea o algo así.

—De veras tío, por favor no le cuente a nadie, y menos a mi tío. No sea que se vaya a enojar.

—Sin problemas hijo. No te preocupes.

 

Esa misma tarde regresaba de jugar futbol, y al subir al cuarto de mi tío Héctor escuché risas y carcajadas con mucha intensidad.

Me asomé con lentitud y a la primera que vi fue a mi mamá, estaba privada de la risa. Mi tía Dora reía también y mi tío Tavo decía esa fue baquetonada limpia pariente.

Mi abuelita abrió la puerta y me vio. Se estaba riendo también y me dijo Ay hijito, no le hubieras contado nada a tu tío, y se alejó.

Cuando finalmente entre, vi a mi tío Nacho sentado en la camita con mi tía Bety a un lado. Reía a todo pulmón, y al verme me dijo sin dejar de reírse, oye hijo, ya me conto tu tío Héctor lo del café.

Y siguió riéndose.

 

La historia del Puro Café es probablemente la anécdota más icónica del caudal de historias de mi familia materna. Es una historia que me ha perseguido desde mi adolescencia. Me la han cantado infinidad de veces. Mi tío Héctor era un hombre cabal en el que se podía confiar plenamente, pero cuando se trataba de anécdotas graciosas de sus hermanos, era imposible detenerlo. Nadie estaba a salvo.

A petición expresa de mi primo Chucho, he decidido escribirla con todo el respeto y cariño que guardo en mi corazón hacia mi tío.

Con la distancia del tiempo y la sapiencia que este aporta a nuestras vidas, hoy comprendo que esta historia es una muestra más de la grandeza de carácter de mi tío Nacho.

Porque solo las personas muy inteligentes son capaces de reírse de sí mismas. Solo las personas con una gran seguridad son capaces de reírse de sus propias anécdotas. Esas personas nunca pierden el piso, se manejan con entereza a lo largo de la vida, y mantienen su grandeza de espíritu a pesar de las tentaciones del poder y las calamidades de la existencia.

Con dedicatoria especial al protagonista de esta historia, mi tío Nacho. El patriarca de la manada.

 

Sigamos contando historias…

 


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