El mejor Jefe.

 




Recientemente vi al empresario mexicano Rodrigo Herrera Aspra en una entrevista realizada por el influencer Oso Trava.

Rodrigo Herrera es fundador y accionista principal de la empresa farmacéutica Genomma Lab, y es uno de los empresarios más importantes de la actualidad.

Durante la entrevista, Rodrigo explicaba el proceso de reclutamiento que seguía para contratar personal. Una de las preguntas clave que el realiza siempre durante la fase final de la entrevista es la siguiente:

¿Quién ha sido tu mejor y tu peor jefe y por qué?

Dependiendo de la respuesta, él toma la decisión final: contratar o descartar.

Esa pregunta me dejó volando por las nubes durante unos minutos y sin darme cuenta, de manera autómata, comencé a buscar mis propias respuestas.

Estas son mis reflexiones.

 

El mejor jefe que he tenido hasta el día de hoy fue Douglas Lorber. Estadounidense. De origen alemán por línea paterna y de tribus autóctonas Sioux por el lado materno. Medía 1.85 de estatura aproximadamente, de complexión delgada con hombros y espaldas anchas, piel morena rojiza y ojos azules.

Era un empresario exitoso que se había formado de manera autodidacta. Antes de cumplir los veinte años ya había formado su primera empresa en su natal California. Siendo un gran surfista decidió invertir sus ahorros en la fabricación de tablas para surfear. Con el paso de los años se diversificó y abrió una empresa de fundición de aluminio en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas. México.

Fue precisamente en esta empresa donde lo conocí. Era el gerente general y accionista principal.

Era un hombre con una personalidad avasalladora. Su voz era grave y profunda, hablaba con lentitud para hacerse entender. Dominaba el castellano y lo usaba para comunicarse con sus empleados de producción. Con el resto de nosotros usaba el inglés y era paciente y muy tolerante con el tema de la pronunciación.

No le incomodaba en lo más mínimo que la gente pronunciara mal, él se esforzaba y entendía. A veces solo bastaban unas cuantas palabras medianamente bien pronunciadas para que el entendiera al vuelo lo que trataban de comunicarle.

Douglas era un crack para los negocios.

Hábil negociador, líder nato, poseedor de una fuerza interna que lo impulsaba a dar y exigir todo en el trabajo. Una de sus frases favoritas, o al menos lo que solía decirme, era: rememeber Oscar, 99.9% is not good enough buddy, it has to be 100% all the time. “Recuerda Oscar, 99.9% no es suficiente, tiene que ser siempre el 100%”.

Creo que esta frase puede sintetizar muy bien su filosofía de trabajo. 

Era un jefe sumamente exigente, consigo mismo y con los demás. No todos le seguían el ritmo, no todos podían. También era un jefe muy justo, fiel, derecho, limpio para trabajar, jamás mentía, y siempre sostenía sus palabras sin importar las consecuencias.

Era un hombre que tenía muy claro lo que quería en su empresa y lo comunicaba muy bien. Nunca abandonaba a un colaborador. Siempre estaba ahí para apoyar, y pagaba muy bien.

No era fácil trabajar para él, lo admito. Había días difíciles, pero no hubo uno solo en que no aprendiera algo con él. Me enseño planeación maestra, negociación, toma de decisiones, programación, y me enseño el valor del honor en los negocios, tanto con clientes, proveedores y compañeros de trabajo.

A veces me pregunto qué vio en mí para no despedirme. Cuando ingresé a su empresa maquiladora yo jamás había trabajado en una. En las oficinas había ingenieros muy preparados, algunos educados en las mejores universidades de México, con mejor inglés y con años de experiencia en la industria.

He llegado a la conclusión de que fue mi pasión por el trabajo y mi dedicación a la empresa lo que le llamó la atención. Yo me entregaba al límite y más allá, todos los días de la semana. En esa época era lo mejor que podía ofrecer.

Douglas me hizo crecer profesionalmente de un modo que nunca pensé posible. Me llevó al límite de mi capacidad cognitiva y temperamental. Me enseñó a sacar de mi interior el carácter fuerte y decidido que después me caracterizó. Siendo yo un hombre joven, acostumbrado a la comodidad de una oficina desarrollando software e impartiendo clases, me enseño facetas de mí que no conocía.

Gracias a él realicé innumerables viajes de negocios al extranjero. Texas, Ohio y Georgia en la unión americana eran los estados a los que viajábamos regularmente. Asistíamos a las reuniones trimestrales de revisión de resultados y siempre buscó expandir mi pensamiento y adaptación al estilo gerencial estadounidense.

Douglas entendía muy bien la mentalidad de los mexicanos. Llevaba trabajando años en México, sabía como pensábamos, como sentíamos, que nos molestaba, y que nos motivaba.

Viajar con el era toda una odisea. Era un mujeriego incansable y reconozco que las mujeres, por lo general, mostraban interés por él. Para todos los viajes hacíamos escala en Houston y siempre me preguntaba: Oscar, what time is it? “Que hora es Oscar”. Después de responderle siempre decía: Well, I think we have time for a couple of beers, whay do you say? “bueno pues, creo que tenemos tiempo para tomarnos un par de cervezas, ¿Qué opinas?

Mi respuesta era siempre la misma: Let’s go get them! “Vamos por ellas”.

En una ocasión viajábamos de Atlanta a Houston, regresábamos de una reunión de altos mandos a la que francamente nunca entendí por qué me llevó. Yo estaba sentado en la ventanilla y el en el pasillo. En la fila de al lado viajaba una mujer joven extremadamente bella, parecía modelo, me hizo recordar a la actriz británica Kate Beckinsale. Desde que la vimos en el lobby nos impresionó su porte, elegancia y belleza.

Ya en el viaje, Douglas comenzó a charlar con ella pero la joven ni siquiera le hizo caso. Iba leyendo una revisa y solo se limitó a responder con un NO a una pregunta de Douglas. Al observar la escena me reí y le dije en voz baja: Doug, not this time man! You’re wasting your time. “Doug, no esta vez amigo. Estas perdiendo el tiempo”.

—¿Ah sí? Eso es lo que tú crees. Observa y aprende —respondió Douglas aceptando el reto.

Pena ajena fue lo que sentí cuando se lanzó a la conquista nuevamente. Por un momento me hizo recordar a mis tíos, los hermanos menores de mi madre, grandes conquistadores con un sex appeal y un pegue tremendo. 

Transcurrieron 40 minutos de vuelo. Por la bocina se escuchó la voz del piloto indicando que ya iniciaría el descenso para aterrizar en Houston.

Douglas volteó a verme con una tarjeta de presentación en su mano y una sonrisa de oreja a oreja. Había alegría y mucho orgullo en su expresión. También detecté algo de vanidad, típica de los hombres acostumbrados a las conquistas.

La joven había accedido a charlar con él, y en cuarenta minutos le contó la historia de su vida. Era ejecutiva de una empresa y viajaba a Houston para una reunión con clientes. Planeaba estar un par de días en la ciudad y lo invitó a que se vieran esa misma noche. En el reverso de la tarjeta venía escrito el nombre y teléfono del hotel donde se hospedaría.

Cuando descendimos del avión teníamos que trasladarnos a otra área para tomar el vuelo que nos llevaría a la ciudad de Brownsville, frontera con Matamoros. Le pregunté si se quedaría esa noche en Houston, y el respondió que no. Lo del avión solo fue para que yo observara y aprendiera. ¡Genio y Figura!

Debo honrar siempre la verdad y por eso debo admitir que he tenido otros jefes buenos, inteligentes, y de los cuales he aprendido también.

Sin embargo, Douglas tenía una cualidad adicional como líder: buscó por todos los medios hacer que yo creciera dentro de la empresa. Se esmeró en hablarle de mi a sus jefes. Cuando estos llegaban de visita, siempre pasaban a mi oficina a saludarme y agradecerme por el esfuerzo de mi trabajo diario.

En una ocasión tuve una discusión muy fuerte con él. Nos habíamos comprometido con un cliente a entregarle su producto en una fecha determinada. Para el cliente era muy importante recibirlo a tiempo y estuvo dispuesto a pagar un costo adicional para acelerar su producción. Cuando descubrí que el producto no se había enviado en la fecha prometida, monté en cólera y le reclamé al jefe de embarques. Este me respondió que Douglas había dado la orden de consolidarlo con otro transporte para ahorrarnos el costo del flete.

Entre a su oficina (de Douglas) muy enojado y le pregunté por qué había dado esa instrucción. El me respondió que era una estrategia para ahorrar el flete y que el producto se iba a entregar en tiempo y forma al cliente. Yo sabía que eso era verdad pero también sabía que había un riesgo de que no ocurriera. Y comenzamos a discutir.

Un rato después abandoné su oficina y dedique el resto de la tarde a atender otros asuntos. Ese día era viernes y ya no lo vi hasta el siguiente lunes.

Casualmente el lunes era la fecha programada para mi evaluación anual. Las empresas maquiladoras hacen una revisión anual del trabajo realizado por sus empleados. Se evalúan los logros, las fallas, las áreas de mejora y se hacen planes de trabajo.

Yo estaba convencido de que Douglas me reprobaría y probablemente me despediría por mi exabrupto del viernes anterior. La vida me tenía reservada otra sorpresa.

Cuando entre a su oficina el me recibió con entusiasmo; estaba de buen humor y había ordenado un refrigerio para ambos. Y habló sobre mi desempeño durante el último año y me dijo que estaba muy contento con mi trabajo, me felicito, me invitó a que siguiera con la misma actitud y con el mismo ímpetu. Y finalmente me anunció que mi salario se incrementaría en un 30% (treinta por ciento).

Douglas debió notar mi turbación y entonces me dijo:

—¿Acaso pensaste que yo te iba a castigar por la discusión que tuvimos el viernes?

—Seré bien honesto contigo —respondí— Pensé que me ibas a despedir.

Douglas soltó una carcajada que se debió escuchar en toda la planta baja del edificio.

—Oscar, esa discusión solo me sirvió para confirmar una vez más tu compromiso con la empresa. La pasión con la que defendiste al cliente es algo que yo valoro mucho. Estuviste dispuesto a confrontarme con tal de proteger la entrega a tiempo. Esas actitudes se premian, no se castigan. Recuerda, yo evalúo rendimiento y compromiso. Solo eso.

¡Genio y Figura!

El producto se logro entregar en tiempo y forma. Douglas había hecho un acuerdo con un transportista para garantizar el envío y al mismo tiempo nos ahorramos varios cientos de dólares en flete. Aun me faltaba mucho por aprender.

Este tipo de acciones, típicas de un líder autentico, no las he vuelto a ver jamás, en nadie más.

Fue una gran etapa en mi vida profesional.

La mejor etapa.

Han pasado más de veinte años desde la última vez que lo vi.

Douglas partió hace algunos años a la presencia del Señor. Fue un día muy triste para mí.

A mi manera y con las limitaciones de mi persona, he tratado de emularlo lo mejor posible en las cosas positivas. En ocasiones, ante situaciones complejas, trato de imaginar que haría Douglas, como lo resolvería. 

Las personas no se van nunca cuando permanecen en el corazón de los que aun pensamos en ellas, las extrañamos, las necesitamos.

Esta tarde de viernes quise aprovechar la ocasión para recordar a un grande. Al más grande, al más grande líder de alto impacto que he conocido en mi vida:

Mi jefe Douglas Lorber.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cónclave – La Película | Breve reseña y análisis crítico.

Boda en la Montaña | Una historia familiar.

Un regalo hasta el cielo.