Mis momentos Martha Higareda – Episodio 3 | Comiendo con los Reyes.

 




Las historias que recientemente hemos leído o escuchado de Martha son inverosímiles a la luz de la lógica cotidiana. Algunas alcanzan los límites de lo extremo y generan todo tipo de burlas y comentarios sarcásticos. Sin embargo, en lo personal he aprendido que el mundo y la realidad sobre la que nos movemos está llena de sorpresas y situaciones increíbles.

El mundo de las coincidencias, circunstancias y lugares especiales es tan real, y tan mágico, que muchas personas no lo viven jamás en sus vidas.

¿Son verdad o son mentira?

Ante esta pregunta, yo respondo: ¡Qué más da! No me importa saber si están basadas en hechos reales o son producto de una poderosa imaginación. Esta bella y talentosísima actriz mexicana tiene tantos éxitos profesionales que no necesita publicidad por historias inventadas. Por otro lado, hablar a los cuatro meses es, hasta donde puedo entender, biológicamente imposible.

Qué más da si son reales o no. Lo que para mí es importante es la calidad de las historias, el potencial que tienen de ser verdaderas, y el gran fenómeno que han desatado en las redes. Porque las historias, bien contadas, son para eso, para entretener a la gente, hacerlas pensar, reflexionar y debatir. Cuando una historia logra eso, bien vale la pena escucharla o leerla. La última palabra, como siempre, la tiene el respetable público lector.

Esta es una continuación de mis momentos Martha Higareda.

Este es el Episodio #3.

 

 

EPISODIO 3 | Comiendo con los Reyes.

 

Aquel día llegué temprano a Madrid procedente de Zaragoza, comunidad autónoma de Aragón.

De la estación de trenes Atocha me trasladé en taxi hasta el hotel ubicado en la calle Alcalá Galiano, a un costado de la avenida Paseo de la Recoleta. Me identifiqué y mi registro se activó en automático; había hecho la reservación días antes en las oficinas de Viajes Iberia.

Era un domingo 15 de Mayo del 2011.

Ya instalado, salí del hotel en busca de un lugar donde comer. No había comido nada en todo el día y el reloj marcaba ya las 11:30 am.

Había caminado unos cuantos metros cuando me percaté de que había un restaurante al otro lado de la acera. Su fachada se veía discreta y austera; poco elegante comparada con el resto de los edificios de la zona.

No lo pensé dos veces y entre.

Y así como entré, intenté salir de ahí corriendo.

El interior del local era lo opuesto a la fachada.

Era un restaurante de lujo, bellamente adornado en un estilo neoclásico con elementos rococó y decorados en oro y plata. Alfombrado, con mesas y sillas de maderas finas color caoba, manteles de color marfil, y el techo tapizado con pinturas renacentistas.

Di la media vuelta para salir de ahí y al hacerlo me tope de frente con el jefe de meseros.

Era un joven de unos treinta años; con voz amable me preguntó:

—¿Hay algún problema caballero? ¿Os puedo auxiliar en algo?

—No joven, usted disculpe. Me equivoqué de local.

—Si anda buscando un lugar donde comer, permítame invitarlo a quedarse. Será un honor servirle.

Volví a observar el local. Esta vez puse más atención en los comensales.

Pura gente elegante.

Hombres y mujeres vestidos de gala. Había una mesa enorme al centro donde comían unas veinticinco personas, todos y todas lo hacían brindando y en gran camaradería. La elegancia y la clase en sus modales era más que evidente.

Me sentí un extraño. Me sentí pequeño... me sentí incómodo.

Lancé mi primera excusa:

—Lo que pasa es que vengo solo y aquí todas las mesas son para mucha gente.

El joven se sonrojó y acepto que eso era verdad, pero que lo resolvería si yo deseaba quedarme a comer con ellos.

—Permítame invitarle una copa de cortesía en nuestro bar mientras preparamos una mesa individual para usted. Es lo menos que podemos hacer.

Para ser francos, el dinero no me preocupaba tanto. Traía 1,750 euros en efectivo (unos treinta mil quinientos pesos mexicanos). El lugar y la gente era lo que me incomodaba. Yo vestía una camisa sport con un pantalón de mezclilla y unos zapatos tipo industrial Antonio Baccaloni que me habían costado 350 pesos en México.

Simplemente yo no pertenecía a ese lugar.

Lo más sensato era declinar la invitación, buscar un restaurante de tapas y comer como el resto del pueblo, como la gente normal.

Terminé aceptando la invitación más por pena que por convicción. Disfrute de un delicioso aperitivo gratis mientras preparaban una mesa individual para mí al fondo del local.

El mesero que me asignaron era dominicano (de República Dominicana), y con él las cosas fueron mucho más llevaderas. El aperitivo me relajó, charlamos brevemente sobre nuestros respectivos países y me hizo un par de observaciones:

—Hermano mexicano, tu tranquilo. Te mostraré el menú y si no conoces los platillos, yo te ayudaré a elegir uno. No te preocupes.

—Muchas gracias.

En España se come siempre a tres tiempos: un plato ligero, generalmente una sopa o vegetales; después viene el plato principal el cual generalmente es a base de proteína (carnes magras cocidas), y al final vienen los postres.

—Por otro lado hermano mexicano, debo informarte algo. Necesito que te quedes quieto y seas discreto. Por favor no te vayas a levantar y mucho menos intentes acercarte.

Fiel a mi estructura mental paranoica, mi primer pensamiento fue ¡Ya valió madres! De seguro tienen secuestrado el lugar. Estos etarras no se cansan de hacer desmanes. ¿Hasta cuando van a seguir tolerando a estos gilipollas?

Asentí con un ligero movimiento y me quedé esperando la noticia.

—En la mesa grande del centro están comiendo el rey, la reina, el príncipe con su esposa, junto con otros miembros de la familia.

¿Qué dijo? ¿Está comiendo quién? ¿Cuál rey? Todo esto está muy raro. Este ambiente está medio nauseabundo, muy elegante pero muy raro. Maldita la hora en que se me ocurrió meterme en este lugar. ¡Ya ni hambre tengo!

—Amigo dominicano, no se de que me estás hablando pero creo que mejor me voy a retirar.

—Observa discretamente. No te muevas mucho y mira con discreción. El Rey Juan Carlos y su esposa La Reina Sofía están sentados en el centro, de espaldas a la vitrina. A su lado derecho, están el príncipe Felipe y su esposa Letizia. ¿Los ves?

Hice lo que me dijo y…

¡Eran ellos!

Había visto tantas fotos de los reyes en revistas mexicanas que me resultó fácil reconocerlos.

—Cuando te trajimos a esta mesa, pasaste junto a ellos y la reina Sofía te sonrió y tu ni una reverencia hiciste. Eso no se hace amigo mexicano.

—¡Qué! ¡No me jodas! ¿Es en serio?

—Anda ya, no pasa nada, venías distraído. Que no pasa nada hombre.

El dominicano intentaba tranquilizarme mientras intercambiaba una sonrisa con su jefe, el mesero que me había recibido.

—¡Como de que no! ¡Iré a disculparme!

—¡No! Los guardias no te lo permitirán. Mejor relájate, disfruta la comida y al final veremos si te puedes acercar un momento para presentar tus respetos. Ellos vienen seguido a comer aquí.

Y para rematar me dijo mientras se alejaba:

—Y por cierto, la comida es por cuenta de la casa real. Nadie paga su comida cuando los reyes están presentes.

Una sopa de gazpacho catalán con crema de cabra aderezado con especies fue el primer plato que degusté con cargo a la corona española.

Lo acompañe con pan recién horneado a base de avena, abundante aceite de oliva extra virgen preparado en las huertas reales, y trozos de tocino valenciano frito con arándanos y uvas del Duero.

Para el segundo plato degusté un corte de ternera castellana preparada a las brasas y aderezada con especies del norte de África. Una verdadera delicia.

Para el postre elegí una Tarta de Santiago elaborada con almendras, huevo, azúcar. Perfectamente horneada y en su punto excelso.

La comida la acompañe con un Rioja de origen a base de una rara mezcla de tempranillo y cabernet. Un tinto fuerte, con buen cuerpo y aromatizado con pasas y frambuesas. El dominicano me aseguró que era el mismo que tomaban en la mesa del rey. Para ese momento yo me sentía Duque, o Conde…o mínimo Marqués.

El postre lo acompañe con un Oporto espeso, ideal para la ocasión.

Durante toda la comida no dejé de observar la mesa del rey.

Debo admitir que de no tratarse de semejantes personalidades, yo hubiera concluido que se trataba simplemente de personas con clase, amenas, risueñas y que tenían buen ambiente.

Intenté pedir la cuenta solo por cortesía. No me dejaron que pagara nada.

Cuando un miembro de la casa real sea el rey o el príncipe llega a un restaurante, en automático los comensales que ya estaban ahí y los que lleguen después comerán gratis, con cargo a la cuenta del rey. Esa es la costumbre.

Ojalá en México los políticos hicieran lo mismo. Si como no.

Comí y bebí platillos deliciosos prácticamente junto a los reyes y príncipes de la madre patria. Mi mesa estaba a escasos quince metros de la de ellos.

El dominicano me sacó de mi sopor mental con una frase lapidaria:

—Prepárate porque ya están por irse. Habrá un par de fotos y los comensales que así lo deseen podrán tomarse una con ellos.

—¿Qué?

—Es costumbre también. Antes de irse se toman una foto con los comensales; es una foto que después suben a la página oficial y desde ahí se puede ver y se puede descargar.

Y me tomé la foto con los reyes.

Justo a mi lado, el rey Juan Carlos quien resultó ser muy agradable y bromista. La reina Sofía a quien le pedí una disculpa por no haberle devuelto el saludo y solo sonrió y me saludó con un apretón de manos. El príncipe Felipe (actual rey) es altísimo y muy atento. Me preguntó mi nombre y detectó mi acento de inmediato; sonrió y exclamó ¡Viva México!

La princesa Letizia estaba más alejada y no la pude saludar.

Terminada la sesión de fotos, todo ocurrió muy rápido. Salieron por la puerta principal y unos minutos después yo también me encontraba en la calle, sin saber que hacer ni a donde ir. Vi mi reloj y eran las 3:15 pm. Justo la hora de la siesta.

En España se duerme la siesta después de la comida. En las ciudades grandes ya casi no se acostumbra pero en la provincia es una práctica muy arraigada.

Cruce la calle y me encaminé de vuelta a mi hotel.

Una buena siesta era lo que necesitaba para procesar todo aquello.

Me propuse no contar esta historia nunca, a nadie. No tenía caso, nadie lo creería. Cuando llegué a México consulte la página oficial y ahí estaba yo, fotografiado junto a los reyes y los príncipes, y otros comensales.

Trece años después y con muchas más cicatrices en mi espíritu, he cambiado de parecer y he decidido contarla.

 

Aquella tarde surrealista en Madrid aprendí que el mayor signo de clase y elegancia radica en la sencillez y en la amabilidad con las personas. No hay nada que otorgue más nobleza a un ser humano que su trato gentil y generoso con sus semejantes, sean sus amigos, familiares o colaboradores.

Si el Rey lo hace, ¿quiénes somos nosotros para darnos aires de grandeza?

 

¡Viva la Madre Patria!

¡Viva España!

 

 


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