Reflexiones | La Infancia – Parte II.
La próxima vez que asistas a una
fiesta donde haya niños, sea privada o pública, te invito a que te alejes por
un rato de tus amigos y te dediques a observar a los peques durante unos
minutos. Observa como juegan, como se organizan, como se hablan entre ellos,
como alegan y discuten, como corren uno detrás del otro, como giran alrededor
del adulto que lleva la vianda de golosinas, y como responden al llamado de sus
padres.
Si logras hacerlo, habrás
asistido al espectáculo más maravilloso del mundo: el fascinante mundo
infantil.
En ese mundo existen reglas no
escritas, es dinámico, está siempre en movimiento y se alimenta de la infinita
imaginación y el espíritu de exploración de los niños y niñas que lo conforman.
Ese mundo es hermético, no puedes entrar en él. No debes. Es un mundo reservado
exclusivamente para ellos.
Lo que si puedes hacer es
apreciarlo desde el exterior, ver cómo se moviliza, entablar diálogos con sus
protagonistas, preguntarles y dejar que te hagan preguntas, pero nunca intentar
entrar en él. Lo echarías todo a perder.
Finalmente y no por ello menos
importante, como adulto tienes la obligación de proteger ese mundo y a sus
miembros. Estimularlo con ideas, con retos propios de su edad, con respuestas
propias de su edad, y con todo el amor y bondad que seas capaz de producir en
tu corazón.
La infancia es la mejor etapa del
ser humano y por mucho. Cuando somos niños, somos puros y perfectos. La frase,
muy popular por cierto, de que los niños son crueles, es totalmente falsa; es
una difamación de consecuencias incalculables. Los niños son la mejor representación
de lo que un ser humano debe aspirar en la vida.
Jesús de Nazareth se expresó
claro y preciso al respecto:
…”En ese momento los discípulos se
acercaron a Jesús y le preguntaron:
—¿Quién es el más importante en el
reino de los cielos?
Él llamó a un niño y lo puso en
medio de ellos. Entonces dijo:
—Les aseguro que a menos que ustedes
cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por
tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los
cielos.
Y el que recibe en mi nombre a un
niño como éste, me recibe a mí. Pero si alguien hace pecar a uno de estos
pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran
piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar”… Mateo 18:1-6. Santa
Biblia Nueva Versión Internacional.
Justo, claro y preciso. Para entrar
al reino de los cielos tenemos que aprender a ser como niños: naturales,
buenos, libres de maldad, siempre dispuestos a ayudarnos unos a otros, a
cooperar, y a dejar volar nuestra imaginación abrazando lo más bello que existe
en este mundo, el amor.
Jesús cierra el tema con el
siguiente pasaje:
…”Llevaron unos niños a Jesús para
que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendían a
quienes los llevaban.
Jesús dijo: <<Dejen que los
niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de
quien son como ellos>>
Después de poner las manos sobre
ellos, se fue de allí”… Mateo 19:13-15. Santa Biblia Nueva Versión
Internacional.
La curiosidad infantil está
registrada en este pasaje. Los niños querían conocer a Jesús, verlo, tocarlo,
jugar con el y de ser posible hacerle alguna broma.
Existe una palabra que resume a
la perfección la etapa infantil:
El Aprendizaje.
Si a esta palabra le agregamos
tres más:
La exploración | La Curiosidad
| El Juego.
Entonces tenemos un cuadro muy
completo de lo que significa ser niño, partiendo desde el nacimiento hasta la
llegada a la pubertad, por ahí de los once o doce años. Esto último puede variar
dependiendo del sexo, la cultura y las características individuales de cada
niño.
El cerebro humano tiene una sola misión
durante el crecimiento: aprender. Aprenderlo todo sobre su entorno. Aprender
para sobrevivir.
En los primeros meses, este
aprendizaje es sensorio motriz, el niño aprende a conocer mediante sus manitas
y su boca. Conforme va creciendo se agudizan paulatinamente la vista y el oído,
inicia el aprendizaje del lenguaje y esto lo prepara para una mayor aprehensión
de su entorno.
A los seis años de edad, los
niños poseen ya un impresionante léxico conformado por 10,000 palabras en
promedio. Esto los convierte en unos auténticos parlanchines, preguntones,
observadores y cuestionadores de todo lo que les rodea. Escuchan y analizan a
sus mayores y les lanzan comentarios directos, sin filtros, de lo que ven y
entienden.
Esto último puede llevar a
conclusiones erróneas. La más común consiste en creer que los niños son adultos
pequeños y por lo tanto hay que tratarlos como tal. Esto es un grave error de apreciación. Los niños no son adultos pequeños, son niños.
A partir de los seis años, los niños
son capaces de sostener conversaciones cada vez más largas con los adultos,
pero siguen siendo niños. Siguen perteneciendo a ese mundo infantil del que
hable al inicio. Siguen siendo vulnerables y totalmente dependientes de los
adultos. Padres, abuelos, tíos, o cualquier adulto que interactúe con ellos
debe tener muy presente este hecho.
Equipados con un lenguaje
desarrollado y una curiosidad infinita, los niños se lanzan a explorar todo lo
que les rodea comenzando con el mundo físico, material. Aprenden de la
naturaleza, los animales, árboles y plantas, de las personas de su círculo
familiar, y posteriormente, con la edad
adecuada, se lanzan a la aprehensión de lo intangible (significados).
Su herramienta principal de
aprendizaje: el juego.
El juego en la niñez es mucho más
que una actividad lúdica. Es el método de aprendizaje por excelencia.
Gracias al juego, los niños
exploran su mundo de manera divertida lo cual produce aprendizajes
significativos y duraderos. A través del juego los niños fortalecen sus lazos
de unión con sus pares (otros niños), aprenden a socializar, a hacer alianzas,
a organizarse, a explorar y a divertirse.
El juego es para los niños lo que
el trabajo es para los adultos.
Y a ti querido lector/lectora,
¿te gustaría volver a ser niño/a?
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