El sermón de la ruta 16.
El escritor mexicano Carlos
Fuentes dijo una vez que para escribir ficción en México, la mejor fuente de
información está en los acontecimientos diarios. En las cosas que vemos o
escuchamos cuando caminamos por la calle, en las noticias nacionales y locales,
o bien cuando escuchamos a la gente común y corriente hablar sobre sus vidas.
La realidad, decía, siempre supera a la ficción.
Mi coche tuvo una falla mecánica y
mientras lo reparan me traslado de un lado a otro en autobús colectivo. El
pecero, el trolebús, el camión de ruta; cualquiera que sea su nombre, es fuente
inagotable de historias y anécdotas. Algunas chuscas, otras desagradables. Lo
que si es seguro es que nunca se aburre uno mientras viaja en el colectivo.
Solo hay que estar atentos.
Anoche tomé el autobús en el boulevard
Pedro Cárdenas para regresar a mi casa. Eran las 9:40pm y justo cuando terminé
de pagar los once pesos de mi pasaje, comenzó el show. De hecho, este ya había
comenzado desde hacía rato.
Parado a la mitad del autobús se
encontraba un hombre de unos treinta y cinco años de edad, delgado, moreno,
semi calvo, cara redonda y cachetón. Su cara me hizo recordar a ronson, el
perro de raza boxer de mi vecino de enfrente.
Vestía una camisa de manga larga
entallada y pantalón oscuro ajustado; de su cuello colgaba un collar que a la
escasa luz del autobús se veía de oro. Pero lo que más llamó mi atención fueron
sus zapatos: venía de la zapatería o los acababa de lustrar. Un par de
mocasines negros, brillantes, impecables, y muy grandes considerando la
estatura del personaje.
Tenía los ojos cerrados cuando
pase junto a el para acomodarme al fondo del autobús.
Tenía los ojos cerrados mientras
daba un sermón:
“Porque nunca será tarde para
que te arrepientas y le entregues tu vida entera al Señor. Debes saber que esta
noche, el Señor quiere que le abras tu corazón y le ofrendes tu vida. El te
compensará al doble, al triple…que digo al triple, te lo compensará al mil por
ciento en una eterna continuidad del porvenir.
¿No me creen verdad?
Los veo, los siento muy, pero
muy distraídos esta noche.
Cada quien en lo suyo, en sus
problemas, en sus avatares, en sus miserias.
¡Si, escucharon bien! ¡Cada
quien en sus miserias!
Porque aunque no lo crean,
todos los aquí presentes están llenos de pecado, estamos llenos de pecado
¡Somos pecadores!”.
En ese momento di un barrido visual
al resto de los pasajeros. Algunos se estaban durmiendo, otros veían sus
celulares, y unos cuantos hablaban entre sí.
Un señor que estaba junto a mí me
miró con la expresión de un hombre cansado de trabajar todo el día. Hizo una de
mueca de hastío mezclada con una sonrisa melancólica, como diciéndome que el
sermón ya tenía un buen rato de haber comenzado.
En los autobuses de ruta es muy
común ver guitarristas, cantantes, raperos, poetas, comediantes, payasos, e
imitadores. Todos haciendo un esfuerzo por ganarse una moneda honradamente. En
mi larga experiencia autobusera, he visto a gente muy talentosa recibir el aplauso
de los pasajeros y llevarse sus buenas monedas. Yo mismo he ofrendado según mis
posibilidades y he felicitado a más de uno. Hay mucho talento disperso en
nuestro pueblo.
Pero este personaje era distinto.
Cuando pasaba gente a su lado,
para bajar o para sentarse, se limpiaba los zapatos restregándolos en su
pantalón. No quería que se los ensuciaran.
“Pero debo aclarar algo, y esto
es muy importante. Pónganme mucha atención.
No puedes entregar tu corazón
a cualquier personaje que la Iglesia te diga.
¡No puedes poner tu fe en una
mujer que según la Iglesia es Virgen!
¡Virgen de donde!
A ver, díganme, virgen de dónde.
Jesús tenía muchos hermanos
menores. ¿Acaso no leen la biblia?
¿Dónde está María? ¿Saben dónde
está María?
¡No saben verdad!
Yo se los diré:
¡María está sepultada en su
tumba!
¡Ah verdad! ¡Eso no lo sabían!
O si lo saben pero les da vergüenza admitirlo. Ella y todos los santos a los
que tanto les rezan, están sepultados a cincuenta y cinco mil metros de
profundidad”.
Uno de mis defectos menores, de
esos que no hacen tanto daño, es la hiper racionalidad. Me ha creado problemas
a lo largo de la vida y me ha costado más de una amistad. Tiendo a racionalizar
todo, hasta las emociones y los sentimientos. Alguna vez me llegaron a etiquetar
como Asperger sin serlo.
¿Cincuenta y cinco mil metros
de profundidad? ¿En verdad dijo eso? Mmm hasta donde recuerdo, el diámetro de
la tierra es de doce mil setecientos kilómetros. ¿De donde saca este pendejo
los cincuenta y cinco mil metros?
El señor que estaba junto a mí,
el mismo de la mueca de hastío, seguramente me estaba observando porque me hizo
un ademán cuando vio que me disponía a señalarle su error al orador de la
noche.
Fue un ademán claro. Tira a
león, no le des cuerda. Ya casi llegamos a nuestras casas.
En ese momento, el autobús dio
vuelta a la derecha y se encamino por la avenida que me llevaba justo frente a
mi casa. Ya faltaba menos.
“Es más, yo les pregunto a
todos ustedes, pecadores igual que yo.
¿Saben quién mato a
Jesucristo?
A ver, respóndanme.
¿Qué les ha enseñado la
Iglesia?
Cuídense de las iglesias, no
se dejen engañar, católica, adventista, del fin del mundo, evangelistas, todas
les dicen verdades a medias.
A Jesucristo lo mataron sus
propios seguidores.
Pero el señor que está en los
cielos los levantará desde lo más profundo de su sepulcro. No importa que estén
a cincuenta y cinco mil metros de profundidad, el los hará emerger”.
En ese momento, el orador abrió sus
ojos, observó hacia el exterior y exclamó en voz baja, apenas audible: “ah
cabrón”
Acto seguido, se volvió a limpiar
sus zapatos restregándolos en su pantalón y grito: "ahí bajan chofer".
El autobús se detuvo y el elocuente
hombre de negro descendió del autobús.
Por unos instantes los pasajeros
se miraron unos a otros. Los que iban dormidos despertaron de su letargo, los
que iban viendo su celular levantaron la vista, y todos al unísono, señores y
señoras, jóvenes, y hasta un par de niños que iban con sus padres, comenzaron a
reír a carcajadas.
Fue un show gratuito.
El orador no pidió ni una sola
moneda.
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