En el patio de una casa.

 



En el patio trasero de una casita de adobe, una joven mujer pasea a su hijo pequeño en sus brazos. Le muestra las ramas de los árboles, las flores, y los frutos del maguey aun sin madurar. Le enseña las gallinas y las ardillas que se arremolinan alrededor suyo. Por momentos imita el sonido de las aves, y el niño estalla en risas espontáneas.

Es su niño adorado, su primogénito. El ser que más ama en este mundo, su razón de ser, su motivo de vida y de lucha.

De pronto, justo frente a ellos, un colibrí se detiene unos instantes. Los observa fijamente y acto seguido se desplaza con rapidez hacia los matorrales al fondo del patio. El niño está sorprendido; con sus ojitos bien abiertos mira estupefacto el vuelo del ave, y voltea a ver a su madre con expresión de júbilo.

Amalia, la madre, no puede ocultar su felicidad. Le sonríe y lo acurruca sobre su pecho mientras da un par de vueltas sobre sí.

De pronto se detiene y le pregunta a su niño:

—¿Lo seguimos hijo? ¿lo seguimos?

El niño, sin comprender aún el lenguaje, intuye la respuesta y con un gesto de aprobación mueve su cabecita y responde: Eh Eh.

Madre e hijo se pierden por un rato entre la maleza, persiguiendo al pajarito. Con sus brazos lo protege de las espinas de los cactus, y le repite una vez más el nombre de su nuevo amiguito: co li brí, co li brí.

De pronto, se escucha un trueno en los cielos y ambos levantan la vista. Las nubes han tapado el sol y es momento de regresar.

—Mañana venimos otra vez a verlo hijito. ¿Sí?

El niño, llamado Jesús por insistencia del padre, responde nuevamente con su cabecita y repite: Eh Eh.

Madre e hijo entran de nuevo en la casita de adobe.

Afuera cae la lluvia torrencial.

Adentro, Amalia duerme al niño en sus cálidos brazos mientras le canta una canción de cuna.

 

 

Contexto:

Esta anécdota ocurrió allá por el año 1938. El relato lo escuché directamente de Amalia cuando tenía yo 7 años; se lo contaba a una vecina mientras bebían una taza de café. Amalia era mi abuela paterna y Jesús el hermano mayor de mi padre.

Jesús murió, siendo ya un adulto, en circunstancias muy extrañas. Falleció mucho antes de que yo naciera. No lo conocí en vida, pero lo conozco a través de los relatos e historias que he escuchado sobre el a lo largo de toda mi vida.

Amalia, mi abuelita Amalia, vivió el trago más amargo que puede tener una madre: la pérdida de su hijo. Ella misma preparó su cuerpo para darle cristiana sepultura. Se aferró con todas sus fuerzas a su fe, y del cielo le llegó la fortaleza para continuar viviendo y luchando por sus hijos menores; cumpliendo su gran misión en esta vida.

Hoy quise recordarlos a ambos con este breve relato que atesoré en lo más profundo de mi memoria durante mi niñez.

Hoy quise recordar a mi abuelita Amalia, la mujer que perseguía colibríes con su primogénito en brazos; y quise recordar también a mi tío Jesús, el protagonista principal de las historias familiares más ingeniosas que he escuchado.

Un abrazo inmenso hasta el cielo para ambos.

 


Comentarios

  1. Abrazo hasta el cielo para ellos, que son parte de nuestra historia.Dios los tenga en Gloria!!

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  2. Hermoso relato. Me gustó mucho 🙏🏻❤️

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