¿Obligación, mandato o regalo de vida?

 

Créditos Imagen: pixabay amatheus


Hace unos días, llegando a mi casa, coincidí con la señora Lupita.

Lupita fue amiga de mi madre y en ocasiones trabajaba en la casa para ganarse un dinero. Sus historias eran las de un marido borracho, desobligado, exigente y golpeador; y las de unos hijos adultos, cinco para ser exactos, que en lugar de apoyarla le exigían también recursos económicos.

Pasaba frente a mi casa mientras yo cerraba el portón con candado. Nos saludamos y platicamos un rato. Su aspecto estaba muy desmejorado, casi harapiento; muy delgada y con el rostro demacrado. Con esfuerzos, trabajando por horas aquí y allá, había logrado juntar doscientos pesos para atenderse en una Farmacia Similar.

Llevaba meses sintiéndose débil y pensó que tenía alguna enfermedad grave. El médico le hizo unos estudios a un costo muy bajo y estos le confirmaron que lo único que traía era una anemia aguda que resultaba ya difícil de manejar.

El doctor le dijo que necesitaba alimentarse, como fuera, comiendo lo que fuera, pero tenía que alimentarse.

—¿Y por qué no lo hace? —Pregunté.

—Nomás me alcanza para comer una vez al día y a veces ni eso; hay días en que no como porque no tengo nada, no me alcanza.

—¿Sus hijos no la ayudan?

Hizo un rictus de dolor, giró su rostro, y los ojos se le humedecieron mientras contenía el llanto.

El cuerpo humano experimenta dolores que pueden variar en intensidad dependiendo de la enfermedad o la gravedad de un accidente. Hay dolores que proceden del alma cuando perdemos un amor, sufrimos un desengaño, o perdemos un ser querido.

Pero hay otro dolor, muy profundo e intenso, que carcome el espíritu de quien lo padece: el dolor de ya no ser nadie en la vida, de no servir para nada, de no importarle a nadie. Es un dolor que procede del hambre, del desamparo y del abandono que sufre un padre o una madre por parte de la sociedad y de sus hijos.

El dolor físico se cura o se aprende a vivir con él. Los dolores del alma cicatrizan poco a poco, con el pasar del tiempo. Pero el dolor del abandono, mezclado con el dolor que produce el hambre, no se va; solo cambia de rostro, se disfraza de melancolía o depresión. Es un dolor que si no se atiende, crece y crece hasta inundar la totalidad del ser. Es un dolor que lleva a la muerte sin haber fallecido.

¿Están los hijos obligados a velar por sus padres, procurándolos con lo necesario para su sostenimiento?

Conozco a muchos que afirman categóricamente que no.

Y lo afirman convencidos de que la ley de la vida es así, cruel y despiadada. La única obligación que tenemos, dicen, es con nuestra familia (hijos y cónyuge). Y a veces ni con esa obligación cumplen a cabalidad.

¿Qué dicen las leyes mexicanas al respecto?

El Código Civil Federal en su artículo 304 indica lo siguiente:

“Los hijos están obligados a dar alimentos a los padres. A falta o por imposibilidad de los hijos, lo están los descendientes más próximos en grado”.

Simple y directo.

Sin lugar a malentendidos. La ley es muy clara al respecto, pero en caso de dudas hace una acotación más en el artículo 308 del mismo código:

“Los alimentos comprenden la comida, el vestido, la habitación y la asistencia en casos de enfermedad.”

Por ley, los hijos están obligados a proveer a sus progenitores de comida, vestido, habitación y servicios médicos cuando estos ya no estén en condiciones de procurárselo por ellos mismos, es decir, cuando ya sean viejitos de la tercera edad.

Mucha gente ignora esta ley, y a otros les da igual.

Pero la ley es la ley, y respondiendo al primer planteamiento expresado en el título de este artículo (¿Obligación o Mandato?), la respuesta es contundente:

¡AMBOS!

Sin embargo, el asunto no se agota todavía.

El título también plantea una posibilidad más: El Regalo de Vida.

Velar por nuestros padres en su vejez no debería ser nunca un asunto de compromiso y mucho menos de obligación.

Velar por nuestros padres en su vejez es, para mí, un regalo de vida. Es el regalo más grande que la vida le tiene reservado a todas las personas cuando se convierten en seres independientes y económicamente activos.

Es EL REGALO.

Es la oportunidad de llevarlos en nuestros brazos cuando ya no pueden caminar, de llevarles la sopa a la boca cuando ya no pueden hacerlo por ellos mismos, es la oportunidad de manifestar nuestra humanidad en lo más alto de la dignidad humana.

No es fácil. Todo lo contrario. Requiere sacrificio, esfuerzo, dedicación, dividirse entre el trabajo, el cónyuge, los hijos, y desprender un pedacito de nosotros mismos para los seres que nos trajeron al mundo. La vida no es fácil, pero vale la pena cuando se vive con amor y con dignidad.

Velar por los padres en su vejez no es una cuestión de compromiso u obligación.

Es una cuestión de decisión.

La decisión de aceptar uno de los más grandes regalos que nos da la vida: velar por nuestros progenitores cuando ellos ya no pueden hacerlo por sí mismos.

Y como todo regalo, uno decide si lo acepta o lo rechaza.

Si eres joven aun, por favor graba estas palabras en lo más profundo de tu corazón y recuerdalas en el futuro, cuando notes que tus viejos dependen cada día más de tí:

Nunca dejes a tus padres en el desamparo.



Comentarios

  1. Qué se mejore la Sra. Lupita. Y que Dios la cuide y ayude para estar mejor en todos los aspectos 🙏

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