Día de Muertos | El destino de las almas según las tradiciones cristiana y prehispánica (Mexica).
![]() |
¿A dónde van las almas de los muertos? |
Solo hay una cosa en esta vida
que tenemos asegurada desde el instante en que llegamos al mundo: la partida,
el final, el descanso eterno…la muerte.
Vida, muerte, y renacimiento son
los elementos centrales sobre los que la naturaleza asienta sus leyes. Todos
nos regimos por ellas nos guste o no. Nadie se escapa. Muere el rico y muere el
pobre. Muere el creyente y muere el ateo. Muere el cristiano y muere el
musulmán. Muere el justo y muere el pecador.
¿Qué pasa después de la muerte? ¿A
dónde vamos cuando morimos? ¿Vamos a algún lado? ¿Seguimos existiendo después
de la muerte corporal?
Todos los pueblos, desde las
épocas más remotas de la historia, han tenido la certeza de que al morir, las
personas trascienden a otros planos existenciales. Continúan sus vidas en el
mundo de los espíritus. No hay evidencia de un solo pueblo que no creyera esto.
La celebración del día de muertos
es una muestra de que mucha gente hoy en día, cientos y quizá miles de millones
de seres humanos alrededor del planeta conservan esta creencia; esta convicción
de que al morir el cuerpo, la esencia anímica (llámese alma, espíritu o
conciencia) trasciende a otros planos de la creación. Algunos les llaman planos
energéticos, otros simplemente lo llaman por su nombre tradicional: el cielo.
Con motivo de la celebración del
día de muertos, bien vale la pena hacer un espacio para dedicarlo a un tema que
se conoce muy poco: A dónde van las almas de los muertos.
Para responder lo haremos desde
dos perspectivas diametralmente opuestas: la cristiana y la prehispánica, en
particular la mexica de los antiguos pueblos nahuas del altiplano mexicano.
Tradición Cristiana.
Cuando los primeros frailes
castellanos llegaron a la Nueva España, la teología católica imperante sostenía
que el alma iniciaba un recorrido largo antes de llegar a la presencia de Dios.
El punto de partida era la vida misma de la persona. Es decir, el tipo de vida
que había llevado: ¿fue buena o mala persona? ¿se arrepintió de sus pecados o
nunca lo hizo? ¿observó las enseñanzas del evangelio o las rechazo? ¿era
creyente o negaba a Dios?
El destino de las almas en la fe
cristiana estaba determinado por la conducta y la fe que las personas
manifestaron mientras vivieron en el plano terrenal. El alma del muerto podía
tener tres rutas: el infierno, el purgatorio, y el paraíso.
El infierno era y es, de acuerdo
a la tradición cristiana, un lugar de eterno castigo. Son los dominios del
maligno, eterno enemigo del Dios Altísimo. Es prácticamente imposible salir de
ese lugar. Está habitado por demonios y espíritus humanos que en vida fueron crueles,
malvados, asesinos sin piedad, engañadores, enemigos de la fe, hombres y
mujeres que pactaron con el maligno y vendieron su alma… y nunca mostraron
arrepentimiento por sus actos.
El purgatorio era y es el lugar a
donde llegan la mayoría de las almas de los muertos. Es un lugar donde las
personas expían sus pecados, reconocen sus fallas, e inician un camino largo y
complicado para salir de él. Cuando lo logran, el destino es el paraíso…ante la
presencia del Dios Altísimo.
En el libro del Génesis se
explica que el ser humano transformó su naturaleza perfecta en pecadora, por
rebelarse y desobedecer los mandatos de Dios. Desde entonces está inclinado a
pecar constantemente (de pensamiento y obra) y debe tomar conciencia de sus
actos, arrepentirse, pedir perdón a Dios y a sus semejantes, y seguir con su
vida.
En una homilía reciente, el papa
Francisco expresó que las personas se llegan a cansar de pedir perdón y dejan
de hacerlo, aunque Dios, puntualizó el papa, Dios no se cansa nunca de
perdonar.
Lo mejor que sabemos hacer los
seres humanos es pecar.
Tanto amo Dios al hombre que
envió a su Hijo amado para expiación de todos los pecados siempre y cuando se
arrepientan y lo sigan a Él, a su hijo unigénito, al Salvador.
El purgatorio es entonces, desde
la perspectiva cristiana católica, un lugar temporal para purificar el alma,
tomar conciencia de la vida que se tuvo, reconocer las fallas, arrepentirse e
iniciar el camino hacia la luz…hacia la casa de Dios.
Y finalmente el Paraíso. A este
lugar es muy difícil llegar por méritos propios. De hecho, no se llega sin
haber tenido una fe inmensa en Dios y una vida santificada y dedicada a Él. La
ruta más accesible para el Paraíso sigue siendo el Purgatorio.
Esa es la esencia de la fe
cristiana que profesamos. Sea católica o protestante, está basada en un
profundo compromiso ético de hacer el bien en el mundo, amar al prójimo,
rechazar la injusticia en todas sus formas, y profesar la fe en Cristo. Está
basada en la convicción de que el ser humano es lámpara que ilumina la creación
a través del Espíritu Santo que habita en el corazón del creyente.
Esta era la mentalidad de los frailes
que llegaron a la Nueva España con la encomienda de evangelizar a la población
indígena.
Para hacerlo se propusieron
comprender primero al pueblo que iban a evangelizar. Aprendieron sus lenguas y
se dedicaron a estudiar la teología de los mexicas y del resto de los pueblos
autóctonos.
Dedicaron mucho tiempo a
documentar lo que iban aprendiendo de los sacerdotes mexicas y es gracias a esos
documentos que hoy en día sabemos con muy buen nivel de exactitud como era la
religión de esos pueblos.
¿A dónde iban las almas cuando morían
las personas?
Tradición Prehispánica-Mexica.
Lo primero que debemos dejar en
claro es que en la tradición religiosa de los pueblos mexicas, el destino de
las almas no tenía nada que ver con el tipo de vida que las personas habían
tenido. Si había sido buena o mala persona, eso era irrelevante para definir el
rumbo del alma al momento de morir. El destino de las almas no tenía una base
ética.
¿Cómo se definía entonces el
destino post mortem de las almas?
La respuesta es sencilla: según
la forma como había muerto la persona.
El tipo de muerte definía el
destino post mortem del alma.
Había 4 rutas que llevaban a
cielos distintos, a planos espirituales diferentes. Examinemos cada uno de
ellos.
Tlalocan.
Este era el paraíso de Tláloc,
dios del agua, de la lluvia y las tormentas.
A este lugar iban las almas de
los que morían ahogados o por causa de un rayo. También estaba reservado para
los que morían por enfermedades de la piel y para los que eran sacrificados en el
templo de Tláloc.
En este lugar la existencia era
sumamente placentera, había manantiales de agua siempre fresca y dulce. Estaban
rodeados de jardines y de un cielo siempre azul. En este paraíso las almas podían
descansar, entretenerse, jugar, pasarla bien y gozar para la eternidad. No
tenían que preocuparse de nada.
Tonatiuhichan.
Este era el paraíso de Tonatiuh,
dios del Sol.
A este cielo iban todos los
guerreros que habían muerto en combate. La muerte violenta causada por heridas
durante las batallas garantizaba el acceso directo al paraíso del dios Tonatiuh.
También era el destino de todos
aquellos que eran sacrificados al dios. Era su recompensa por ofrendar la vida.
Este paraíso también estaba
reservado para las mujeres que morían en el parto. En tiempos prehispánicos la
muerte por parto era común y a las mujeres parturientas se les tenía en muy
alta estima, se les consideraba guerreras que enfrentaban la muerte mientras
traían un nuevo ser a la vida. Si morían durante el trance, su alma se
encaminaba al paraíso de Tonatiuh donde este les tenía un lugar especial
reservado solo para ellas: el Cihuatlampa.
Cada mañana al salir el sol (dios
Tonatiuh) por el oriente, las almas de los guerreros y de las parturientas subían
a la bóveda celeste y acompañaban al sol en su trayecto hasta ocultarse por el poniente.
Después de cuatro años de
permanencia en este lugar, las almas podían regresar al plano terrenal en forma
de colibrí.
Mictlán.
Este era el inframundo de los pueblos
mesoamericanos. No era un paraíso. Era gobernado por el dios Mictlantecuhtli (señor
del inframundo) y lo acompañaba su esposa Mictlancihuatl.
Este era el destino de todas las
almas cuyos cuerpos habían fallecido de muerte natural, de vejez o por
enfermedades. Prácticamente era el destino del pueblo común y corriente que no
moría ni ahogado ni en batalla…ni dando a luz.
El Mictlán era un lugar desolado,
gris, desértico, sin viento, sin fauna ni vegetación. Las almas tenían que
recorrer 9 niveles superando pruebas y ataques de otras entidades. No todas las
almas lo lograban y como resultado quedaban suspendidas en lo etéreo por la
eternidad.
Las que si lo lograban llegaban finalmente ante la presencia del dios Mictlantecuhtli y su esposa Mictlancihualt. Allí hacían un reconocimiento de sus vidas, de lo bueno y lo malo que habían hecho, y entonces el dios les concedía el descanso eterno. Los liberaba del Mictlán (inframundo) y podían dirigirse al cosmos para reposar en la eternidad.
Los frailes en un principio lo
identificaron como el infierno católico, pero conforme lo comprendieron mejor
cambiaron de opinión. El Mictlán era más parecido al Purgatorio hispano-católico.
En el mundo mesoamericano no existía
la idea de un infierno tal como lo conceptualiza la tradición cristiana.
Chichihualcuauhco.
Este era el destino de las almas
de los niños que morían siendo aun bebes. Las almas de niños y niñas que morían
antes de probar alimento sólido (maíz) iban a un plano existencial donde se
encontraba un árbol inmenso del cual colgaban senos maternos que los
alimentaban hasta que volvieran a nacer en otro parto. Para esta situación, no
importaba la causa de la muerte del infante.
Cincalco.
El Cincalco era el destino de las almas de los niños (no bebés) que morían antes de alcanzar la mayoría de edad. Era un paraíso regido por Cintéotl (dios del maíz), y Chicomecóatl (diosa de la agricultura).
Epílogo:
Desde una perspectiva ético-teológica
contemporánea, resulta llamativo el hecho de que en estos pueblos el destino de
las almas no estuviera definido por el tipo de vida. Si llegar al paraíso no
estaba vinculado con la conducta cotidiana, entonces podría parecer que en
estos pueblos cada quien hacía lo que quería e infringía la ley a placer. Al
fin y al cabo no había consecuencias en el más allá.
Antes de llegar a conclusiones
simplistas, es importante informar que en estos pueblos, en especial el mexica
(o Azteca), la legislación era extremadamente punitiva. Los delitos se castigaban
de manera brutal.
Este último tema está fuera del
alcance de este artículo, por lo que solo mencionaré un par de ejemplos bien
documentados:
El robo a casa, si se demostraba,
se castigaba con ahorcamiento. El comerciante que falseaba las básculas y se le
comprobaba, recibía garrotazos en el tianguis hasta morir.
Si alguien levantaba una
acusación por fraude y se comprobaba que era falso (acusación falsa), recibía
garrotazos en la plaza hasta morir.
En el mundo mexica no había
Comisión de Derechos Humanos.
Próximo Capítulo:
Día de Muertos | Las Catrinas y el
Desfile Nacional. Orígenes.
Fuentes Bibliográficas:
Dr. Saúl Millán. Instituto
Nacional de Antropología e Historia. INAH.
Dr. Alfredo López. Instituto de
Investigaciones Antropológicas. UNAM.
Dra. Luz María Mohar Betancourt.
Revista ARQUEOLOGÍA MEXICANA de la Secretaría de Cultura y del Instituto
Nacional de Antropología e Historia. INAH.
Comentarios
Publicar un comentario