El Ave de las Tempestades.
En el verano de 1985 tuve la
fortuna de representar a mi estado, Veracruz, en una competencia nacional de
atletismo. El torneo se celebró en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.
Tuve también la fortuna de
subirme al podio y recibir la medalla de bronce por un honroso tercer lugar
nacional en lanzamiento de martillo. El primer lugar se lo llevo Artemio Cruz,
mi compañero de selección, y el segundo lo gano un chavo de la UNAM.
Mucha gente me felicitó.
Compañeros, amigos, madres y padres de familia que habían hecho el viaje se
acercaron a mí después de la ceremonia para abrazarme, tomarse una foto conmigo,
y augurarme un gran futuro en el atletismo nacional. Tenía 16 años.
Hubo, sin embargo, dos personas
que no me felicitaron.
Uno de ellos fue el entrenador en
jefe de la delegación de mi ciudad, el profesor Marcos García. Solo se limitó a
decirme que lo había hecho bien pero que yo había llegado a ese torneo con la
mejor marca de la temporada, y por lo tanto las expectativas eran mayores. Esperábamos
más de ti Oscar, pudiste y debiste haber ganado el nacional.
Fue un golpe de realidad que me
tomó por sorpresa pero no le di mucha importancia. Llevaba tres años compitiendo
en atletismo, entrenando a diario, cuidando mi alimentación lo mejor posible, evitando fiestas y desvelos. Con mucho esfuerzo y dedicación había logrado llegar a un torneo nacional y ganar una medalla de bronce. ¿Qué había de malo
en ello?
En el viaje de regreso, se me informó
que había sido excluido de la selección para un torneo intercontinental a
realizarse en las Bahamas. La razón: el profe Marcos consideró que no estaba
listo. Que cabrón.
Al regresar a mi ciudad, mi padre
fue por mi a la estación de autobuses. Al subirme al coche me pregunto como había
ido todo y orgulloso le mostré mi medalla de bronce. Noté algo en su mirada que
me hizo comenzar a dar explicaciones:
Fíjate pá que la competencia
estuvo muy reñida. El chavo de Sonora y el de Durango no pudieron ganarme, pero
mis dos últimos lanzamientos cayeron en zona de faul y tuve que lanzar con
menos fuerza para poder colocar mi último disparo en zona verde, y con eso me
alcanzó para ganar el tercer lugar. No fue mi mejor día. Pude haber ganado la
de oro.
En ese momento mi padre me
interrumpió y sin voltear a verme exclamó:
—Bueno, por una cosa u otra se
gana o se pierde. Lo único que importa es el resultado y esa medalla no es la
de oro.
El resto del camino a casa
hablamos de otras cosas.
Por mucho tiempo no pude entender
la actitud del profe Marcos ni la de mi padre ante mi “gran logro”. Las respuestas
llegarían paulatinamente, a paso lento, con las experiencias y fracasos que la
vida me tenía reservados en los años siguientes.
Cuando se compite no hay lugar
para las excusas.
Se gana o se pierde, sí; pero no
hay lugar para los pretextos y excusas. Eso es de gente pequeña y mediocre.
Los fracasos, asumidos con total
responsabilidad, tienen el poder de hacernos crecer. No es fácil, el proceso es
doloroso. El espíritu se doblega cuando nos vemos obligados a ver de frente
nuestras fallas y errores, y aceptar que hicimos mal las cosas. Pero el
ejercicio vale la pena.
Culpar a otros por nuestros
fracasos solo nos lleva a una espiral de nuevos fracasos y más mediocridad.
La mente humana es infinitamente
imaginativa. Siempre nos dará la excusa perfecta para justificar nuestras
fallas. Debemos hacer un esfuerzo por no dejarnos engañar. El fracaso es
doloroso pero es parte de la vida y solo se supera cuando se acepta con total
responsabilidad.
Ese es el inicio del camino hacia
el crecimiento personal.
En días pasados México se
paralizó por la final de la liguilla de futbol entre el Monterrey y el América.
El América eliminó a los Xolos en
Tijuana, al Toluca en Toluca, al Cruz Azul en su propio estadio, y finalmente
se coronó campeón en el estadio de los rayados del Monterrey.
Y las excusas y pretextos de
siempre no se hicieron esperar.
Inició con el Cruz Azul.
Las excusas de siempre: el
América juega con 12 jugadores (por el árbitro), no era penal, el puntapié de
Henry Martin no lo marcaron, hubo una jugada en fuera de lugar que no marcaron,
una vez más compraron al equipo contrario, son marrulleros, se tiran sin que
los toquen, hacen tiempo de más, se creen mucho, son fachos y fifís, los
pinches españoles que nos conquistaron, todo es culpa de la malinche, si no
fuera por el méndigo de Porfirio Díaz el américa no sería nada, etcétera, etcétera.
La capacidad para inventar excusas
no deja de asombrarme.
Y lo peor es que no es un
fenómeno individual, sino colectivo. Amplios sectores de población cruzazulina
han desarrollado una narrativa que pretende hacerlos ver como las víctimas de
siempre, el pueblo bueno que al final siempre pierde por las injusticias del
poderoso américa, pero ahí siguen al pie del cañón y no se rinden…ni le exigen
a su equipo. ¡Eso jamás!
Algo parecido está ocurriendo con
los graciosos regios. Empezando por los comentaristas locales que auguraban un
triunfo apabullante sobre las Águilas y que ahora echan mano de su retorcida
imaginación para justificarse. Uno de ellos dijo el américa no traía nada, me
parece extraño que el monterrey no haya podido desplegar su futbol el domingo, que
raro ¿no?
Ahora resulta que hasta el
Monterrey, equipo multimillonario, también se vende a las Águilas.
Y el problema no termina ahí.
El problema apenas empieza.
Todo inició con una declaración
de Álvaro Fidalgo el mismo domingo en el estadio mientras celebraba con sus
compañeros. A pregunta expresa del periodista, el jugador respondió que el ya
estaba pensando en ganar el cuarto campeonato al hilo.
Todo fue al parecer producto de
la excitación del triunfo. Al menos así lo interpretaron muchos, me incluyo.
Lamentablemente para los
cruzazulinos, chivos, tolucas, pumas y regiomontanos graciosos, no es así.
El día de hoy Emilio Azcárraga
declaró en una entrevista que tanto él como sus jugadores quieren ganar la cuarta
copa consecutiva. Es decir, quieren llegar nuevamente a la final de la liguilla
en el siguiente torneo y coronarse campeones… otra vez. ¡Ódiame más!
Solo hay dos caminos para
enfrentar este nuevo reto del Ave de las Tempestades:
El primero es muy sencillo: que
siga la cosecha de pretextos. Pueden comenzar desde hoy a fraguar nuevas
teorías conspirativas. Muero de ganas por saber que van a inventar.
El segundo camino es el más difícil
pero a la vez el único que vale la pena: asumir su responsabilidad de equipos
mediocres y perdedores, prepararse lo mejor posible, y dar la gran batalla para
impedir que el América llegue a la final de la siguiente liguilla.
Si lo logran o no, es lo de menos.
Al final habrán crecido como equipo, como profesionales, y le habrán enseñado a
sus seguidores que el esfuerzo y la disciplina es lo único que lleva al
progreso en cualquier aspecto de la vida.
Solo eso.
“La diferencia entre un equipo como
el América y el resto de los equipos es que cuando no se gana un campeonato, para
el América es un fracaso, aunque hayan llegado a la final, si no la ganan es un
fracaso y punto. Mientras que para el resto de los equipos, si no se gana el
campeonato no pasa nada, se van de vacaciones y listo, a esperar el siguiente torneo”.
Daniel “Ruso” Brailovsky. Ex futbolista
Argentino.
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