El Concilio de Nicea.
Durante el ritual de la misa Católica, justo después de la lectura del Santo Evangelio y la Homilía, el sacerdote
procede con la lectura de la profesión de Fe. Los feligreses reunidos estamos llamados a confirmar desde lo más profundo de nuestro corazón la Fe en un Dios Padre
todopoderoso, en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios, y en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida.
Esta es la esencia del Credo.
Esta es la esencia de nuestra fe.
Es lo que profesamos y creemos. Es lo que suscribimos en nuestra vida entera sin importar oficio o
profesión, gustos, pasatiempos o cualquier otro tipo de creencias no
religiosas. El credo es la declaración universal de lo que nos identifica como
cristianos en todo el mundo. Lo proclaman Católicos, Ortodoxos, Anglicanos y Protestantes,
todos por igual.
El credo es quizá la pieza más exquisita
de la Teología Cristiana. Formulada por hombres de fe, forjados por el fuego de
la persecución, de los ataques de otras religiones y filosofías, y de los
embates de las herejías.
¿Cómo y cuándo fue creado?
Después de casi doscientos años
de persecución intermitente, el cristianismo recibió el primer destello de
gracia en el año 311 DC con el edicto de Galerio. En este se ponía punto final
a la persecución de los cristianos por parte del imperio romano y se les
otorgaba libertad para celebrar reuniones y construir templos.
Dos años después, en el 313 DC,
el edicto de Milán promulgado por el emperador Constantino vendría a refrendar
el respeto a la religión cristiana y obligó al estado a restituir los bienes
confiscados hasta ese entonces a los ciudadanos que se declaraban como
cristianos.
Se estima que en esa época existían
1500 sedes episcopales a lo largo y ancho del imperio. Desde la Britania (actual
sur de Inglaterra) hasta los territorios del actual Egipto y Mesopotamia,
pasando por todo el territorio europeo, Asia Menor (actual Turquía), Palestina,
la península arábiga y otros territorios más al oeste.
En este vasto territorio se
enseñaban distintas versiones de la fe cristiana.
Había “muchos cristianismos”. Sin
importar la fuerza predicadora de los obispos y monjes, lo cierto es que cada
pueblo tenía sus propias creencias paganas (pre cristianas) y estas se
mezclaban de alguna forma con la nueva fe dando por resultado un amplio mosaico
de creencias más o menos similares entre sí, y en algunos casos bastante
alejadas de la fe de los apóstoles.
Una de estas creencias comenzó a tomar
mucha fuerza. Amplias regiones de la periferia imperial comenzaron a practicar
paulatinamente un cristianismo enseñado por un obispo de Alejandría (Egipto)
llamado Arrio.
Sostenía que Jesucristo no era
coeterno con el Dios Padre, sino una criatura divina creada por Él. De acuerdo
con esta doctrina, Jesús era el primero y más perfecto de las criaturas pero
no era Dios.
A esto se le llamó Arrianismo.
Esto iba en contra de la doctrina
cristiana que se sustentaba en las cartas del apóstol Pablo y en los Evangelios
canónicos. Jesús era, desde antes de su nacimiento, de la misma esencia del
Dios Padre y era Dios en su faceta de hijo.
La situación llegó a tal nivel que
llegaron a coexistir dos grandes doctrinas de cristianismo durante esa época: la católica romana apostólica y el arrianismo.
Ambas tenían sus propios templos
y obispos.
Por cuestiones de índole político
esto no convenía al imperio romano porque debilitaba la unidad.
Ante esta situación, el emperador
Constantino convocó en 325 DC a un concilio ecuménico a celebrarse en la ciudad
de Nicea, muy cerca del actual Estambul (Turquía). Sería el primero de una
larga lista que se realizarían a lo largo de los siglos venideros.
El concilio era una reunión de
obispos, teólogos y filósofos cristianos que durante varios días, incluso
semanas, debatían sobre aspectos importantes de la doctrina, y al finalizar
llegaban a acuerdos los cuales debían ser implementados y realizados en todo el imperio. El
concilio de Nicea fue organizado y dirigido por el mismísimo emperador. Le
urgía que se llegara a una resolución.
El concilio de Nicea tenía los
siguientes objetivos principales:
1. Definir la naturaleza de
Jesucristo. Reafirmar su plena igualdad con el Padre.
2. Unificar a la Iglesia.
Poner fin a las divisiones y disputas teológicas que estaban debilitando a la
comunidad cristiana.
3. Fortalecer la posición del
cristianismo. El emperador Constantino buscaba consolidarlo como religión
oficial del Imperio Romano.
El obispo Arrio fue llamado a Nicea
para exponer y defender sus ideas.
A pesar de la enorme popularidad que tenía la teología arriana y el apoyo de muchos obispos de la época, Arrio no logró imponerse en los debates y fue declarado hereje al igual que sus doctrinas. El arrianismo fue proscrito y aunque perduró durante varias décadas, finalmente desapareció.
Uno de los documentos que
emergieron de esos debates fue lo que hoy llamamos el Credo de Nicea. Es el
mismo credo que seguimos proclamando hasta el día de hoy. Un documento
magnífico, bellamente escrito, que expone la esencia de lo que se revela en los
libros del Nuevo Testamento y es el eje central de la fe cristiana.
Si algún día alguien no cristiano
te pide que le expliques en que consiste el cristianismo, puedes y debes
empezar con la lectura de este credo. Ahí está todo.
He aquí una copia del original traducido
del griego, para ti querido lector(a):
CREDO DE NICEA.
Creo en un solo Dios, Padre
todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo
invisible.
Creo en un solo Señor,
Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos
los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del
cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y
se hizo hombre;
y por nuestra causa fue
crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según
las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado
a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y
gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia,
que es una, santa, católica y
apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.
Cada una de las partes que conforman la Santa Misa tiene un significado espiritual muy profundo y su establecimiento se remonta a muchos años atrás. Cuando uno está alejado de Dios, la Misa parece solo un ritual monótono, pero cuando Dios desborda tu Ser, es posible comprender y valorar cada una de esas partes, como lo es el Credo. Muchas gracias Oscar por tan espléndida información
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