La Verdad Revelada | Agustín de Hipona.
La búsqueda de la verdad ha
estado en el centro de la actividad intelectual de hombres y mujeres desde
tiempos muy antiguos.
Los egipcios y las civilizaciones
de Mesopotamia la buscaron afanosamente. Los Persas, Babilonios, Sumerios y
Acadios se sumergieron en profundas elucubraciones para dar sentido al mundo y
a la existencia humana, dando lugar a mitologías poderosas.
Después llegaron los griegos y
comenzaron a emplear métodos más novedosos, racionales, siempre en búsqueda de
esa verdad que les iluminara la existencia y resolviera para siempre todas las
preguntas de fondo.
Llegaron los judíos, los romanos,
la cultura helénica y después de varios milenios, hoy en día el ser humano
continua en búsqueda de la escurridiza verdad. Una verdad que responda todas
las preguntas que el ser humano se ha hecho desde tiempos inmemoriales.
Las religiones sentaron sus
dogmas hace milenios y han permanecido sin cambios desde entonces. Los antiguos
ritos mistéricos, el misticismo, la gnosis, el esoterismo, la cábala, el ocultismo
y otras prácticas espirituales han aportado luz al problema pero el mundo
contemporáneo les presta muy poca atención por falta de rigor científico.
La ciencia hoy en día nos ha
acercado mucho a la verdad, pero seguimos sin conocerla en su totalidad. Disciplinas
como la astrofísica, la bioquímica y las neurociencias aportan una cantidad
significativa de conocimientos que nos permiten conocer el cosmos y a toda la
creación de maneras nunca antes vistas.
Caminando codo a codo con las
ciencias duras, hemos atestiguado el surgimiento de teorías de la conspiración
que buscan dar una explicación lógica, coherente y digerible a los hechos raros
del mundo. En el intento han llegado a conclusiones que rayan en lo ridículo y
aun así, sus adeptos crecen cada año.
Y ante todo esto, regresamos al
planteamiento original:
¿Qué es la verdad?
¿Cuál es esa verdad que tanto
busca el ser humano desde siempre?
La verdad es aquella que responde
con certeza y claridad a las siguientes preguntas:
¿Quién creo el universo y al
mundo donde vivimos?
¿De dónde venimos? ¿Fuimos
creados o somos solo el resultado de una sucesión de eventos aleatorios?
¿Qué es la vida? ¿Cuál es su
propósito? ¿Para que venimos al mundo?
¿Hay vida después de la vida?
¿Qué pasa cuando morimos?
¿Existe un infierno y un paraíso?
¿Existe el cielo? ¿Existe el bien y el mal?
¿Tenemos alma? ¿Es inmortal?
¿Existe Dios? Y de ser así, ¿Cómo
es y cómo me relaciono con Él o Ella?
La búsqueda de respuestas para
estas preguntas constituye en sí misma la búsqueda de la verdad.
En los tiempos actuales impera el
dominio de la razón, de la investigación científica y la comprobación empírica
como únicos métodos fidedignos para encontrar respuestas confiables.
Desafortunadamente, bajo este esquema la mayor parte de las preguntas anteriores
se quedan sin respuesta. Son preguntas de orden metafísico y ontológico, áreas
fuera del alcance del método científico.
El pensamiento del hombre
contemporáneo está educado para comprender y después creer. La misma fe está
constantemente supeditada a este esquema. Es preciso entender primero lo que
nos dicen acerca de Dios, racionalizarlo y encontrarle una lógica convincente,
y después podemos hablar de fe.
Primero entiendo con el uso de mi
intelecto, y después confío y tengo fe.
En el siglo IV de nuestra era
existió un hombre que entendió perfectamente esta disyuntiva. Se llamaba
Agustín, fue un gran teólogo y filósofo y se le conoce en el mundo de la
cristiandad como Agustín de Hipona, obispo, padre y santo de la Iglesia
Católica Apostólica y Romana.
Para Agustín de Hipona la
solución era al revés.
En temas de la verdad y de Dios, es
preciso creer primero y después entender.
Agustín lo resumía en una sentencia:
Nisi credideritis, non intelligetis. “Si no crees, no comprenderás”.
En su ensayo sobre Agustín de Hipona, el filósofo Dal Maschio (2015) lo explica de
la siguiente manera:
Lo primero que nos llama la
atención de la sentencia es que parece invertir el orden que solemos considerar
normal en la secuencia del razonamiento: a partir de los diversos argumentos,
datos y evidencias disponibles, ponemos en juego nuestra razón para extraer una
conclusión.
En efecto, para el padre de la Iglesia
Católica es imprescindible el acto de fe como condición determinante para el
acto de comprensión mediante la razón.
Para algunos lectores esto
puede parecer infantil, irrisorio, producto de una mente antigua y anticuada. Este
modo de abordar el problema de la verdad no parece tener sustento defendible.
Sin embargo Agustín no era infantil
ni mucho menos anticuado. Era un hombre de vasta cultura, abogado de profesión,
extraordinario orador, agnóstico que había recorrido diversas religiones en
busca de la verdad sin éxito alguno.
La primera clave para entender
esta forma de pensar lo explica impecablemente Dal Maschio (2015) en el siguiente
párrafo:
La diferencia sustancial radica
en que para el creyente ya estamos en posesión de la verdad (nos ha sido
revelada en las escrituras), por lo que el papel de la razón no puede ser el de
descubrirla. Para el cristianismo la argumentación racional no es un camino
hacia la verdad, sino desde ella…El objetivo entonces no es demostrar la
verdad, sino iluminarla mediante el uso de la razón.
La verdad, explica Agustín de
Hipona, no necesita ser buscada porque ya nos fue dada a través de los libros
que conforman la sagrada escritura, la Biblia. La misión del ser humano es
estudiarla, comprenderla, meditarla, educarse a través de ella y vivir conforme
a sus preceptos.
Dios ya habló y se reveló a
través de la escritura.
Y entonces, sostiene Agustín,
entonces comprenderás la verdad.
Entonces encontrarás las
respuestas para todas las preguntas que han intrigado a la humanidad desde el
principio de los tiempos.
Entonces y solo entonces…conocerás
la verdad.
—¡Así que eres rey —le dijo
Pilato.
—Eres tú quien dice que soy rey.
Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.
—¿Y qué es la verdad?—preguntó
Pilato.
Juan 18:37-38.
Del Machio, 2015. San Agustín. El Doctor de la Gracia contra el Mal.
Santa Biblia Nueva Versión Internacional.
A San Agustín como a San Pablo, Dios los eligió: hombres ya muy sabios antes de sus conversiones, así que cuando Jesús irrumpe en sus vidas, toda esa preparación previa es puesta al servicio de la evangelización ..no hay palabras que puedan explicar racionalmente lo que acontece cuando el infinito amor de Jesús con toda su verdad , inunda y desborda nuestras vidas.🙏💕
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