Señales.

 




“Cuando esté viejito no diré nada, pero habrá señales”.

 

Esta mañana me siento bien, mejor que de costumbre. El día esta soleado, el termómetro marca 22 grados centígrados con vientos moderados procedentes de la costa. Mi cara recién afeitada y mi pelo recién cortado me dan un aire juvenil. Siempre le pido al peluquero que en la parte de las sienes y patillas le pase la maquina a nivel cero. Con esto se eliminan las canas y me siento como de veinte.

Estoy llegando al centro comercial y se me acerca uno de los guardias que cuidan los coches. Los conozco bien a todos aunque con este en particular tengo muy poca comunicación. Es un hombre de la tercera edad, de unos 75 años, alto, delgado, pelo y bigote blanco por las canas, y ojos verdes.

Se le ve ansioso, preocupado y con ganas de platicar.

—¿Cómo está jefe? ¿Dónde dejó al poderoso?

El poderoso es mi coche, un Chevrolet Montecarlo modelo 1997. Viejito pero eficaz. Lo tengo desde hace veinte años y pretendo quedarme con el hasta el último día de mi vida.

—Lo tengo en el taller jefe, estos días me ando moviendo en trolebús —respondí sin ganas de continuar charlando.

—No lo quiero importunar ni quitarle el tiempo, pero es que hay algo que necesito preguntarle. Digo, si usted me lo permite.

Mi curiosidad se impone a mi prisa y le pido que haga su pregunta.

—Pues mire usted, el asunto es que, la cuestión no es mía en realidad, yo soy un hombre ya vivido, con hijos y con nietos, usted me entiende pues. Pero la vieja es la que anda de latosa.

—¿Cómo? Perdón no le entendí.

—La vieja jefe, la vieja, usted me entiende. Yo le digo estate quieta ya mujer, pero es encimosa y no sabe guardar compostura.

Comienzo a entender…bueno, más o menos.

—Amigo, no quiero ser descortés pero llevo prisa. Si pudiera ir al grano se lo agradecería.

—Pos yo le quiero preguntar de cual usa. Osea, de cual usa usted pues.

—¿De cual uso yo?

—Afirma. Y créame jefe, no es tanto por mí; la vieja es la que anda muy inquieta.

Mi confusión es notoria. El lo percibe y finalmente se anima a hablarme claro.

—Me han hablado de una pastillita jefe, una de color azul; pero dicen que es peligrosa. Yo quisiera ver si usted me puede recomendar alguna, o de plano la que usted usa. Écheme la mano jefe, ¿cuál me recomienda?

Ahora mi comprensión es total.

¡Que de cual uso yo!

¿Es en serio? ¿Tan jodido me veo? Pero si me acabo de cortar el pelo, no se me ven las canas, no tengo arrugas ni en la frente ni en los párpados, no tengo papada aun, soy jovial y audaz, escucho al Peso Pluma, a Natanael y a los BTS. Me rio de los chistes de Franco Escamilla. ¿Parchís? Ni idea de quienes son esos batos.

A lo mucho chavo-ruco.

Mi espíritu se llena de orgullo y le respondo:

—Quisiera poder ayudarlo pero…yo no uso pastillas jefe, ni de las azules ni de las verdes… ni de las rojas. No las conozco.

Me mira con asombro y admiración y responde apenado.

—¡Válgame el carajo! Usted disculpe jefe. Es que yo creí, que, por, nada nada, discúlpeme por favor.

 

Han pasado treinta minutos, voy saliendo del centro comercial y me saluda otro de los guardias del local. Le devuelvo el saludo y me dice:

—Lo vi platicando hace rato con el otro guardia, ¿todo bien?

Le cuento brevemente lo acontecido y responde un tanto molesto.

—No le crea nada a ese pinche viejo. Lo que pasa es que anda muy entrado con una de las cajeras.

Mientras habla me señala con la mano a la cajera en cuestión. Una mujer joven de unos treinta y cinco años aproximadamente.

—De todo se entera uno aquí jefe. El viejo anduvo sobres con la cajera, insístele e insístele, necio el cabrón. Le regalaba florecitas, dulces, cacahuates, una vez hasta le invitó el almuerzo… y finalmente le dieron un chance. ¿Y qué cree que paso?

—Ni idea.

—¡No se le abrió el paraguas jefe! ¡No pudo! Ya se corrió la voz. Aquí ya todos estamos al tanto.

 

Voy camino de regreso a mi casa.

El trolebús está repleto de gente.

Atrás quedó el guardia casanova, el septuagenario que busca afanosamente la forma de resarcir su honor.

Afortunadamente todo fue una confusión.

Me siento un hombre joven todavía, sagaz y audaz, jovial, muy lejos aun de proyectar una imagen de persona mayor. Ya tengo mis años, eso no lo niego, pero el guardia casanova se equivocó rotundamente al pensar que yo usaba…

Que yo usaba pastillas.

¡Habrase visto semejante disparate!

Hay dos mujeres jóvenes que no han dejado de observarme desde que subí al autobús. Son muy guapas y les calculo unos veinticinco años de edad a cada una. Podrían ser mis hijas. Aun así no dejan de observarme, una lo hace disimuladamente y la otra ya de plano me sonríe sin pudor.

Es lógico, me acabo de cortar el pelo, vengo recién afeitado con mi barba de candado bien delineada. La gorra azul que traigo puesta cubre mi calvicie y mis lentes me dan un toque intelectual que siempre llama la atención.

Además, el perfume que traigo es letal, matador. Siempre me preguntan y siempre digo lo mismo: es un Carlo Conti de Dolce & Gabbana. Siempre les advierto que es una edición limitada para que no pierdan el tiempo buscándolo en internet. En realidad no existe; el perfume es un SOLO de la marca Yanbal que me regaló mi tía Dora. Y como dije, es letal.

Las dos jóvenes van sentadas y no dejan de mirarme. Mientras tanto yo trato de mantener el equilibrio para no caerme cuando el chofer frena o acelera de golpe. Voy parado junto con muchos otros.

De pronto, una de las chicas se pone de pie y con una enorme sonrisa me dice:

—Señor, puede tomar mi asiento.

—¡Que! No como crees —respondo con indignación.

—Ándele, no queremos que se vaya a caer. ¿Verdad amiga?

La otra joven le hace segunda:

—Así es, ándele señor, mire siéntese aquí junto a mí.

Con la palma de su mano golpea ligeramente el asiento, como cuando una madre le dice a su hijo ven siéntate aquí.

Las miradas de todos los pasajeros que van de pie están fijas sobre mí. Expectantes a mi reacción. Como diciendo ¿será capaz de aceptar?

¿Es en serio? ¿Tan jodido me veo? Pero si me acabo de cortar el pelo, no se me ven las canas, no tengo arrugas ni en la frente ni en los párpados, no tengo papada aun, soy jovial y audaz, escucho al Peso Pluma, a Natanael y a los BTS. Me rio de los chistes de Franco Escamilla. ¿Parchís? Ni idea de quienes son esos batos.

A lo mucho chavo-ruco.

¿Y estas no me creen capaz de mantenerme en pie? ¿Cómo se les ocurre semejante propuesta?

Mi espíritu se llena de vergüenza y orgullo. Lo pienso rápidamente…

…y finalmente elijo mi respuesta.



Comentarios

  1. jajaja....te volaste la barda mi chavo-ruco, recien corte de pelo, sin canas, ni arrugas ni papada, etc.etc. la gente está mal, no ven bien, que les pasa? que no ven mi caminar, cuando me pongo de perfil, la seguridad al usar mi gorra, mi mirada clara tras mis gafas.
    La verdad el mundo está cada vez más loco, por lo pronto " no diré nada, pero cuando esté viejito. solo hasta que esté bien viejito, habrá señales".
    Ayy Oscar un abrazote, me encantó, me reí como loca, lo disfruté muchísimo...!!

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Cónclave – La Película | Breve reseña y análisis crítico.

Boda en la Montaña | Una historia familiar.

Un regalo hasta el cielo.