¿Por qué existe el mal en el mundo?
Una de las preguntas más difíciles
de responder para cualquier Cristiano creyente y bien intencionado es precisamente
la que sirve de título para este artículo.
Es una de las armas más letales
de todos aquellos que disfrutan atacando la religión y la fe en Dios, y que al
mismo tiempo apelan al uso de la ciencia y la razón como únicos medios válidos
para progresar y alcanzar la plenitud.
Los ateos han refinado esta
pregunta y hoy día leemos o escuchamos variaciones como las siguientes:
¿Por qué permite Dios el mal en
el mundo?
¿Por qué Dios, siendo tan bueno,
permite la existencia del mal en el mundo?
Si Dios es todopoderoso, ¿acaso
no tiene el poder para erradicar el mal? ¿O no quiere? ¿O no le importa?
¿Dónde estaba Dios en los
momentos de mayor oscuridad en la historia de la humanidad?
Son preguntas difíciles,
directas, y en la mayoría de los casos malintencionadas. Provienen de mentes
que en su afán por encontrar respuestas están decididos a derrumbar los
cimientos mismos de la religión. Es por el bien de la humanidad suelen
decir.
En primera instancia, como
cristianos, debemos reconocer que las preguntas son complejas. Aturden nuestro
espíritu, y si nos dejamos llevar por la hiper racionalidad pronto nos veremos dando
respuestas absurdas, sin sentido, y en el peor de los casos con nuestra fe
tambaleándose.
Algunos mas prudentes darán la
media vuelta, ignorarán los cuestionamientos y seguirán practicando su fe sin
importar lo que digan los ateos. Esta es una decisión sabia. Los misterios de
Dios son inescrutables y el hombre y la mujer de fe lo saben; no se
esfuerzan por buscar respuestas donde no las hay, simplemente confían en las
promesas de Dios y de su hijo Jesucristo, y siguen con su vida.
El 26 de diciembre de 2004, un
terremoto de magnitud 9.1 sacudió la costa de la isla de Sumatra. Esto provocó
un tsunami que se desplazó a la mayoría de las costas del océano Índico dejando
tras de sí muerte y destrucción masiva.
Millones de seres humanos
perdieron la vida aquel día. La mayoría de los cuerpos no pudieron ser
rescatados.
El mundo enmudeció ante la
tragedia y a las pocas semanas comenzaron los cuestionamientos a Dios.
En una entrevista realizada al
entonces Papa Benedicto XVI, una niña le hizo una pregunta por vía satelital
desde un país remoto.
La pregunta fue muy sencilla: ¿Por
qué permitió Dios que ocurriera esta tragedia?
La respuesta del Papa también lo
fue: No lo se.
Y el mundo secular anticristiano
celebró en grande la respuesta.
Un reacomodo de las placas tectónicas
en Indonesia que provocan muerte y destrucción, y el culpable es Dios.
Dicho todo lo anterior, es tiempo
de volver al propósito inicial de este artículo.
A pesar de la complejidad de las
preguntas planteadas al inicio, es importante mencionar que a lo largo de los
siglos han existido personas de fe que han intentado esbozar una respuesta para
ellas. Lo han hecho amparados con la revelación de Dios a través de la Biblia.
Una de estas personas fue Agustín
de Hipona. Padre de la Iglesia Cristiana del siglo V DC, santo de la Iglesia Católica
Apostólica Romana, y teólogo de gran calado que dedicó toda su vida a
reflexionar, entre otros temas, sobre la existencia del mal.
Por su parte, ya entrado el siglo
XX vivió una persona que también dedicó parte de su vida a reflexionar sobre
estos temas. Su nombre: Hanna Arendt, filósofa, escritora y catedrática judía
de origen alemán y nacionalizada estadounidense.
En el siguiente capítulo exploraremos
las reflexiones que estos dos personajes llevaron a cabo sobre la existencia del
mal en el mundo, sus posibles orígenes y sus posibles explicaciones.
Continuará…
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