Un Gato en la oscuridad.
Luxor. Año 1250 AC.
Usermaatra Setepenra reposa plácidamente
sobre un camastro de granito y mármol, bellamente adornado y acojinado con
pieles de elefante, avestruz, y jabalí. Decorado en bajorrelieves estampados
sobre la roca, con colores cromados intensos que exaltan la imponente figura del señor de las dos tierras.
Ha sido un día complicado y nadie
puede molestarlo mientras descansa.
En la oscuridad de la habitación,
escondido tras las cortinas que filtran la luz de luna llena, se
encuentra Misifustri, el gato consentido de su majestad. Solo el tiene permiso
de permanecer en los sagrados y muy reales aposentos.
Usermaatra, también conocido como
Ramsés (el hijo del dios Ra), esboza una sonrisa imperceptible ante el ligero
ronroneo de Misifustri. Sin importarle que se trate del mismísimo Ramsés II,
amo y señor de todo el mundo conocido y príncipe de las zonas celestiales,
Misifustri está aburrido y ha decidido que es momento de importunar a Faraón,
solo para pasar el rato.
Se sabe poderoso.
Se sabe bien amado.
Se sabe el consentido del hombre
más rico y dominante del alto y del bajo Egipto, de la cuenca del Líbano, de
las tierras de Canaán, y de todo el mar mediterráneo hasta donde la vista
humana sea capaz de llegar.
Faraón Ramsés II descansará
cuando Misifustri lo considere pertinente.
Epílogo.
Los gatos ocupan un lugar
especial en la historia de la humanidad, pero en ningún lugar fueron tan
venerados como en el antiguo Egipto. Estos felinos eran más que simples animales
domésticos; eran símbolos de divinidad, protección y buena fortuna.
La relación entre los egipcios y
los gatos se remonta a miles de años. Se estima que estos fueron domesticados a
partir de gatos salvajes africanos, en los albores del cuarto milenio antes de
Cristo, hacia el 4000 A.C. Los egipcios apreciaban la habilidad de los gatos
para cazar ratones y serpientes, protegiendo así los graneros y por ende los
suministros de alimentos vitales. Esta eficacia en el control de plagas hizo
que los gatos se volvieran indispensables en los hogares egipcios.
Es importante detenernos en este
punto y reflexionar un poco más al respecto. En la antigüedad, una cosecha
desperdiciada por plagas representaba la hambruna y muerte segura de decenas de
miles de personas. Los mininos eran ya especialistas en la caza de ratones,
insectos y pequeños roedores, asegurando así la preservación de los alimentos.
Otro aspecto que les intrigaba a
los egipcios era la independencia que mostraban los gatos de sus dueños. Esas
actitudes de divo que tanto nos divierten hoy en día no pasaron desapercibidas para
los antiguos. Su agilidad, pulcritud, y elegancia en el andar era algo
extremadamente valorado por los faraones.
La religión desempeñaba un papel
central en la vida egipcia, y los gatos no eran la excepción a esta regla. La
diosa Bastet, una de las deidades más populares y queridas, era representada
con cabeza de gato o como un felino completo. Bastet era la diosa de la música,
la danza y la alegría, y también tenía un aspecto protector y guerrero.
El culto a Bastet se centraba en
la ciudad de Bubastis, donde se celebraban grandes festivales en su honor.
Estos eventos incluían procesiones, música, banquetes y sacrificios de
animales. Los gatos se consideraban sagrados y estaban bajo la protección directa
de la diosa; matar a un gato, incluso accidentalmente, era un crimen grave que
podía ser castigado con la muerte.
En la vida cotidiana, los gatos
eran cuidados y respetados. Se les adornaba con joyas y se les alimentaba con
delicias. Cuando un gato moría, su familia humana entraba en duelo y a menudo
participaba en elaborados rituales funerarios. Los gatos momificados fueron
encontrados en tumbas, lo que indica la importancia de estos animales tanto en
la vida como en la muerte.
La relación entre los egipcios y
los gatos dejó un legado duradero. Los gatos siguieron siendo símbolos de buena
fortuna y protección en muchas culturas. La imagen del gato como guardián y
protector se extendió más allá de Egipto, influyendo en las sociedades griegas
y romanas.
Los gatos eran mucho más que
simples compañeros en el antiguo Egipto. Eran protectores, símbolos de
divinidad y objetos de veneración religiosa. La fascinación y el respeto por
estos felinos reflejan la profunda conexión entre los egipcios y su entorno, así
como su capacidad para reconocer y celebrar las maravillas de la naturaleza. La
veneración de los gatos en el antiguo Egipto nos recuerda la importancia de
respetar y cuidar a los animales que comparten nuestro mundo.
Si tienes un michi en tu casa y
es tu adoración, ahora ya sabes que desde la época de los antiguos faraones
egipcios los gatitos siempre se han dado a querer, y siempre han hecho lo que
les da su regalada gana. Si los llamas y están de buen humor, tal vez se
acerquen o tal vez no.
Así se trate del mismísimo hijo
del dios Ra.
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