Para Priscilla.
¿En qué momento se te metió la loca idea
de que eres fea?
¡No tengo ni la más remota idea!
Cuando te conocí, ya eras bella entre las bellas.
Deambulabas por los pasillos de la vanidad,
te sabías única e
irrepetible,
como un arcano indestructible,
y por momentos… fatalmente ineludible.
Desde las palmas de tus pies,
elevabas tu postura,
rozagante y con holgura,
lanzando al fondo del abismo,
al más irreverente de los indecentes,
y al más cegado de los no creyentes.
Desde la frescura de tu piel de nácar,
y del misterio emanado de tus ojos de avellana,
mil veces embrujaste al rey de porcelana,
y mil veces lo trajiste de vuelta por la mañana.
Eras como el canto de las sirenas,
aterrador y ofuscante,
por momentos en altura delirante,
siempre viva, siempre inquietante.
Por eso te pregunto de nuevo,
musa indescifrable:
¿Quién fue el miserable
que te convenció
de la absurda idea
de que eres fea?
Comentarios
Publicar un comentario