Dorita | Una historia familiar.

 



La noche del jueves 17 de febrero del 2011 recibí una llamada desde mi natal Poza Rica, Veracruz mientras esperaba el abordaje del Boeing 777 en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Esa noche yo viajaba a Madrid, España en una misión de trabajo. La llamada era de una de mis primas más queridas y allegadas, mi prima Dora. Dorita para sus familiares y amigos.

Su llamada era para desearme buen viaje y expresarme lo orgullosa que estaba de mí. Me dijo Taín, eres el primer Cervantes que viaja a la madre patria y no sabes lo feliz y orgullosa que me siento por eso. Cuídate mucho por allá, te quiero mucho. Después me pasó a sus hijos, mis queridos sobrinos Jonathan y Christian, y les pidió que me desearan suerte y me dieran la bendición.

Sus palabras me fortalecieron y abordé el avión con seguridad, sabiendo que esa noche mi prima Dorita y mis sobrinos, y toda mi familia, harían el viaje de diez horas conmigo. Atravesaríamos el Golfo de México, una parte del triángulo de las Bermudas, y después el Océano Atlántico… juntos.

El viaje fue excelente, sin contratiempos, con buen ambiente por parte de la tripulación, cena deliciosa, vino tinto y café. El servicio de Aeroméxico era de lo mejor. No pude conciliar el sueño durante un buen rato. Me dediqué a recorrer el avión de un lado a otro junto con otros y otras que hacían lo mismo para bajar la cena. Al final caí rendido bajo un cielo lleno de estrellas mientras el piloto viraba hacia el oriente para adentrarse en el Atlántico.

Solo desperté cuando las azafatas anunciaron que iniciaríamos el descenso al Aeropuerto de Barajas, en Madrid España.

Una hora después estaba yo en pleno centro de la capital comprando un boleto de tren que me llevaría hasta la ciudad de Zaragoza, en la comunidad autónoma de Aragón. Esa misma noche pernocté en el Hotel Los Girasoles de Zaragoza, lugar donde viviría durante toda mi estancia en aquel país. A la mañana siguiente me desperté con mucha hambre y decidí aprovechar el servicio de restaurante del mismo hotel, ubicado en el último piso del edificio.

Me recibieron dos hermosas mujeres, rubias de ojos azules. Una de ellas se llamaba Veronika, de unos 26 años; y la otra respondía al nombre de Alina, de 40 años aproximadamente. Eran las cocineras y meseras del lugar. Había poca gente y en un perfecto castellano me ofrecieron café y me señalaron en el menú las especialidades de la casa. Pasarían varios días para que me diera cuenta de que no eran españolas. Eran migrantes procedentes de Rumanía.

Me ocurrió algo parecido con la recepcionista que me había recibido la tarde anterior, Laura. Hablaba perfecto castellano y por más de una semana no me pude percatar de que tampoco era española. Laura Pellegrini era italiana, oriunda de Roma. Pero esa es otra historia.

Alina y Veronika detectaron desde el primer instante mi acento extranjero y al decirles que era mexicano se ofrecieron a prepararme un almuerzo especial si no encontraba nada de mi agrado en el menú. La comida española es tan deliciosa como la mexicana pero toma tiempo acostumbrarse a los nombres y a los sabores, sin mencionar que el picante es prácticamente inexistente.

Para entrar en confianza me prepararon unos huevos revueltos con chistorra aragonesa, acompañados de un vaso de agua de frutas, pan tostado, queso gruyere con almendras, y un café recién hervido con leche desnatada. De postre me ofrecieron pan horneado relleno de crema catalana (crema untable hecha con leche, yemas de huevo, azúcar caramelizada, maicena, y canela).

Alina, la mayor de ellas, llamó de urgencia a su esposo para que le trajera una botellita de salsa tabasco de su casa. Sabía que los mexicanos comíamos picante y se sentía avergonzada de que el hotel no proveyera nada de eso.

—Esta salsa la ha traído mi esposo corriendo, desde mi casa. Para que no extrañes tanto a tu país mientras te adaptas —me dijo con voz firme.

Y ahí comenzó nuestra amistad.

Ese primer fin de semana me dediqué a recorrer, con mapa en mano, la zona histórica de la ciudad. Visité el antiguo foro romano (Zaragoza ha estado habitada desde hace más de dos milenios. En tiempos del emperador romano Cesar Augusto la ciudad cambió su antiguo nombre celtíbero por el de Cesaraugusta, en honor al emperador. Posteriormente, durante la dominación musulmana en la edad media, la ciudad se llamó Saraqusta y con el tiempo el nombre fue cambiando hasta llegar a Zaragoza).

Ese mismo día recorrí el interior del castillo de la Aljafería, fortaleza musulmana del siglo XI que pasó a ser recinto oficial de los reyes Católicos don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla, los mismos que financiaron el viaje de Colón a las américas. El domingo conocí la catedral de la Seo, la Basílica de Nuestra Señora del Pilar y otros lugares fuertemente cargados de historia antigua. En la basílica tomé misa y la dediqué a mi sobrina Valeria quien cumplía años en esos días.

Me presenté a mi primer día de trabajo en la planta el lunes 21 de febrero. Ese día me dediqué a conocer gente, ubicar mi oficina, validar mis nuevas cuentas de acceso a los sistemas computacionales, y a familiarizarme con los problemas más críticos de mi área. Tenía que elaborar estrategias de acción inmediata (mi viaje fue para apoyar a resolver problemas financieros y operativos: excesos de inventarios y desabasto de materias primas para mantener las líneas de producción en movimiento).

 

Una mañana fatídica.

El martes 22 de febrero, un día después, llegué a la planta muy temprano. La empresa me había asignado un vehículo para moverme durante la semana. Salí del hotel a las 6:30am, atravesé una parte de la ciudad, crucé el rio Ebro y tomé la autopista E-90 rumbo a Madrid. Cuarenta minutos después tomé una desviación que me llevó hasta el Polígono Industrial donde se ubicaba mi planta, justo a las puertas de un pueblito medieval llamado Épila.

Mientras revisaba mis correos electrónicos hubo uno que llamó mi atención de inmediato. Era de mi hermana Nancy.

Cuando lo terminé de leer sentí un fuerte mareo y me faltó el aire. Durante unos instantes que me parecieron eternos, no pude respirar. Me levanté de mi asiento y comencé a caminar apresuradamente dentro de mi oficina, sintiendo un dolor muy agudo en la boca del estómago. Un compañero me vio desde el pasillo y entró apresuradamente para ayudarme.

Me dio un poco de agua y comencé a respirar de nuevo. Me preguntó qué era lo me pasaba y solo pude señalarle la pantalla de mi laptop mientras el dolor agudo de mi estomago comenzaba a dispersarse por el resto de mi cuerpo hasta llegar a la cabeza. Mi compañero leyó el correo de mi hermana y regresó para decirme que él estaba ahí para apoyarme en lo que fuera.

Apenas nos habíamos conocido esa mañana.

Estaba intentando procesar una noticia muy triste en un país lejano, totalmente solo y en medio de gente desconocida.

Le pedí a mi compañero que no dijera nada a nadie y salí de la oficina rumbo a mi coche. Dentro de este, pude entonces estallar en un llanto que apenas reflejaba el profundo dolor que sentía por lo que había pasado.

Mi adorada prima Dorita había fallecido la noche anterior en México.

Un cúmulo de imágenes pasaron por mi mente a gran velocidad. Recuerdos de mi prima, recientes y antiguos, se sucedían uno a uno. Nos conocíamos de toda la vida. Ella y sus hermanos Pepe y Adelita eran, son como mis hermanos. Su madre, mi tía Dora, siempre había sido como una segunda madre para mí. Por momentos me ganaba la incredulidad y varias veces regresé a mi oficina para cerciorarme de que había leído bien el correo de mi hermana. Varias veces lo leí suplicando al cielo que todo fuera un error de lectura de parte mía.

No había tal error.

Mi prima Dorita había partido al Reino de los Cielos y toda la familia estaba devastada.

Los días siguientes fueron muy difíciles, oscuros y fríos.

Seguía mi rutina de trabajo convenciéndome día con día que era mejor solicitar mi regreso a México. Me costaba trabajo concentrarme y aún más coordinar estrategias con mis compañeros de equipo. No tenía nada ya que hacer en aquel país al otro lado del Atlántico.

Las cocineras del hotel notaron de inmediato mi cambio de carácter, taciturno y distante, muy distinto al de los primeros días.

Con el paso de los días y las semanas, nuestra amistad se fue consolidando poco a poco. Eran mujeres sencillas, sumamente amables y dulces en su trato, habían abandonado su país en busca de mejores condiciones de vida. Vivian al día, tenían dos y en ocasiones hasta tres trabajos para poder completar el mes. Cocinaban, lavaban ropa ajena, limpiaban casas y edificios, y en los días feriados acompañaban a sus esposos a vender artesanías sencillas en los bazares.

Una mañana de sábado mientras almorzaba, invité a Alina a sentarse a la mesa conmigo. Le invité un almuerzo y el café, y platicamos durante varias horas. No había más comensales en el restaurante y su jefa le autorizó acompañarme.

Le conté lo sucedido a mi prima Dorita y me escuchó con mucha atención. Conmovida me dio el pésame y después de un rato me preguntó que planeaba hacer ese fin de semana. Yo le respondí que nada, que no tenía humor ni ganas de hacer nada. La memoria de mi prima me lo impedía.

Y entonces se hizo un silencio largo.

Se cruzó de brazos y su mirada se quedó fija viendo hacia una de las puertas de salida de emergencia.

Pensé que ya se quería ir.

Y justo cuando iba a darle las gracias por acompañarme y escucharme, volvió a fijar su mirada en mí y me preguntó si tenía yo tiempo de escuchar una historia, una historia suya.

Sus palabras quedaron grabadas en mi corazón de tal forma que aún hoy día las puedo recordar casi de memoria:

…”Tenía yo 20 años cuando la Unión Soviética colapsó y al poco tiempo mi país, Rumanía, se desmoronó también con la caída del gobierno comunista.

Fueron tiempos difíciles pero yo estaba enamorada y me casé al año de la caída del régimen. Muy pronto quedé embarazada y el 23 de marzo de 1992 nació mi primer bebé. Era un niño precioso y muy sano en apariencia.

Los problemas comenzaron justo cuando cumplió su primer año. Le detectaron una anormalidad en su corazoncito… se le comenzó a endurecer. Primero fueron las carótidas y después pasó lo mismo con el tejido. Los médicos me dijeron que en poco tiempo el corazón se le endurecería de tal modo que dejaría de latir.

La única opción era un trasplante pero eso costaba mucho dinero y mi esposo y yo apenas ganábamos para sobrevivir. Mi esposo se resignó a lo inevitable pero yo no. Yo luché por mi niño. Acudimos juntos a un banco que recién se había instalado en el país y sacamos un préstamo para comprar medicamentos que retrasaran el avance de la enfermedad. Fue una cantidad muy grande y yo sola firmé los contratos, mi esposo no quiso.

Al poco tiempo mi esposo se fue del país, me abandonó y no volvió nunca. Me quedé sola con el niño y para mi desgracia, lo vi morir en mis brazos después de un chequeo de rutina. El mundo se me vino encima y el banco también. No tenía ganas de vivir, me quería morir pero ni siquiera eso era una opción.

Yo misma preparé el cuerpo de mi niño para su sepultura; mis familiares me ayudaron a pagar el sepelio y al poco tiempo el banco amenazó con demandarme penalmente si no realizaba los pagos. Me corrieron de mi trabajo y me quedé en la ruina total. Mi destino era morir en una cárcel y la verdad ya nada me importaba.

Unas amigas me ofrecieron una salida: huir de Rumanía y buscar rehacer mi vida en otro lado. Al principio me negué pero mi madre me suplicó que me fuera, y por ella acepté el dinero de mis amigas y me enrolé con unos traficantes de migrantes a quienes entregué todo el dinero.

Tuve que entregar mi cuerpo muchas veces para completar, según ellos, el costo real del traslado. No me importaba ya nada, me daba igual.

Y así llegué a España Oscar, sin conocer a nadie. Viví en albergues del gobierno hasta que conseguí un empleo limpiando baños en una escuela que por cierto está muy cerca de aquí. Ahí conocí a un buen hombre, rumano también pero ya naturalizado español. Con el tiempo nos casamos y hace 4 años tuve a mi segundo bebé.

Mi niño está completamente sano Oscar, mi Diosito me devolvió a mi niño que dejé en una tumba de Rumanía.

No somos ricos, tenemos carencias, pero vivo en paz con mi nuevo esposo y con mi angelito que es todo en mi vida. Y así vamos llevando la vida. Hay semanas en que nos va bien en lo económico, otras en que batallamos para completar el gasto, pero tengo fe y esperanza, y este niño me da las fuerzas para enfrentar lo que sea.

La vida a veces nos da golpes muy duros Oscar, pero hay que seguir luchando. A esta vida se viene a sufrir, pero también se viene a vivir y a disfrutar lo más que se pueda de ella. A esta vida se viene a enfrentar lo que sea, a pelear día con día, esforzándonos para no perder la fe. Y cuando la perdemos, hay que recuperarla incluso si se encuentra destruida en el fondo del mar.

Recupera tu aliento Oscar.

Tu amada prima está en el cielo, al igual que mi niño.

Y por todo lo que me cuentas, estoy segura de que desde el cielo ella no te quiere ver triste ni acongojado. Estoy segura de que desde el cielo ella quiere que la lleves a conocer los lugares bonitos que tiene este país. Se lo debes.

Honra su memoria y recorre los caminos por ella.

Que tus pies sean sus pies y tus ojos sean su ventana para este mundo del cual ya partió.

Sal, vive la vida y llévala siempre contigo, en tu corazón. Ella lo sentirá y se alegrará. Yo creo mucho en esas cosas. Estoy segura de que te quiere ver de mejor ánimo. Recuérdala siempre por todos los momentos bellos que compartieron.

Ellos nunca se van del todo Oscar.

Su esencia vive en nosotros”…

La noche había caído ya.

Habíamos hablado durante casi seis horas.

Su turno había terminado horas antes y finalmente se levantó, me abrazó, me dio un beso en la frente, y se despidió porque ya la estaban esperando en su casa.

Logré recuperar el ánimo.

Trabajé con mucha intensidad en los proyectos de la empresa de lunes a viernes, y los fines de semana los dediqué a recorrer el país y admirar al máximo cada una de las maravillas con las que me encontré.

Mi prima Dorita se convirtió en mi compañera de viajes y con ella en mi corazón y pensamientos visité Barcelona, Lleida, Huesca, Pamplona, Bilbao y San Sebastián en el país Vasco, Toledo, Logroño y Madrid. Recorrí sus calles, aprecié su arquitectura, degusté la variada comida de sus restaurantes, visité museos y vi mucho arte, entable conversaciones entrañables con gente nativa, asistí a conciertos de flamenco, presencié partidos de futbol de primera división, asistí a una corrida de toros, y visité muchos templos y catedrales antiguas.

Oré en templos cristianos y mezquitas musulmanas medievales, y elevé oraciones en las antiguas sinagogas de Barcelona y Toledo. En todos estos lugares sagrados encendí cirios para honrar la memoria de mi prima.

 

Y de la misma forma que lo hice hace 14 años en un país lejano, hoy martes 4 de marzo elevo mi rostro con alegría para celebrar un cumpleaños más de mi adorada prima Dora.

Hoy hay fiesta en el cielo y todos los que ya están allá, celebran con ella en plenitud y gracia.

 

¡Feliz cumpleaños Dorita!


Comentarios

  1. Muy Feliz Cumpleaños hasta dónde se encuentra Dorita celebrándolo

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