El Plebeyo del Bienestar.
En el otoño de 1985 ingresé a la Facultad
de Humanidades de la Universidad Veracruzana con la intención de estudiar una
licenciatura en Filosofía y Letras. Para ello tenía que cursar un año de propedéutico
previo a la carrera. Era requisito de la Universidad.
Hubo dos materias que me volaron
la cabeza desde el principio:
Economía Política y Sociología.
La primera la impartía un
catedrático cuyo nombre no logro recordar pero los estudiantes le llamábamos Nikitin.
Era muy buen maestro y desde un principio abordó los postulados económicos de los
países comunistas. El apodo Nikitin le venía de un economista soviético
al que mencionaba constantemente.
La segunda materia, Sociología,
la impartía el catedrático Miguel Ángel Maciel. El profe Maciel era licenciado
en economía por la UNAM y tenía maestría y doctorado en filosofía política por
la Universidad de la Habana. Durante su formación doctoral había realizado
estancias en la Unión Soviética y en Rumanía.
Corría el año 1985 y la caída del
bloque comunista soviético se veía lejos todavía. No ocurriría hasta cinco años
después.
El profe Maciel decidió usar su
materia para enseñarnos filosofía marxista. Todo el semestre lo dedicamos a
leer y analizar dos libros: El Manifiesto Comunista y El Capital. Ambos de la
autoría de Karl Marx.
En esa época, tener ideas
comunistas era lo más cool en el plano intelectual. Te dejabas crecer la barba
un poco, usabas lentes y fumabas cigarros Marlboro mientras debatías con tus
compañeros quien había sido el verdadero líder de la revolución bolchevique, ¿Lenin
o Trotsky? Algunos nefastos y burros se atrevían a decir que Stalin y los agarrábamos
a pambazos.
El profe Maciel se parecía mucho
a Fidel Castro.
Alcanzaba probablemente el 1.90
de estatura, de piel muy blanca, delgado, vestía pantalones de pana de color
gris o caqui, camisas de manga larga y sacos de color beige. Y tenía la barba
igual que Fidel.
El profe Maciel era un comunista consumado. Intelectual de altos vuelos, hablaba ruso y alemán, su esposa era cubana y era definitivamente un experto en marxismo. Con el aprendí a leer a Marx y a visualizar un mundo equitativo, justo, distributivo y sin clases sociales. Un mundo donde no había distinciones entre ricos y pobres (yo era pobre).
Con el
Manifiesto Comunista en mis manos y con 17 años recién cumplidos, yo caminaba por la avenida principal en las
noches, de regreso a mi casa. Estaba ansioso por iniciar la revuelta que
llevaría a instaurar la dictadura del proletariado en mi ciudad. Solo esperábamos
la orden del profe Maciel.
Pero había un detalle.
El profe Maciel era también un próspero
empresario de la industria textil.
En efecto, tenía una boutique de
ropa de marca justo en la calle lateral del Cine Teatro Social, en la zona
centro de mi ciudad natal, la bella Poza Rica, Veracruz.
El negocio se llamaba ESCAPARATE
y ofrecía ropa de marcas originales: Oscar de la Renta, Pierre Cardin,
Givenchy, Alessandro Conti, y otras más que no logro recordar. Los precios no
estaban al alcance de cualquier bolsillo. El local era atendido por su esposa,
una hermosa mujer de piel morena, mulata y de ojos azules. No he vuelto a ver
semejante belleza en toda mi vida.
Para ser francos, el profe solo
daba la clase para mí. El resto de mis compañeros y compañeras se aburrían
mucho y solo le daban el avión. Habían aprendido el fino arte de dormitar con
los ojos abiertos y el profe se daba cuenta. La mayoría de las veces las clases
eran más un diálogo entre el y yo.
Y también debatíamos.
Fue gracias a esa confianza que
me animé un día a preguntarle como era posible compaginar una ideología
marxista comunista con la actividad empresarial que el realizaba.
Sonrió complaciente y me dio un
discurso mareador con el cual intentó convencerme de que no había conflicto
alguno de interés. Obviamente no le creí.
Siempre admiré al profe Maciel y
lo sigo haciendo. Aprendí mucho con él.
Pero yo vine a este mundo con una
inclinación natural hacia el escepticismo. Desde que era niño, nunca le he creído
nada a nadie si no me lo demuestran con hechos o con evidencias claras e
inobjetables. En mi adolescencia no podía entender la ingenuidad de los mayores
ante situaciones que a mi me parecían tan obvias. Un ejemplo: los discursos de
toma de protesta de los presidentes mexicanos.
Recuerdo haberme reído en 1982
con el discurso de salida del ex presidente José López Portillo. Ahí, parado
frente al congreso, llorando y golpeando el púlpito, culpando a los
inversionistas por haber sacado su dinero del país y provocado una devaluación
brutal. Tenía yo trece años.
Me reí también con los discursitos
de Salinas, de Zedillo, de Fox, Calderón y Peña Nieto. Y por supuesto que
también me reí de todas las burradas e insensateces que dijo el aclamado
cabecita de algodón en los seis años de terror que duró su mandato.
Cuando un político afirma
representar al pueblo, debemos siempre preguntarnos de qué pueblo está hablando.
¿de los que votaron por el/ella? ¿o también incluye a los que no votaron a su
favor como es válido en cualquier democracia?
Pero hay algo de lo que nunca
debemos dudar y te lo digo muy en serio querido lector:
Nunca dudes jamás de que los gobernantes
solo buscan enriquecerse y aumentar su poder. Solo eso. Bueno, y que también se
hable siempre bien de ellos, que los libros de historia se enaltezcan mencionando
sus hazañas. ¡Eso les encanta! Son muy narcisistas.
Veamos un ejemplo con el siempre
impresentable y malhecho personaje que responde al nombre de Gerardo Fernández
Noroña. El congresista.
El 29 de agosto del 2024 declaró
lo siguiente en el congreso, mientras tomaba protesta como presidente de la
mesa directiva (¡presidente!):
“hoy hijas e hijos del pueblo
somos senadores de la república, esto no hubiera sido posible nunca sin esta
revolución sin violencia que es la cuarta transformación. Yo quiero hacer un
reconocimiento al pueblo de México por habernos dado esta confianza. Yo estoy
convencido que un plebeyo como yo no habría podido nunca aspirar a encabezar la
presidencia del senado, que se oiga bien y que se oiga lejos, es la hora del
pueblo y los plebeyos y las plebeyas hemos decidido tomar el destino de la
patria en nuestras manos y así será en los años por venir”.
Este plebeyo del pueblo acaba de burlarse
de la desgracia de las madres buscadoras. Insinuó que el campo de exterminio
encontrado en Teuchitlán Jalisco es un montaje de la oposición para atacar su
movimiento.
Este plebeyo ataca con furia a
todos aquellos que no piensan como él, como si fuera un delito. Despotrica y
agrede a los medios que señalan los errores del gobierno y los acusa de
traidores a la patria (acusación muy grave por cierto).
Este plebeyo hoy día, renunciando
a la austeridad republicana impulsada por el cabecita de algodón, viaja a
Francia en Air France Primera Clase, comiendo y bebiendo como príncipe, a costa
del dinero del pueblo bueno y sabio que tanto lo quiere y tanto lo defiende. ¡Ni
el cabecita se atrevió a tanto!
Y así, con un fino trozo de Filete
Mignon en una mano y una copa de vino tinto francés en la otra, el se autoproclama
un simple plebeyo.
Un plebeyo del Bienestar.
Son los mismos mentirosos y mafiosos de siempre. Cuál 4T ?? Saludos Oscar
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