La cucaracha | Un brebaje perturbador.


 

Poza Rica, Veracruz. Verano de 1991.

Era un miércoles, eso lo recuerdo muy bien.

Salí de mi trabajo a las 9pm después de impartir un curso de Lotus (hoja de cálculo) en la escuela donde trabajaba, y me encaminé hacia mi casa. No tenía coche y no había necesidad de tomar un colectivo. Me hacía quince minutos caminando hasta la puerta de mi hogar en la colonia Benito Juárez.

Los sábados me pasaba todo el día en la Universidad estudiando Contaduría Pública y ese fin de semana tenía examen de fin de semestre. La materia: Derecho Fiscal III con el licenciado Capitanachi. Mi estrategia era dividir la semana en cinco temas generales y repasar cada uno de ellos de lunes a viernes. Por eso recuerdo que era un miércoles.

La Universidad Veracruzana tenía dos programas de licenciatura en modalidad semi escolarizada: Contaduría Pública y Derecho. Asistías un día a la semana (sábados), de 8am a 9pm con una hora para la comida. El resto de la semana hacías tareas, ejercicios prácticos e investigación. Era una modalidad diseñada para la gente que trabajaba entre semana.

De lunes a viernes solo podía estudiar y hacer tareas por las noches, después de trabajar. Generalmente llegaba a casa a las 9:20pm, me daba un baño, cenaba algo y después estudiaba de 10pm a 1 o 2 de la madrugada. No había de otra. Mi mejor aliada era mi juventud.

Perder el tiempo entre semana no era una opción.

Aquella noche estaba ya a punto de llegar a mi casa. Para ello tenía que pasar frente a la casa de uno de mis mejores amigos de la infancia y juventud: Héctor Uriel Isidro González.

Resultó grato percatarme que Héctor se encontraba afuera de su casa, recargado en el portón de su cochera y viendo pasar los autos que circulaban por la avenida Ruiz Cortínez.

A sus 24 años Héctor era un consumado barman, experto en preparación de bebidas alcohólicas, y además trabajaba como jefe de barmans en la disco de mayor prestigio en la ciudad: Scrupulous.

Era un antro de élite que se reservaba el derecho de admisión.

Gracias a Héctor, nosotros podíamos entrar cuando queríamos.

El primero en saludar fue él:

—Navarro, ¿quieres una cucaracha?

Por alguna razón Héctor era el único de mis amigos que a veces me llamaba por mi apellido. Nunca le pregunté por qué lo hacía. Me recordaba a mi época de secundaria y prepa, donde todo mundo me llamaba por mi apellido paterno; compañeros y maestros.

—¿Una qué? —pregunté riendo.

—¡Una cucaracha!

Lo primero que pensé fue este cabrón de seguro tiene a dos de las ratuelas ahí adentro y anda buscando quien le haga el paro con una de ellas.

—¿Qué demonios es una cucaracha? —pregunté intrigado.

—¡Una bebida preparada! ¿Quieres una?

Gracias a Héctor había probado un montón de bebidas con alcohol. De esas con nombres exóticos: Tom Collins, Manhattan, Bulls, Margaritas, Piñas Coladas, Medias de Seda, Muppets, Martinis en su versión Bombay Martini (la bebida de James Bond en las películas),  y un largo etcétera.

Yo seguía siendo fiel a mi Presidente o Bacardí con coca cola, la bebida del pueblo. Miré mi reloj y este marcaba las 9:30pm. Perder el tiempo entre semana no era una opción. Pero Héctor era mi gran amigo, habíamos crecido juntos desde que llegué a la colonia a los 10 años.

Gracias a él y a la generosidad de su madre, yo me había iniciado en la lectura de libros que guardaban en una pequeña biblioteca en la sala de su casa. Gracias a él, leí libros de historia y literatura universal y pude leer también los primeros cuatro tomos del Caballo de Troya de JJ Benítez. ¡Gratis!

—Es una nueva bebida que estoy experimentando, ¡anímate! Solo una y me das tus comentarios.

Solo una, ¿por qué no? Solo tengo que mover mi horario de estudio unos cuantos minutillos. Después de todo, ¿qué podría salir mal?

—Sales pues, una y me voy a mi casa.

La mesita de la sala de Héctor estaba llena de botellas de distintos colores y marcas, copas de vidrio de varias formas y tamaños, y un libro grueso de bebidas preparadas, con recetarios e instrucciones precisas para los profesionales del oficio.

Tomó una de las copas y comenzó a mezclar varios licores.

—A ver, a ver —intervine — explícame que es lo que estas preparando.

Primero vació un poco de licor de café, después un poco de licor de naranja, un chorrito de granadina blanca y el equivalente a un shot de ron blanco. Después agregó otros dos licores cuyos nombres no recuerdo. Uno era verde y el otro azul.

Fue la primera vez que supe de la existencia de los licores de frutas y café.

La bebida estaba casi lista.

Fue a la cocina y regresó con un popote y una cajetilla de cerillos.

—Ok Navarro, el asunto está así, pon atención.

Sacó un reloj cronómetro de su bolsillo y lo colocó sobre la mesa. Después me entregó el popote, sacó un cerillo de la cajetilla y completó su explicación:

—Voy a encender la copa con este cerillo. La lumbre comenzará a quemar la bebida y cuando hayan pasado 60 segundos, tu vas a meter el popote en la copa y te vas a tomar todo de un tirón.

—¿Que yo voy a hacer qué cosa? —repliqué incrédulo.

—Va de nuevo, pon atención.

—No, no. A ver, espera un momento. ¿quieres que meta el popote dentro de la bebida que está siendo quemada? ¡Me voy a quemar la boca cabrón! ¡No me jodas!

—No te vas a quemar nada. Esta bebida viene en este libro, ¡mira! Se está poniendo de moda en las discos y estoy haciendo pruebas para liberarla en Scrupulous. Yo ya la probé pero necesito la opinión de un bebedor experto.

Ah cabrón, bebedor experto, osea yo…eso si me agradó.

—¿Y cómo voy a saber cuando sean los 60 segundos? —pregunté.

—Yo te voy a avisar, para eso tengo este cronómetro. Una cosa más: te lo tienes que tomar de un tirón y después debes permanecer sentado por al menos 10 minutos. No te vayas a levantar. La bebida pega y necesitas reposar un rato para que tu cuerpo lo metabolice.

—Ok, enciende la madre esa.

Héctor encendió el cerillo y lo puso sobre la copa.

De inmediato apareció una ligera flama de color violeta y magenta.

Y comenzó la cuenta regresiva…40…30…20…10

—¡Listo! —exclamó Héctor — ¡Ahora!

Tomé el popote, lo introduje en la copa y comencé a beber con rapidez. Tenía que acabármelo rápido antes de que la lumbre quemara el popote de plástico.

Lo bebí de golpe, sin detenerme a degustarlo, y una sensación de dulzura y calidez recorrió mi garganta hasta el esófago. Fue algo muy raro y agradable también. El buqué del café mezclado con naranja y alcohol me llegaba de regreso al paladar. La bebida era definitivamente de otro nivel.

Brebaje sagrado de los Dioses.

¡Prueba superada!

Intenté levantarme para no perder más tiempo, había estudio pendiente en mi casa, pero Héctor me lo impidió.

—No te levantes todavía. Recuerda, debes esperar unos diez minutos para que no te vaya a dar el golpe.

A los cinco minutos me puse de pie y comencé a caminar despacio en la sala, como palpando el efecto. ¡Nada!

No me sentía mareado en lo absoluto.

Me paré en un solo pie, alcé mis brazos, moví la cabeza en distintas direcciones…todo perfecto.

Héctor estaba intrigado y volvió a repasar su libro.

Todo había ocurrido sin novedades.

—Aun así —dijo Héctor —yo te recomiendo que te esperes unos minutos más antes de salir, por pura precaución.

—Nel, ya me tengo que ir.

Héctor abrió la puerta de su casa, salí y atravesé el patio, me despedí y comencé a caminar por la banqueta. Mi casa estaba a 50 metros de distancia.

Todo cambió de golpe al doblar la esquina.

Escuché voces de ultratumba, ruidos, carcajadas, y un duende que se apoderó de mi cabeza y la zarandeó veinte mil veces. Los árboles cambiaban de lugar, las luces de los coches eran multicolores, las nubes estaban al ras del pavimento y mis pies flotaban sin tocar el suelo.

A la puta madre ¿qué me está pasando? ¿qué me dio este cabrón?

Llegué a mi casa sosteniéndome de las paredes de los vecinos, afianzándome a las varillas de protección de sus ventanas. Llegué a la casa como pude.

Mi padre ya estaba acostado.

Me tuve que dormir dos horas, tomar mucho café cargado y cenar pesado para poder recuperarme.

Los planes de estudio eran sagrados. Comencé a repasar mis apuntes por ahí de las 3 de la mañana y me fui de largo hasta las 7am. Mi padre se sorprendió al verme levantado y almorzando tan temprano.

Aquella vez fue mi debut y despedida con la cucaracha.

 

¿Qué fue lo que sucedió?

Al día siguiente le conté lo sucedido a uno de mis alumnos de computación: Benito Aladro.

Benito era lo que se conoce como un auténtico nerd. Un crack para las matemáticas y las ciencias en general. Estaba aprendiendo programación con nosotros porque planeaba ingresar al Tecnológico de Monterrey cuando terminara la preparatoria. Una de sus aficiones era la química.

Benito escuchó con mucha atención mi anécdota, y se rio mucho.

Después se puso serio y comenzó a explicarme:

—Profe Oscar, lo que le pasó fue lo siguiente:

“Cuando tomamos alcohol, este entra al torrente sanguíneo a los pocos minutos de ingerirlo. El efecto de emborrachamiento ocurre cuando llega, vía sanguínea, al cerebro. Pero para esto debe cruzar primero unos filtros que tenemos en la base del cerebro. Esos filtros están ahí precisamente para impedir que las sustancias tóxicas entren al cerebro. Cuando consumimos alcohol en exceso, los filtros no pueden hacer nada. Pero este es un proceso que toma tiempo, por eso nos emborrachamos poco a poco.

Cuando a una bebida se le prende lumbre, lo que ocurre es que se quema el etanol (el alcohol), pero la sustancia que realmente emborracha se queda en la bebida en su estado puro. Se llaman fosfolípidos. Estos, cuando entran al torrente sanguíneo, atraviesan los filtros del cerebro sin ningún problema ni dilatación. Van directo y como llegan en su estado puro, producen un efecto muy fuerte.

Esto ocurre con cualquier bebida que lleve lumbre.

La cucaracha se está poniendo de moda. Los efectos varían según la persona. Mis hermanas mayores, que son bien pedotas, también las toman pero a ellas ya no les hace efecto.

Recomendación final: Ya no vuelva a tomar bebidas con lumbre. No son para usted”.

Y así lo hice.

¡Jamás volví a probar bebidas con lumbre!

¡Debut y despedida!

 

Moraleja:

Siempre es una bendición tener genios nerds cerca de uno. Te explican el mundo y te aclaran el porqué de las cosas.


Comentarios

  1. Que memoria.. jaja.. haz de cuenta que lo volví a vivir.

    ResponderBorrar
  2. Wow Que experiencia!! Esa no me la sabía 😅 NN

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Cónclave – La Película | Breve reseña y análisis crítico.

Boda en la Montaña | Una historia familiar.

Un regalo hasta el cielo.