La Graduación de Jorge.
Poza Rica,
Veracruz. Otoño de 1990.
Estoy bailando en medio de la
sala de una casa que no es la mía. Frente a mí, una joven que no conozco perrea
desaforadamente mientras a mi alrededor la gente baila y canta al ritmo de Un
grito en la noche de Alejandra Guzmán.
No sé dónde estoy ni como llegué
aquí.
Tampoco se con certeza quien soy,
y mucho menos por qué estoy bailando. Lo único que logro intuir es que existo,
porque estoy pensando y eso prueba que estoy, que soy un ente vivo. ¿O tal vez
solo estoy soñando?
¡No importa!
¡Me la estoy pasado a toda madre!
A lo lejos escucho una voz que
grita Échale Corleone, y no hagas polvo.
La voz me suena familiar pero no
logro ubicarla.
El canto de Alejandra Guzmán me
envuelve por completo.
♫”no te acerques en este momento podría
estallar” ♫
La joven que baila conmigo se
acerca más e intensifica el perreo. Yo me siento en las nubes.
Definitivamente me la estoy
pasando de puta madre.
♫”crisis brutal, ¡crisis! ¡crisis!”
♫
♫”crisis mortal, ¡crisis! ¡crisis!”
♫
Una puerta se abre y puedo ver la
luz del amanecer penetrando la casa. En uno de los balcones se encuentran mis
amigos Jorge González, Héctor Isidro, Pedro Molar, y Tamayo. Este último llora
desconsoladamente, Pedro intenta calmarlo, y Jorge parece estar dándoles un
discurso a ambos. Gesticula como orador mientras habla y habla. No escucho
nada…no entiendo nada.
Empiezo a recordar quien soy.
♫”hace tiempo que vengo diciendo que
quiero cambiar”♫
♫”crisis brutal, ¡crisis! ¡crisis!”
♫
♫”crisis mortal, ¡crisis! ¡crisis!”
♫
Pronto me percato que a mi lado
izquierdo está mi amigo Arturo Lozano bailando como poseído por el demonio. Por
momentos aletea sus brazos e intenta darle picotazos a su pareja, como
simulando el baile de un gallo.
A mi derecha se encuentra Isaías,
quien realiza los mismos pasos que Arturo.
¡Son los gallos!
♫”Shala lala lala lala lala lala lá”♫
♫”Shala lala lala lala lala lala lá”♫
Ahora lo comprendo todo.
Estoy en casa de Zeus, en la
calle 9 de la colonia Benito Juárez, a unos trescientos metros de mi casa. La
noche se ha ido y la luz del Sol nos recuerda que ya es un nuevo día. Hemos
bebido, bailado y cantado durante toda la noche, desde que salimos del lujoso
salón de eventos Tamabra, por ahí de las dos de la madrugada.
¡Estamos celebrando la graduación
de Jorge González!
¡Un nuevo Ingeniero Mecánico al
servicio de la patria!
♫”Un grito en la noche, para no llorar”♫
♫”Un grito en la noche, liberación
total”♫
En efecto, la noche anterior fue
la ceremonia de graduación de Jorge, Pedro, Arturo, Isaías, el Payo, Zeus, y
otros más cuyos nombres no he podido memorizar.
De pronto Jorge me hace una seña
y me pide que me acerque al balcón.
—¡Qué onda Oscar! ¿cómo andas?
—¡En alta! —respondo, simulando
estar sobrio.
—Recupera la verticalidad porque
nos vamos a ir ya.
—¿A dónde?
—A seguir celebrando. Esto aun no
acaba. La noche es corta y tenemos que andar.
—¿Quiénes van?
—Tu, Héctor y el Yiyo vienen
conmigo en el coche. Los demás se mueven en sus propias naves.
—¿Y Julio? — le pregunto
intrigado.
Julio Capitanachi es también de
nuestro grupo.
Jorge se lleva una mano a la
cabeza, hace un gesto de duda, y expresa lo que piensa en esos momentos.
—Yo creo que al Julio mejor lo
llevamos a su casa.
—Pero ¿por qué?
—¿Por qué? ¡Míralo!
Julio está parado en el balcón,
con los ojos cerrados, ausente de todo, con el traje manchado de tierra, y las
manos firmes sobre el barandal metálico. Apenas dos semanas antes lo llevamos a
su casa completamente fuera de sí. Lo tuvimos que cargar entre tres para
meterlo hasta su recámara. Se pasó un poco de copas le dijo Jorge esa
vez a sus padres para justificar la entrega aerotransportada.
—Ahí donde lo ves, parado y
firme, ¡está bien dormido!
Ambos soltamos la carcajada pero
Héctor nos interrumpe mientras señala a Julio.
Julio abre los ojos y voltea lentamente
hacia nosotros, como en las películas cuando un personaje caído regresa de
ultratumba y provoca miedo al espectador. Se dirige hacia nosotros y con los
ojos bien abiertos nos pregunta:
—¿Qué están hablando de mi
cabrones?
Héctor y yo comenzamos a reír mientras
Jorge lo encara:
—Les decía que mejor te llevamos
a tu casa para que te recuperes.
—¡Ni madres!
Arturo e Isaías se han integrado
a la charla y deciden intervenir.
—¡Qué onda pinche Julio! No hagas
polvo. Andamos en alta y esto es a morir cabrón —exclama Isaías con euforia.
—Tienes que demostrar
verticalidad, así como yo, ¡Mira! —interviene Arturo mientras hace esfuerzos
por sostenerse en un solo pie.
Julio los observa, acepta el
reto, y responde:
—¡Ah si!, ¿conque esas tenemos
eh? Ahora van a ver y quiero que hagan lo mismo que yo voy a hacer.
Vamos bajando del segundo piso,
nos hemos despedido de la familia de Zeus y les hemos agradecido por
aguantarnos toda la noche.
Estamos todos en la banqueta y
Julio procede a cumplir su reto.
Se para en medio de la calle y
comienza a bailar como Michel Jackson.
¿Es acaso posible que una persona
alcoholizada, que apenas puede sostenerse en pie, pueda realizar los
sofisticados pasos de Michel Jackson de manera firme, elegante, y sin caerse?
Julio puede hacerlo.
Puede hacer eso y más.
Al final de su demostración, se
deja caer sobre el pavimento y se levanta de nuevo con un impulso que lo lleva
por los aires mientras da un giro completo y cae firme sobre sus dos pies, sin
tambalearse, y mirando con intensidad al público femenino que se ha
arremolinado alrededor para observar semejante proeza.
Ellas le aplauden.
Nosotros nos doblamos de la risa.
Él ha ganado la apuesta y un
lugar en el coche para continuar la celebración de Jorge y sus compañeros de
generación.
El reloj marca las 8:20am y antes
de subirme al Jetta rojo, descubro una patrulla de la policía italiana a
escasos 100 metros. Tres polis almuerzan en un puesto ambulante de tacos. Uno
de ellos presenció el show de Julio. Mueve la cabeza en señal de desaprobación,
pero no nos dice nada.
Agarren la onda putos, estamos
celebrando y andamos en alta.
—¡Que pedo! ¿ahora para dónde?
—pregunta el yiyo.
Jorge observa con detenimiento a
los polis por el retrovisor. Quiere estar bien seguro de que no nos van a
seguir. Son cabrones y mañosos. Siempre nadan de muertito y cuando los coches
arrancan, se trepan a la patrulla y comienzan las persecuciones.
—No creo que nos sigan, están bien
entrados con la comida —comenta Héctor.
—¡Arráncate ya! Cualquier cosa le
hablamos a mi tío. ¡pon música carajo! —exclama Julio con desesperación.
Cuando se trata de evadir polis y
tránsitos, Jorge es especialista. No se desespera, los observa con calma por
ambos retrovisores y espera con paciencia hasta que se suben a su patrulla y
desaparecen.
—¡Listo! —confirma— Vamos a
almorzar tacos a 52 y de ahí vemos que rollo. Nomás no se me duerman.
—Oye —pregunto intrigado. Mi memoria
se ha restablecido por completo— Anoche en el Tamabra llegaste con una chava
muy guapa. ¿Quién era?
Jorge sonríe y sin voltear,
responde: Luego te cuento.
Llevamos doce horas celebrando y
tenemos todo el día para continuar la fiesta. La ocasión lo amerita.
Las bocinas del Jetta explotan con la primera
rola: Obsesión de Miguel Mateos.
El coche arranca.
Y la ciudad le abre sus brazos a
sus hijos predilectos.
Próximas historias:
“Celebrando en casa de don Barra.
In memoriam”.
“Reto mortal en la playa de
Tuxpan”.
“De rol con la danesa y la
alemana”.
“Celebrando en casa de Ilia. In
memoriam”.
“La boda de Julio”.
“Una noche en Scrupulous”.
“Huyendo de la policía italiana”.
“Batalla campal en casa de los
hermanos Santana”.
Era un grupito muy activo, todavía hay muchas historias por contar jajajaja NN
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