Un bicho raro en la Universidad Miguel Alemán.
Hace un par de semanas me
invitaron a dar una serie de conferencias en una Universidad de mi localidad.
Seis conferencias en tres días. Seis temas: Tarifas Arancelarias y Guerra
Comercial, Cadenas Globales de Suministro, Liderazgo Situacional, Inteligencia
Artificial Generativa en la Docencia, Neurociencia y Aprendizaje, y El arte
como instrumento para estimular el pensamiento creativo en los alumnos.
Gracias a Dios las conferencias
salieron bien.
Y para sorpresa de los
directivos, mucho mejor de lo que esperaban.
Desde el principio el vicerrector
me advirtió que había altas posibilidades de que los alumnos se aburrieran, que
mostraran hastío, y que de plano se pusieran a ver sus celulares sin mostrar el
menor pudor ni respeto. Algunos incluso, me dijo el directivo,
estarán saliendo y entrando del recinto para ir al baño. Ya no sabemos como
controlarlos pero seguimos al pie del cañón. De antemano una disculpa
licenciado.
La jefa del patronato de plano me
dijo: estos jóvenes de hoy son muy raros.
No pude evitar sonreír para mis
adentros. No creo que sean más raros que yo.
Y de pronto recordé aquella vez
en la que mi sobrina Valeria, la hija de mi hermana Nancy, me hizo de golpe un
comentario sobre mi persona cuando apenas tenía como 9 o 10 años.
Estábamos los dos en la mesa de
la cocina esperando la comida que mi madre nos estaba preparando. La niña
acababa de llegar de su escuelita, aun tenía puesto su uniforme. Yo veía mi
celular pero noté de reojo que me observaba con detenimiento. Y entonces soltó
su comentario:
—¡Tío!
—¿Qué pasó hijita?
—¡Tú eres raro!
—¿Cómo?
—¡Tú eres raro! Como te explico
mmm, eres una persona rara, no eres una persona normal. No piensas, ni hablas,
ni te comportas como una persona normal.
Tuve que aguantarme la carcajada
y simular sorpresa.
—¡Ah caray! ¿En serio hija?
Mi madre volteo desde la cocina y
ella no se contuvo y comenzó a reír.
Lo que más me impresionó fue la
tremenda inteligencia y capacidad de observación de la niña para percatarse de
una realidad que para bien y para mal me ha acompañado toda la vida.
Efectivamente, no soy una persona
muy normal que digamos.
Soy un bicho raro.
Con dificultad encajo en los
grupos, soy introvertido sin ser tímido, distante pero en el fondo me importan
mucho las personas, poco sociable y mientras más desapercibido pase, mejor. Me
aburro rápido en las reuniones y yo también suelo aburrir a la gente con mis
temas de conversación.
Prefiero dejar que disparen
primero y según el tema, trato de adaptarme. A diferencia de la mayoría, a mí
la gente creída y fanfarrona me divierte mucho, me sirven de modelo para mis
personajes en mis relatos. Les doy cuerda y la gente me lo reprocha.
—No se preocupe licenciada
—respondí mientras intentaba calmarla —de necio y loco, todos tenemos un poco.
En realidad no sentí ninguna
preocupación por la conducta de los jóvenes. Al final de cuentas cada quien
labra su destino como mejor le plazca, y decide que quiere aprender y que no. Y
a mi me fascina dar clases.
No obstante lo anterior, no hace
mucho me pasé casi cuatro años conviviendo con jóvenes de ambos sexos cuyas
edades fluctuaban entre los 18 y los 28 años. Fue un reto inmenso para mí, pero
aprendí mucho con ellos.
En septiembre del 2017 regresé a
la vida académica y me inscribí en la carrera de Pedagogía, en la Universidad
Miguel Alemán. El primer día de clases fue un martirio para mí. La mayoría me
observaba como un bicho raro sin saber que en el fondo lo era. Les intrigaba
que un señor de mi edad estuviera en clase con ellas.
Algunas de plano se acomodaban en
el mesabanco para observarme fijamente durante largo rato. No disimulaban. Juraría
que algunas de ellas ni siquiera parpadeaban. Me sentía como un velociraptor
traído de la prehistoria y encerrado dentro de una jaula en un zoológico para
su exhibición diaria.
Gracias a Dios, tuve la suerte de
tener a los mejores docentes del mundo.
La primera clase la recuerdo como
si fuera ayer: Psicotécnica Pedagógica I con la maestra Claudia Esquivel. Creo
que ya le habían advertido en dirección sobre la presencia de un señor en el
salón porque cuando entró, me saludó y me felicitó sin conocerme, por la
decisión de seguir estudiando. Nunca es tarde para seguir preparándose
comentó con una amplia sonrisa.
Después llegarían los demás: La
maestra Rosario, Lulú, Dulce, Carmen, Rodarte, Agripina, Orlando, Rogelio,
Sergio, José Luis, Ignacio, Barrón, Raúl, Huerta, y otros más cuyos nombres en
este momento se me escapan del hipocampo.
Verdaderos gigantes de la
docencia.
Todos, sin excepción.
Ellos me dieron la confianza y me
exhortaron a esforzarme al máximo.
La UMA tiene un plan de estudios
muy completo que incluye actividades sociales de gala, artísticas y culturales,
y unos eventos geniales a los que denominan Rally, donde los alumnos despliegan
todas sus habilidades de convivencia y trabajo en equipo. En otro artículo
relaté mi experiencia en uno de esos eventos: Juego de Tronos. ¡Inolvidable!
Pero la experiencia educativa no
se limitó a los estudios formales y a las actividades extraescolares.
Mi educación se fortaleció
significativamente a través de la convivencia casi diaria con mis compañeras y
compañeros de clase. Tuve que esforzarme mucho para aprender sus ritmos de
trabajo y de aprendizaje, sus códigos de comunicación verbal y escrita, sus
gustos musicales, sus dinámicas de convivencia, sus rarezas y locuras (que sí
las tienen), y tuve que esforzarme al tope para minimizar el rechazo por mi
peculiar forma de ser…nunca me rechazaron por mi edad.
Los aprendizajes que adquirí a
través de la convivencia con mis compañeras(os), son invaluables. Aprendí,
entre otras cosas, a comunicarme con las nuevas generaciones y a valorar el
modo tan distinto que tienen para comprender el mundo.
Aprendí a conocerme mejor a mí
mismo, a procesar mi infancia de manera más positiva, y en el proceso me hice
más tolerante. Reaprendí a reír a carcajadas y a liberarme de miedos y
restricciones absurdas. El docente moderno debe ser fluido y versátil…sin miedo
al éxito.
Los jóvenes de hoy ven al mundo
de una forma muy distinta que los de mi generación. Sus prioridades, gustos,
anhelos e intereses son diferentes…y en algunos casos mejores que los de mi
generación. Tenemos mucho que aprender de ellos. Después de todo, el mundo ya
les pertenece.
Y aquí es donde radica el choque
generacional que tienen algunos docentes mayores con las nuevas generaciones.
De esto hablaré en otra ocasión.
Un bicho raro se metió a la UMA a
estudiar Pedagogía.
Sufrió pero también se la pasó genial.
Y si no hay cambios de planes,
este próximo domingo se reunirá con sus compañeras(os) de generación para
compartir, comer juntos, honrar a los que ya no están, y reírse un rato de las
anécdotas de siempre.
¡Larga vida a mis compañeros y
maestros!
¡Larga vida a UMA!
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