La mujer del músico.
Lo he reflexionado con
detenimiento y he llegado a la conclusión de que todo lo ocurrido aquella noche
fue culpa mía.
Mi gran error fue ponerme loción.
Hay perfumes de hombre que
deberían ser prohibidos por su potente efecto cautivador en las damas. Uno de
ellos es el SOLO de Yanbal, manufacturado en Colombia, tierra de cafetales, maderas,
cumbias, sudor y arenas.
Mi SOLO de Yanbal está reservado
para eventos muy especiales. No se puede usar en el diario por los riesgos que esto
representa. El último frasco me lo regaló mi tía Dora en mi cumpleaños.
Aquella noche celebrábamos el
cumpleaños de mi gran amigo, Don Guadalupe. Hombre honorable y cabal, muy
respetado y querido por familiares y amigos. El salón era pequeño y acogedor. Sabía
de antemano que mi mesa estaría integrada por un grupo de amigos liderados por
el gran don Roberto y su distinguida familia.
Cuando ingresé al recinto me
dirigí de inmediato hacia la mesa de mi anfitrión, le di un abrazo, le entregué
su regalo, y procedí a saludar de mano a los que ya estaban sentados. El sonido
cautivante de un acordeón y un bajo sexto llenaba el salón y extasiaba las
almas de los asistentes.
Mucho gusto señora, me llamo
Oscar.
La dama extendió su mano, me
regaló una sonrisa y respondió que el gusto era completamente suyo.
En realidad no era gusto de
nadie. Son las reglas que la formalidad exige al momento de saludar a una
persona que no se conoce. Los gringos hacen lo mismo: nice to meet you!
(Gusto en conocerte). ¿Cómo se puede tener el gusto de conocer a alguien por
primera vez cuando ni siquiera sabemos cómo es la persona?
Siempre he pensado que la
expresión “mucho gusto en conocerte” debería reservarse para más adelante,
cuando ya se aquilató la calidad de la persona. Debería ser una frase que sale
del corazón y no una simple formalidad.
La dama a la que saludé no era
amiga de mis amigos, nadie la conocía. Aun así se encontraba sentada a la mesa
con ellos. Decidí no hacer preguntas y me dispuse a charlar amenamente, brindar
con refresco porque no bebo alcohol, disfrutar de una deliciosa cena, y
escuchar los acordes de ese gran grupo de música norteña.
Todo comenzó con una tontería,
como suele pasar casi siempre.
—¡Tú no eres mexicano! —me
reclamó en plan de broma la dama que nadie conocía.
De piel morena clara, treinta y
cinco años a lo mucho, cara redonda y agraciada, ojos ligeramente rasgados,
dentadura simétrica, figura esbelta y bien proporcionada, pelo negro largo y
suelto, pantalón de mezclilla, sandalia abierta de tacón, hilos de colores
alrededor de su tobillo derecho, uñas pintadas de rojo carmesí, blusa de
tirantes que revelaban dos tatuajes grandes en cada hombro, y unos lentes de
sol ochenteros que la protegían quien sabe de qué; la fiesta era de noche.
Bebía cerveza Tecate Light en envase de aluminio.
—Ah caray —respondí sorprendido—
¿por qué piensa usted eso licenciada?
—Nada de licenciada, puedes
decirme Cristina, y háblame de tú.
—¿Por qué piensas que no soy
mexicano Cristina?
Le dio un trago largo a su Tecate y me regaló otra sonrisa antes de responder.
—Muy fácil, hace rato te
enchilaste con la salsa roja.
El menú incluía un delicioso
guisado de puerco en adobo preparado con un sazón que me hacía recordar la
comida de mi abuela Amalia, fallecida cuando yo tenía doce años. Los sabores y
aromas tienen el poder de regresarnos al pasado, a una etapa de nuestras vidas
que no volverá jamás. Mientras saboreaba el guisado con un poco de salsa roja,
yo había cerrado los ojos para concentrarme en esos sabores. Revivir mi niñez
aunque fuera unos instantes.
Supongo que esa fue la excusa.
—Pues te informo Cristina que yo
si soy mexicano. ¿quieres que te cante el himno?
—¡No como crees!—respondió con
otra enorme sonrisa mientras movía sus hombros al ritmo de un huapango
norteño—¿Tu no bailas?
—No, no me gusta bailar.
—Pues ahí tienes otra razón. ¡Tú
no eres mexicano!
Saqué mi cartera y le mostré mi
credencial de elector.
La dama soltó una carcajada:
—¡Es falsa tu credencial! Ándale,
ya dime de donde eres.
—Es una copia, lo acepto. La
original la guardo en casa y solo la uso para trámites.
Observó detenidamente la copia y
me dijo con seriedad:
—Tu estuviste enfermo. Lo puedo
ver en la foto.
—Así es —respondí sorprendido— Estuve
a punto de morir de COVID hace algunos años. ¿Cómo lo supiste?
—Digamos que tengo ciertas
facultades. Mira, acércate, te voy a mostrar.
Cruzó las piernas y elevó su
tobillo hasta quedar a escasos veinte centímetros de mi rostro. Con calma me
explicó el significado de cada uno de los hilos de colores que portaba. El azul
para la buena suerte, el verde para protegerse de las malas vibras, el violeta
para la prosperidad económica, y el rojo para tener suerte en el amor.
No voy a mentir en esto. La forma
de su pie y su pantorrilla me descolocaron por un instante. Claramente se veía
el trabajo fino del pedicure, de unos pies bien cuidados, y unas uñas pintadas
con esmero y delicadeza.
Tampoco voy a mentir y negar que
pasé saliva en seco. No era para menos. De su pie salía una fuerte carga de feromonas
como resultado quizás de la fricción de este con la piel de la sandalia.
La dama recuperó su postura y yo
di un trago largo a mi coca cola de 350 mililitros.
¡Carajo! debí vestirme de
traje y corbata.
Ah pero no, el señor quería
venir cómodo. La primera camisa que se encontró, de polyester, un pantalón sencillo
y un par de tenis.
¿Y mis trajes? Bien gracias,
allá, arrumbados en el clóset…nomás queriendo.
—Buenas noches, con su permiso.
De la nada apareció un hombre
joven, alto, de piel morena, elegantemente vestido a la usanza norteña, con
camisa de manga larga a cuadros, pantalón de cuero y botas texanas. Me sonrió
amablemente y se sentó junto a la dama…la de los hilos en el tobillo.
Se dieron un abrazo y un beso.
Ella se acurrucó sobre él y le dijo algo al oído. Él sonrió mientras destapaba
una Tecate Light de envase de aluminio.
Ante una curva peligrosa lo más
prudente es desacelerar; eso lo sabe hasta un niño. La curva peligrosa estaba
frente a mí pero no desaceleré por una simple razón: yo no iba manejando recio.
Mi charla con la dama había sido cordial y respetuosa, y no había razón para
ponerse nervioso. Decepcionado tal vez, pero no nervioso.
Pronto me percaté que el joven en
cuestión era el bajista del grupo. ¡el bajista!
El mariachi había hecho acto de
presencia y el grupo se había sentado a descansar y a disfrutar de una rica
cena. Y ahí estaba aquel musico vaquero, embotado, sonriente, bebiendo cerveza
con su mujer, riendo a carcajadas por lo que esta le decía al oído.
Una hora después el mariachi hizo
una pausa y el músico se levantó para regresar al escenario. Ya lo
esperaban sus compañeros.
Observé mi reloj y este marcaba
justo las once de la noche.
Al otro extremo de la mesa, la
mujer del músico me observaba fijamente. Intenté ignorarla y el efecto fue
contraproducente. Se levantó y caminó hacia mí, se sentó a mi lado, puso su
mano sobre mi hombro y sin ningún pudor retomó la conversación que habíamos
dejado pendiente.
—Antes de que te vayas —me dijo— quiero
que me pases tu número de celular. Me caes muy bien y quiero que seamos amigos.
¿Qué tienes que hacer mañana?
En mi juventud tuve la fortuna de
conocer a un señor ya entrado en años que vivía a media cuadra de mi casa.
Vivía solo, abandonado por su familia, y nos hicimos muy amigos.
Este hombre había sido
guardaespaldas y pistolero en su juventud. Había visto y hecho cosas de las que
nunca quiso hablar. En su juventud lo apodaban “el niño artillero”, por el
aspecto infantil de su rostro y el alto grado de violencia con el que hacía sus
trabajos.
En una ocasión, mientras charlábamos
en el patio de su casa, yo le pregunté si en su juventud había tenido muchas mujeres.
El me respondió que sí. Después le pregunté si alguna de ellas había sido
casada, y su respuesta fue un golpe de vida para mí.
No Oscarito, eso nunca. Hagas
lo que hagas con tu vida, nunca te metas con una mujer casada. El que lo hace,
se condena a morir de un tiro en la nuca sin derecho a defenderse.
—¡Amiga, cómo crees! ¡Cómo crees
que te voy a dar mi número!
—Ah chinga ¿y por qué no?
Su aliento olía a tabaco y
alcohol.
—¡Porque eres casada! ¿Qué te
pasa?
—Estas en un error, yo no estoy
casada. Este bato es mi amigo pero no le veo interés de ir en serio conmigo. Yo
tengo más de un año que me divorcié y la verdad es que me siento muy sola. Me
caíste muy bien y me gustaría que nos viéramos mañana. ¿Jalas o qué perro?
Mujer de 35 calzonea a varón
de 56. Apenas se puede creer.
¡Esto solo puede ser obra de
mi SOLO de Yanbal!
Diez minutos después salí de ese lugar
sin hacer polvo, sigilosamente, sin decir adiós a nadie, disimulando cada uno
de mis pasos hacia la puerta de salida.
El mariachi había reiniciado su concierto
y justo al abrir la puerta, escuché el primer acorde del “Mono de alambre”.
♫ Vamos a bailar, vamos a
bailar, el mono de alambre.
Y el que no lo baile, y el que
no lo baile, que chingue a su madre. ♬
♪ Buenas noches todos, los que
están sonriendo.
Que chinguen su madre, ¡los
que se están yendo! ♫
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