Memorias de un Gato.

 



“Lo tengo tan presente en mis memorias que aun puedo verlos cuando cierro mis ojos. Ocurrió hace tantos años pero cada vez que pienso en ellos puedo sentir la ráfaga de adrenalina recorriendo mis venas como si estuviera pasando en tiempo presente. Todo pasó muy rápido.

El primero en llegar fue el de uniforme blanco. Era muy alto, corpulento y atlético, de piel blanca y pelo rubio. Tenía los ojos azules y el dorso completamente cubierto de pelos. Había una actitud muy altanera en él. Miraba a todos hacia abajo, como creyéndose el rey del mundo. Le hice una reverencia cuando pasó frente a mí pero ni siquiera se digno mirarme.

Al poco rato llegó el otro, el de uniforme negro. Era muy delgado, eso lo recuerdo bien. De piel morena y ojos rasgados. Sin duda era asiático. De pelo negro y mirada siniestra. Había algo en él que imponía respeto. Caminó también frente a mí pero no se percató de mi presencia. Se le veía muy concentrado.

En ese momento el lugar se impregnó de un denso olor a odio…y a muerte”.

El gato hizo un alto en su narración y bebió un largo trago de su vaso de Whisky. Su boca se había resecado nada más de recordar aquel evento. Su interlocutor dejó pasar unos instantes y volvió a la carga:

—¿Sabe usted señor gato por qué fue el pleito? ¿Qué fue lo que motivó esa pelea?

El gato movió su cabeza de un lado a otro, se acomodó en el sillón y continuó la charla.

“En situaciones como esas es mejor no intentar averiguar. Aún así, con la inocencia de mi juventud, yo era casi un cachorro, les pregunté por qué se odiaban tanto. Solo obtuve más silencio como respuesta.

Casi de inmediato se quitaron sus camisas y comenzaron a realizar ejercicios de calentamiento. Ninguno de los dos hablaba. Solo lanzaban golpes y patadas al aire para relajar los músculos y afinar la puntería. A mi nadie me quitará de la cabeza la idea de que esa pelea estaba pactada desde mucho tiempo atrás.

Pronto quedaron frente a frente, cara a cara; a escasos centímetros de distancia uno del otro. El güero adoptó una postura clásica del Karate Do americano, y el otro, el asiático, alineo suavemente su cuerpo hasta obtener una de las posturas más famosas del Jeet Kune Do cantonés, un estilo de pelea callejero muy común en los suburbios de Hong Kong. Todo esto lo aprendí después, claro está. Han pasado tantos años.

El primero en atacar fue el asiático. Lanzó una patada mortífera a la zona media del cuerpo, pero el güero la evadió con gran facilidad”.

—Perdone que lo interrumpa señor gato, pero…¿usted en donde se encontraba en esos momentos?

Al gato le incomodó la pregunta y tomó de nuevo su vaso de Whisky. Su molestia se hizo mayúscula cuando descubrió que estaba vacío. El entrevistador vociferó algo en un idioma extranjero y el vaso fue llenado de inmediato, hasta arriba. Era un Chivas Regal de 21 años de añejamiento.

—Perdone que insista don gato, pero es que los registros policiales de esa época indican que no hubo ningún testigo presencial de esa pelea. Solo se encontró el cuerpo inerte de uno de los combatientes y jamás fue reclamado. Fue arrojado a la fosa común del municipio de la ciudad de Roma, Italia, y ahí permanece hasta el día de hoy.

“Los registros policiales mienten, como siempre. Créame cuando le digo que yo estuve ahí. Cuando todo terminó, yo intenté dar mi versión de los hechos, pero nadie se dignó a prestarme atención. El comandante a cargo hasta amenazó con patearme, el muy hijo de …”

Dos gruesas lágrimas aparecieron de los hermosos ojos verdes de aquel gato gris, triste y melancólico, que vivía sus últimos años de vejez en la más completa soledad.

—Usted dispense don gato, por favor continúe.

“Al principio la pelea estuvo muy pareja. Cada uno con su propio estilo. Aquello era un concierto celestial de patadas, giros, fintas, golpes a mano abierta y cerrada, ataques y retiradas. Esos dos peleaban por nota, como los músicos profesionales. El asiático emitía un grito muy parecido a los de mi especie.

Por momentos solo se escuchaban sus respiraciones agitadas y el aire cortado por las patadas.

Pronto el güero logró conectar una patada de medio giro en la quijada del asiático, y este cayó como costal de cemento sobre el piso. Se puso de pie casi de inmediato mientras un hilo de sangre escurría por la comisura de su boca. Intentó recuperarse pero fue golpeado sin piedad por el güero durante un par de minutos. En ese momento creí que todo había terminado para el asiático.

Y fue entonces que ocurrió lo inesperado.

Con la distancia del tiempo, he llegado a la convicción de que el güero cometió un grave error al burlarse del asiático mientras este permanecía en el suelo, intentando recuperarse de la golpiza que había recibido. El güero tuvo la osadía de señalarle con su dedo que no estaba a su nivel mientras esbozaba una sonrisa burlona, sintiéndose ya ganador.

Y entonces ocurrió la magia.

Setecientos espíritus de combate llegaron del más allá y se posesionaron del cuerpo del asiático. Cuando se puso de pie, era otro…era otro. ¡Juro que ya no era el mismo! ¡Era otro!

Comenzó a brincar sobre el piso. Cada salto se convertía en una patada o en un golpe de puño mortal. Durante los siguientes veinte minutos, el asiático fue deteriorando la fortaleza del güero, lentamente, sin prisas, con la sabiduría milenaria de su cultura combativa. Primero le destrozó una mano, después le quebró un brazo, y finalmente le partió la pierna derecha en dos. Todo a base de golpes rápidos, tan rápidos que ni yo podía detectarlos. Era como si una fuerza superior lo guiara como marioneta de combate mortal.

Y la muerte finalmente llegó…puntual a la cita.

El güero intento realizar un último ataque, sostenido solo con una pierna y con la otra colgándole. No tengo la menor duda de que cuando hizo eso, su espíritu había iniciado ya el viaje al otro lado del reino. Se abalanzó como pudo sobre el asiático, y este le aplicó una llave mortal con la que le quebró el cuello y terminó con su vida. Todo pasó tan rápido”.

—Los registros policiales de la época indican que el güero falleció de contusiones múltiples por una caída desde lo alto del techo del recinto —interrumpió el entrevistador, como poniendo en duda la historia del gato.

—Sírvame otro Whiskey y le diré, con lujo de detalles, lo que pienso de esos supuestos registros policiales.

 



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