Franciscanos del Bienestar.
En febrero del 2011 realicé un
viaje de trabajo al viejo mundo. Mi empresa me envió a colaborar con una planta
de manufactura hermana, perteneciente al mismo corporativo. Y así, en pleno
invierno, aterricé un viernes 18 de febrero en el aeropuerto internacional de
Barajas, en Madrid España.
Ese mismo día me trasladé en tren
bala a la ciudad de Zaragoza, comunidad autónoma de Aragón, donde permanecí
durante varios meses. Mi horario laboral era de lunes a viernes, con los fines
de semana libres para explorar la ciudad, hacer excursiones a otras ciudades, o
simplemente descansar en la habitación de mi hotel viendo televisión local.
Cuando decidía pasar los fines de
semana en Zaragoza, siempre almorzaba en el restaurante de mi hotel, el hotel “Los
Girasoles”, ubicado en pleno centro de la ciudad, a escasos metros de la mundialmente
famosa Catedral del Pilar. El restaurante era atendido por dos cocineras de origen
rumano que hablaban perfecto español y eran expertas en cocina española.
Aquella mañana de sábado,
almorzaba unos huevos revueltos con chistorra (un tipo de chorizo español), migas,
unas papas asadas a la mantequilla, pan tostado y café recién hervido. Mientras
comía, hojeaba tranquilamente el periódico del día: El diario de Aragón. Buscaba
la sección de “Sugerencias para pasar el fin de semana” y de pronto me encontré
una noticia que llamó mi atención.
El titular decía, palabras más palabras
menos, “Siete millones de euros han sido incautados en un Convento de Monjas”.
Para referencia, en aquella época
un euro valía diecisiete pesos con sesenta centavos aproximadamente. Por lo
tanto, siete millones de euros equivalían a un poco más de ciento veintitrés
millones de pesos…$123,200,000 pesos en moneda nacional mexicana. Nada mal para
un convento de monjas. ¡Nada mal para nadie!
Después de las primeras pesquisas,
y después de interrogar a la madre superiora y a sus principales colaboradoras,
se tenían dos posibles líneas de investigación: la primera era que ese dinero pertenecía
a algún grupo criminal que había decidió guardar temporalmente su efectivo en
un lugar seguro. ¿Quién se atrevería a buscar en un convento?
La segunda línea de investigación
procedía de las mismas monjas: ese dinero era del convento, era el resultado de
años de trabajo y ahorros. Las monjas fabricaban mazapanes, chocolates y otros
dulces, y los vendían en los mercadillos de la ciudad. Ese era, según ellas, el
origen de los fajos de billetes celosamente guardados en las paredes del
convento.
Como era de esperarse, la prensa
comió de esa noticia durante días…semanas incluso. Las mofas y la ironía no se
hicieron esperar. ¿Se puede ahorrar siete millones de euros tan solo de la
venta de mazapanes y chocolate? Por increíble que parezca, la sociedad se dividió
en sus opiniones. Había muchas personas que sostenían que si era posible, y lanzaban
amenazas del fuego eterno para todos aquellos y aquellas que se atrevieran a
dudar de la honorabilidad de las ya famosas monjas del convento. Después de
todo, siete millones de euros no es tanto dinero sostenían algunas buenas
personas en defensa de las sufridas monjas.
Catorce años después, en nuestro
México lindo y querido, la historia se repite.
El senador y presidente de la
cámara, licenciado Gerardo Fernández Noroña, en un abierto rechazo a la austeridad
republicana impulsada por el ex presidente Andrés Manuel López Obrador y
defendida a ultranza por la actual presidenta Claudia Sheinbaum, ha desafiado
al sistema al afirmar que él NO está obligado a vivir en austeridad. Eso ya
lo viví cuando estaba jodido exclamó con aires de marqués.
Apenas en enero del 2021, el
senador Noroña presumía su humilde cantón en una vecindad del centro histórico de
la ciudad de México, muy parecida a aquella donde se filmó la película “Nosotros
los Pobres” con Pedro Infante y Blanca Estela Pavón. En una entrevista
concedida en plena vecindad, el entonces diputado sostenía que muy apenas le alcanzaba
para vivir, al grado que había tenido que vender parte de su inmensa biblioteca
para poder salir adelante con sus gastos, dejando entrever una pretendida estatura
intelectual que a leguas se percibe como falsa.
Desde su encumbramiento con la
llegada de la 4T al poder, el ahora senador Noroña ha dado rienda suelta al
despilfarro, dando muestras de su renuencia a suscribirse a uno de los lemas
más emblemáticos de López Obrador durante sus campañas: “no puede haber
gobierno rico con pueblo pobre”.
Para incrementar la indignación
de propios y extraños, recientemente admitió públicamente la adquisición de una
finca ubicada en Tepoztlán, estado de Morelos, por la módica suma de 12
millones de pesos. La saqué con un crédito sostiene el senador, y con
mis ahorritos pues ahí la vamos pagando. Mis dos camionetas marca Volvo de
lujo, también salió de mi humilde trabajo de senador, insiste el
funcionario.
Si vendiendo mazapanes y
chocolates unas monjas lograron amasar una humilde fortuna de siete millones de
euros, ¿qué son doce milloncitos de pesos para una sencilla finquita ubicada en
las faldas del Tepozteco? Doce millones para una casita están al alcance de un
ciudadano común de clase media.
Al menos así lo piensa y expresa
uno de los más celebrados corifeos de la 4T, el tristemente célebre Hernán
Gómez Bruera, periodista y analista político, siempre envuelto en escándalos y
siempre fiel servidor del movimiento de transformación. Tampoco es una
casota, no exageren, y tampoco los doce millones es algo que esté fuera del
alcance de una familia clase mediera, no exageren, sostiene el susodicho
periodista.
Y por increíble que parezca, al
igual que en España con el caso de las monjas millonarias, en México hay un
amplio sector de la población que aún les cree su discurso de austeridad
franciscana y de cercanía con el pueblo bueno y sabio (sic).

Si el pueblo fuera sabio, esos satrapas o ratas de 2 pstas, hace muchos años habrían dejado de existir. El pueblo mexicano tampoco es bueno; es agachado, pusilanime, aguantador y que fácilmente olvida
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