Débora, la profetisa del juicio | Liderazgo femenino en el Antiguo Testamento.
En tiempos de confusión, guerra y
desorientación moral, la voz de Débora resuena como un eco antiguo que aún
interpela al presente. Jueza, profetisa, estratega y poeta, Débora emerge en el
libro de Jueces como una figura que desafía las estructuras patriarcales de su
tiempo, no desde la confrontación directa, sino desde una autoridad que brota
de lo divino, de la sabiduría, y de la capacidad de convocar al pueblo hacia lo
justo.
Su liderazgo no se impone: se
ofrece. No se basa en fuerza física ni en carisma superficial, sino en
discernimiento, palabra clara y visión espiritual. Bajo su sombra, Barac se
levanta, pero no sin ella. El canto de Débora, tras la victoria, no celebra el
poder, sino la fidelidad de Dios y la valentía de quienes se atrevieron a
escuchar una voz femenina en medio del estruendo.
Débora no es una excepción
decorativa en la narrativa bíblica. Es una revelación. Su figura encarna una
forma de liderazgo que no separa lo espiritual de lo político, lo ético de lo
estratégico. En ella, la divinidad no se manifiesta como fuerza vertical, sino
como sabiduría encarnada en lo cotidiano: bajo la palmera donde juzga, en la
palabra que convoca, en el canto que recuerda.
Este tipo de liderazgo —profundo,
relacional, ético— es precisamente el que Tomás Chamorro-Premuzic reivindica en
sus estudios sobre la incompetencia en el liderazgo contemporáneo. En su obra Why
Do So Many Incompetent Men Become Leaders?, Chamorro denuncia cómo los
sistemas organizacionales premian el narcisismo, la arrogancia y la
superficialidad, confundiendo confianza con competencia, y carisma con
integridad.
Chamorro sostiene que si el mundo
eligiera líderes por su capacidad real (ética, emocional e intelectual), habría
muchas más mujeres en posiciones de poder. Esto es porque los rasgos que tradicionalmente se les atribuye (empatía, humildad, escucha) son justamente los que más se necesitan en un mundo que
se tambalea entre la automatización y la deshumanización.
Débora no es una mujer que imita
el liderazgo masculino. Es una mujer que lidera desde lo femenino auténtico,
desde la conexión con la tierra, el pueblo y lo invisible. En contraste,
Chamorro advierte que incluso cuando las mujeres acceden al poder, muchas veces
se ven presionadas a adoptar rasgos narcisistas para encajar en modelos
masculinos tóxicos. El problema no es solo de género, sino de modelo:
necesitamos líderes que encarnen valores humanos, no estereotipos de
dominación.
En este sentido, el liderazgo
femenino no es una cuota ni una corrección política. Es una necesidad
espiritual, ética y civilizatoria. En un mundo donde los líderes varones
narcisistas han provocado crisis políticas, económicas y ecológicas, la figura
de Débora nos recuerda que el poder puede ser servicio, que la estrategia puede
ser profecía, y que la voz femenina puede ser la que juzga, convoca y canta.
Conclusión.
Volver a Débora es volver a la
palmera donde se juzga con sabiduría. Es volver a un liderazgo que no separa lo
técnico de lo espiritual, lo político de lo ético. Es reconocer que la
transformación que necesitamos no vendrá de más líderes carismáticos, sino de
más líderes auténticos —muchos de ellos mujeres— que sepan escuchar, discernir
y actuar con integridad.
En la voz de Débora, en su canto,
en su juicio, hay una promesa: que el liderazgo puede ser justo, bello y
profundamente humano. Y que, si queremos sanar nuestras instituciones, nuestras
comunidades y nuestras almas, debemos dejar de elegir líderes por cómo se ven,
y empezar a elegirlos por lo que hacen, por lo que encarnan, y por lo que nos
convocan a ser.

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