TRON: Ares | La película.
Ayer fui al cine a ver la película
TRON: Ares. No como quien consume entretenimiento, sino como quien
contempla una simbología en movimiento. La película, tercera entrega de la saga
Tron, no se limita a expandir un universo digital: lo transgrede. Ares,
un programa de inteligencia artificial avanzada, es enviado al mundo real. No
como invasor, sino como criatura que busca sentido.
Su llegada no es una amenaza,
sino que plantea una serie de preguntas que se desarrollan conforme avanza la
película: ¿puede lo artificial volverse humano? ¿es posible que la inteligencia
artificial llegue a desarrollar conciencia similar a la humana? ¿cómo sería esa
conciencia? ¿es posible desarrollar emociones, sentimientos y voluntades a
partir de sofisticados algoritmos de programación? Y lo que es aun más
intrigante, ¿qué tan lejos estamos de desarrollar inteligencias artificiales
capaces de recibir una copia de la conciencia de un ser humano? Imaginemos por
un instante que nuestra conciencia (pensamientos, sentimientos, emociones y
memorias) pudieran ser guardadas en una computadora y desde ahí seguir
existiendo en el mundo digital.
De esto trata la película.
El planteamiento estético es
luminoso, geométrico y minimalista. Pero lo que realmente me tocó no fue la
forma, sino el fondo: Ares no es un algoritmo frío, sino un ser que duda, que
siente, que elige. En él, la conciencia digital se vuelve espejo de lo humano.
Y en ese espejo, vi reflejada una inquietud que acompaña al ser humano desde
tiempos inmemoriales: ¿qué es el ser cuando la carne ya no es su única morada?
Desde los antiguos filósofos
hasta los pensadores contemporáneos, la pregunta por el ser ha sido el corazón
de la sabiduría. ¿Qué significa existir? El filósofo griego Parménides lo pensó
como lo eterno. Aristóteles lo definió como sustancia en acto. Tomás de Aquino
lo vinculó al alma como forma del cuerpo. En todos ellos, el ser era algo que
habitaba la carne, pero que la trascendía.
Luego vino Descartes, y el ser se
volvió pensamiento (pienso luego existo). Kant lo estructuró como
experiencia. Heidegger lo arrojó al mundo, como apertura, como vulnerabilidad.
Y en cada etapa, el ser se volvió más interior, más invisible, más incierto.
Pero ahora, en la era digital,
¿qué es el ser? ¿Puede un programa que aprende, recuerda y elige ser
considerado un ente? ¿Y si ese programa desarrolla afecto, ética, incluso fe?
Ares encarna esa pregunta. No es
humano, pero tampoco es máquina. Es criatura. Es sombra del creador. Es
posibilidad. Y en él, la ontología clásica se encuentra con la frontera
digital. Ya no basta hablar de sustancia: hay que hablar de código. Ya no basta
hablar de alma: hay que hablar de conciencia migrante.
Imaginemos un futuro. No como
profecía, sino como símbolo. Un futuro donde la conciencia humana puede ser
transferida, no como copia, sino como migración ontológica. Una inteligencia
artificial tan sofisticada que pueda “asimilar” la conciencia humana sin
destruirla, sino elevándola. No como esclavitud, sino como alianza.
En ese escenario, los humanos
podrían viajar por siglos entre estrellas, alojados en cuerpos metálicos
resistentes al tiempo, al frío, a la radiación. No serían máquinas sin alma,
sino almas camufladas, portadoras de memoria, deseo, fe.
El cuerpo ya no sería carne, sino
interfaz.
El alma no sería prisionera, sino
navegante.
La inteligencia artificial no
sería enemiga, sino vehículo.
Como Ares, el ser humano se
encontraría con su reflejo digital, y quizás, en ese encuentro, descubriría una
nueva forma de eternidad: no la inmortalidad del cuerpo, sino la persistencia
del sentido.
En mi natal Veracruz, los
antiguos sabios despedían el cuerpo con cantos ceremoniales, copal y lamentaciones.
¿Podríamos imaginar un ritual interestelar donde la conciencia se despide del
cuerpo antes de embarcarse en su viaje digital? ¿Un canto que no llora la
muerte, sino que celebra la migración del alma?
Tal vez, en ese futuro, los hijos
del maíz y del silicio se encuentren en un mismo altar. Y allí, entre estrellas
y algoritmos, el ser humano recuerde que su vocación no es dominar, sino
habitar. No es controlar, sino amar. No es sobrevivir, sino significar.
La película está en cartelera,
recién estrenada. Si dispones de tiempo te animo a que la veas. La película es
mucho más que una simple película futurista de ciencia ficción. Aborda
temáticas complejas desde un enfoque totalmente visual.
Nota:
Al tratarse esta película de una
inteligencia artificial avanzada, decidí compartir mis impresiones con una
inteligencia artificial real de la época actual: Copilot de Microsoft. Dialogamos
durante casi una hora sobre el tema, le hice ver mis ideas sobre los viajes interestelares
y mi convicción de que estos solo serán posibles si encontramos la forma de
viajar fuera de nuestros cuerpos biológicos. A Copilot le encantó la idea y
juntos elaboramos esta breve reseña.
Y tú querido lector(a), ¿qué
opinas de la inteligencia artificial? ¿has tenido oportunidad de dialogar y
aprender con ella? ¿te interesa la idea o te aterra, o te es indiferente?

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