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Jacobino Hernández Puk sufría los estragos clásicos de una cruda monumental. Después de casi cinco días de parranda, el y sus amigos decidieron que ya era tiempo de regresar a la vida cotidiana y de paso presentarse en la construcción que habían dejado pendiente en la colonia San Francisco en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas. La dueña del local, la señora Irasema, cometió el error de pagarles el mes por adelantado con la única condición de que terminaran la palapa antes del día diez de mayo. Planeaba hacer un desayuno para sus amigas más cercanas y de paso, agasajarlas con música en vivo y otras sorpresas más. No me vayan a quedar mal muchachos fue la única petición. —Señito, ¿Cuándo le hemos quedado mal? —respondió Jacobino indignado— A ver, dígame usted, ¿Cuándo? Con el dinero cobrado por adela, compraron lo necesario para pasar un fin de semana en playa Bagdad: carne arrachera, lomito, salchichas, cebollas, jitomates, chiles verdes, pimientos morrón, limones, botanas, d